"Somos una sociedad que convive con la violencia hacia la mujer. No solo porque tenemos un alto número de violadores sexuales [...] sino porque tenemos un silencio cómplice".  (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Somos una sociedad que convive con la violencia hacia la mujer. No solo porque tenemos un alto número de violadores sexuales [...] sino porque tenemos un silencio cómplice". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Editorial El Comercio

Con tan solo 16 días, el 2019 estaría registrando 6 feminicidios. De esta manera, en lo que respecta a este crimen, enero está próximo a alcanzar la cantidad de casos ocurridos en el mismo mes del 2018 (diez), lo que parece entrañar un desalentador pronóstico para lo que resta del año y, también, una clara señal de que estamos lejos de tener una solución a este problema.

Como hemos informado desde este Diario, el 2018 significó un nuevo récord con respecto al número de feminicidios –cerró con 149– desde que estos se empezaron a registrar como tales en el 2009. El año pasado, además, estos crímenes se hicieron notorios no solo por su cantidad, sino también por la forma en la que fueron perpetrados, delatando una crueldad que evidencia la insania del homicida y demuestra el escaso valor dado a la vida de la víctima. Resaltan, en ese sentido, los casos de Eyvi Ágreda, Rosa Peralta y Marisol Estela.

Sin embargo, el feminicidio es apenas la cúspide de un problema que tiene que ser abordado de forma integral: la violencia de género. Esta, cuando no resulta en la muerte de la víctima, se manifiesta en atentados contra la libertad sexual, maltrato psicológico, agresiones físicas y acoso. Todos crímenes que son perpetrados con la anuencia de una sociedad que, si bien está más al tanto de lo perverso de esta lacra, aún se esmera por recortarles la libertad a las mujeres sustentándose en estereotipos y prejuicios –según la ministra de la Mujer, Ana María Mendieta, 54% de la ciudadanía justifica la violencia contra la mujer–.

Recordemos que solo en el 2018, 102.534 mujeres afectadas por las transgresiones mencionadas acudieron a los centros de emergencia mujer (CEM) para buscar ayuda. A esto se suma el hecho de que, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar del primer semestre de ese año, el 65,9% de las mujeres de 15 a 49 años aseguró haber sido víctima de algún tipo de violencia ejercida por su esposo o compañero. Dos cifras que sirven para reparar en la magnitud de la situación y, sobre todo, de cuántas mujeres aún no acuden a buscar la ayuda necesaria.

Dicho esto, es ciertamente positivo que desde el Estado se hayan comenzado a dar pasos importantes para lidiar con la violencia de género, como penalizar el acoso callejero e imponer penas más graves para los asesinos de mujeres. No obstante, el hecho de que estos crímenes se sigan cometiendo con la intensidad que lo hacen, deja meridianamente claro que se requiere mucho más que meras acciones legislativas para paliar un problema cuya raíz está en la sociedad misma y que tiene como cómplice la debilidad de nuestras instituciones.

Pues, ¿de qué sirven leyes más severas si las autoridades no las ejecutan? ¿De qué sirve que una mujer denuncie un crimen si, como ha aseverado también la ministra de la Mujer, solo 2% de los casos de feminicidio cuenta con una sentencia? Según un estudio de la Defensoría del Pueblo elaborado en base a expedientes judiciales, el 33% de las víctimas de feminicidio en el 2015 acusó previamente a su asesino y el 81% de las que sobrevivieron a los ataques denunció amenazas previas. Está claro que si el sistema de justicia no está a la altura de las leyes, estas últimas no surtirán efecto alguno.

La solución tiene mucho que ver con cómo educamos a las generaciones futuras y, sobre todo, cómo logramos que todos los poderes del Estado destierren los estereotipos que colocan a las mujeres en una situación de desventaja. En ese sentido, como hemos comentado desde esta página, el enfoque de género representa una herramienta fundamental y harto necesaria si lo que se quiere lograr es que los peruanos no rijan sus acciones por prejuicios y nociones impuestas de masculinidad y femineidad. Sin duda, una verdadera medicina contra el machismo, que nos deja anualmente con tantas mujeres muertas.