"Pese a que el mestizaje tiene una connotación inclusiva, en el fondo era una estrategia de asimilación buscando acriollar u occidentalizar al resto del Perú". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Pese a que el mestizaje tiene una connotación inclusiva, en el fondo era una estrategia de asimilación buscando acriollar u occidentalizar al resto del Perú". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Todo grupo social es diverso porque cada persona que lo compone tiene una combinación de identidades propia y única. Algunas de ellas responden a cuestiones que nos vienen de nacimiento (apellido, sexo, color de piel), mientras que otras son adquiridas en el tiempo (religión, etnia, nacionalidad, género, profesión). Por ende, para construir una identidad grupal siempre es necesario gestionar estas diversidades, y se logra cuando llegamos a sentirnos uno, a pesar de ser diferentes.

Para el sociólogo catalán Manuel Castells, la identidad es el proceso de construcción de sentido atendiendo a un atributo sociocultural que se prioriza sobre los demás. Por ejemplo, los hinchas de un equipo de fútbol ponen el amor a la camiseta sobre otros atributos (como la clase social o el lugar de origen).

La identidad nacional también construye sentido dándole prioridad a ciertos atributos culturales. En mi columna anterior, analizaba la opinión del politólogo Samuel Huntington sobre cómo la identidad estadounidense tenía bases anglosajonas, blancas, protestantes y un credo libertario, y que la inmigración hispana ponía en peligro estas bases identitarias. Critiqué su punto de vista porque pretendía mantener –como vigentes– atributos culturales que eran etnocentristas, racistas, xenófobos y sexistas. En pocas palabras, la permanencia de una ideología de exclusión.

Esto nos lleva a la pregunta: ¿cómo se definen aquellos aspectos que dan forma a una identidad nacional? Bueno, como decía al principio, ello depende de cómo se gestione la diversidad, y el trabajo de Norbert Bilbeny nos sirve para encontrar una respuesta. En líneas generales, las formas de gestión varían desde un extremo que niega la diversidad (autoritaria) a otro que la abraza y alienta (democrática).

Hay nacionalidades que se definen poniendo énfasis en aspectos muy reducidos, lo cual implica discriminar contra amplios sectores de los habitantes de un país. En esto consiste la segregación y fue como se construyó la nacionalidad en la Sudáfrica del apartheid. Una segunda forma de gestionar la diversidad es la asimilación. En este caso se acepta al diferente, pero condicionado a que deje de lado sus particularidades y –vía la aculturación– se fusione a una cultura nacional existente. El caso de Estados Unidos es emblemático en este sentido con el peso que se le da al ‘American way of life’.

Una tercera forma es la agregación, que consiste en generar nacionalidad reconociendo lo multicultural. En esta variante, se enfatiza la coexistencia y tolerancia entre los diferentes. Canadá, desde 1971, se define como un país multicultural, lo cual lleva –entre muchas cosas– a reconocer sus dos lenguas (inglés y francés). La agregación hace hincapié en la convivencia entre diferentes y no tanto en los lugares o momentos de encuentro.

Finalmente, una cuarta forma de gestionar la diversidad es la integración, que tiene como principal proceso lo intercultural. Es decir, se edifica sobre el encuentro y diálogo entre los diferentes y las diversas dinámicas que esto genera. Da como resultado una cultura nacional híbrida en constante redefinición. Bajo esta última variante, la nación no surge tanto de un pasado común, porque este no fue propicio para algunos o no es compartido por otros. Más bien se construye como un destino común, un futuro erigido con y para todos.

¿Y cómo hemos construido nación en el Perú? Inicialmente pasamos por una etapa de segregación al discriminar a la mayoría indígena y mestiza. Luego comenzamos a definirnos como una nación mestiza, para muchos como repuesta a la derrota en la Guerra del Pacífico. Pero, pese a que el mestizaje tiene una connotación inclusiva, en el fondo era una estrategia de asimilación buscando acriollar u occidentalizar al resto del Perú. Por ello, bajo un discurso público de igualdad (“el que no tiene de inga tiene de mandinga”) subsiste una sociedad discriminadora y racista, como múltiples estudios muestran.

Es necesario buscar nuevos caminos de reconocimiento del otro. La esperanza es suscribir nuestra diversidad y la imperiosa necesidad del encuentro intercultural. De esa manera construiremos un país en el cual, por ser iguales, tenemos el derecho a ser diferentes.