La semana pasada, la Asamblea Nacional del partido de gobierno, Peruanos por el Kambio (PPK), acordó por unanimidad variar una letra del nombre de su organización y, en consecuencia, las siglas que lo identifican. La variación alcanzará también al logo, que dejará sus actuales colores fucsia, celeste y amarillo para adoptar otros y, en general, una imagen que, según se ha asegurado, “represente la peruanidad, como una bandera”.
La modificación, que consistirá en escribir la palabra ‘cambio’ de la manera ortográficamente correcta (esto es, con ‘c’ y no con ‘k’) era un asunto sobre el que se venía especulando, en realidad, desde hace algún tiempo. Para ser exactos, desde que el ahora ex presidente Kuczynski empezó a tener los problemas que lo llevaron a enfrentar el primer proceso de vacancia. Llevar el nombre y las siglas de un político desacreditado y cuya popularidad está en caída, así se trate del presidente, es poco asentador para un partido que aspira a extender su ciclo de vida más allá de lo que dura un gobierno.
En esa medida, alguien podría sostener que la variación que ahora se pretende –y que tendrá que esperar hasta pasados los comicios regionales y locales de este año, por exigencias de la legislación electoral– es oportunista. Y ciertamente lo es… Pero solo tan oportunista como fue en su momento modificar el nombre original del partido –Perú Más– por el que lleva ahora, solo para aprovechar el efecto ‘marketero’ de asociar su identidad a la del candidato presidencial, entonces popular.
Pocas medidas más tributarias de la personalidad del líder de turno pueden imaginarse en un partido. A decir verdad, desde las épocas de la UNO del general Odría o el MDP de Manuel Prado no se veía un desenfado semejante para dejar de lado cualquier referencia a la doctrina a la hora de bautizar un colectivo político. Y por eso mismo, todos los argumentos ‘institucionalistas’ que ahora se esgrimen para explicar la necesidad del cambio resultan poco creíbles. Sencillamente, esas mismas razones estaban a la vista cuando se decidió la variación y a nadie parecieron importarle lo suficiente como para resistir la mudanza.
Ahora los vientos soplan en otro sentido y la ortografía y la primacía de las ideas vuelven a cobrar vigencia. Nos encontramos, pues, con un grupo de peruanos por el cambio del ‘Kambio’. Pero eso no solo vale para las siglas. Cuando se optó por los colores que hoy se quieren dejar atrás, el futuro legislador Gilbert Violeta sentenció que con ellos se había buscado evocar “algo que represente modernidad, a los sectores emergentes que no habían tenido un espacio, el mundo chicha”. ¿Dónde quedó todo eso?
Existe, por otro lado, también un interés del partido por distinguirse y distanciarse del Gobierno, aun cuando este ya no esté encabezado por Pedro Pablo Kuczynski. La dupla Vizcarra-Villanueva no es particularmente apreciada en la supuesta organización oficialista ni por su bancada (entre otras cosas, por lo que declaró el primer ministro antes de iniciar su gestión acerca de no tener un Gabinete ‘de lujo, sino ‘de trabajo’): una incomodidad que la inclusión del congresista y secretario general del partido, Salvador Heresi, no ha logrado diluir.
Resta por ver, de cualquier forma, si tanta metamorfosis le rinde frutos al joven partido, o si, tras el ocaso de su líder, pasará al desván de la historia política del país como ha ocurrido –solo para mencionar los casos más recientes– con el Perú Posible de Alejandro Toledo o el Frente Independiente Moralizador de Fernando Olivera.
Tres años no es poco tiempo para demostrar que los ‘kambistas’ han cambiado y que lo que luce hoy como un gesto oportunista tiene raíces auténticas y se proyecta hacia el futuro con convicción.