(Foto: Archivo El Comercio)
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Franco Giuffra

Una broma entre banqueros consiste en preguntar cuál es la manera más rápida que tiene un empresario de quebrar. La respuesta es inmediata: hacerse millonario y luego comprar una aerolínea. La moraleja es evidente. El negocio de aviación es endiabladamente complejo.

Ojalá no sea el caso de Latam Airlines Group (LTM), el holding propietario de Latam Perú, que surgió en el 2012 tras la fusión de LAN y TAM. Hasta hace poco, los números no eran auspiciosos. Durante los cuatro años anteriores al 2016, la empresa perdió un total de 1.132 millones de dólares. Una cifra que se revirtió el año pasado (utilidades de 65 millones) y que ha vuelto a ser positiva en el primer trimestre del 2017.

Son buenas noticias. Aun así, el valor de los ADR de LTM en la bolsa de Nueva York es hoy la mitad de lo que era hace 5 años. Y la cotización actual se sustenta en un múltiplo de precio en relación con las ganancias de 262 veces. Algo que los expertos bursátiles considerarían extremadamente alto, una manera de decir que esa cotización está por los cielos.

Nadie puede decir si este regreso a los números positivos se mantendrá. Lo logrado hasta ahora por LTM ha sido, más que el resultado del crecimiento de su negocio, un formidable esfuerzo de reducción de gastos. El número de pasajeros transportados desde el 2012 no ha crecido mayormente, pero los gastos operativos se han reducido en 30%.

Entre nosotros, hasta hace unos años, LAN era sinónimo de calidad, de servicio excepcional y hasta aspiracional, como dicen los marketeros. Volar en LAN era “otra cosa”.

Además de ese prestigio, LAN trajo al Perú la oportunidad de conectar el país, permitiendo que millones de peruanos pudieran transportarse a un número creciente de destinos, locales e internacionales, que no ha dejado de aumentar. Sería miope desconocer que una parte del progreso que se ha vivido en el país en las últimas décadas se debe a esta interconexión. LAN modernizó la aviación.

Esa red de itinerarios ha aumentado con los años, pero el Latam de hoy ya no es LAN. La imperiosa necesidad de reducir gastos y el crecimiento de la competencia han cambiado radicalmente a la empresa.

En particular, la llegada de aerolíneas ‘low cost’ ha obligado a Latam a modificar su modelo de negocios. Es una apuesta riesgosa. A una empresa nueva, que no tiene antecedentes, se le puede aceptar condiciones de vuelos a bajo costo. No hay contra qué comparar.

Pero Latam es ahora víctima del prestigio de LAN. Y la gente se lo está haciendo saber de una manera clamorosa. Revise usted la página de Facebook de la aerolínea. No hay anuncio, oferta, promoción que no sea acompañada por comentarios de decenas o centenares de clientes insatisfechos. Nadie entiende las nuevas tarifas ni mucho menos su programa de lealtad. Allí hay un ‘brand value’ en claro declive.

No hay que hacerse ilusiones de que la nueva competencia solo va a traer felicidad. Ya vendrán también las cancelaciones, los retrasos y los equipajes perdidos. El mercado se va a ajustar hacia abajo en términos de calidad. Es inevitable en el contexto de una guerra de precios. En ese escenario, Latam tiene más que perder, porque pasa de más a menos servicio. Un salto que hoy significa la multiplicación de quejas y reclamos, pero que en el futuro podría ser mortal.