Hace unos días tuve una interesante discusión con unos colegas. Se habían cumplido 10 años de la caída de Lehman Brothers (que marcó el inicio de la crisis financiera del 2008) y estábamos discutiendo los desequilibrios que aún persisten en la economía mundial.
En Estados Unidos, el crecimiento económico ha sido tan fuerte que su tasa de desempleo actual es menor que antes de la crisis. El problema es que gran parte de ese crecimiento ha sido financiado con inyecciones de liquidez que abarataron artificialmente el costo del dinero y generaron niveles de endeudamiento excesivos. Y si bien la economía sigue creciendo, subsisten tanto el exceso de liquidez como el de deuda.
Asimismo, existen fuertes sospechas de que la exuberancia que muestran hoy los mercados financieros sea un reflejo, sobre todo, del exceso de liquidez. Es que no existe justificación para que el índice Dow Jones esté hoy por los 26.000 puntos cuando antes de la crisis del 2008 (período en el que los precios de las acciones reflejaban una prosperidad irreal) su pico fue 16.800. Más aun cuando la productividad, que es lo que sostendría las expectativas de crecimiento que justificarían esas valoraciones, no ha crecido desde entonces.
La Reserva Federal ya está retirando el exceso de liquidez, pero no es posible saber si podrá prevenir una corrección brusca. Más aun si tomamos en cuenta que han pasado más de nueve años desde el fin de la última recesión, una de las fases expansivas más largas de la historia de Estados Unidos (si no la más larga). La probabilidad de que esta llegue a su fin en los siguientes meses es bastante alta.
En Europa, la situación de la economía es tan frágil que el Banco Central Europeo aún no empieza a retirar el exceso de liquidez que inyectó desde el 2008. En China, donde gran parte de la banca y la economía está constituida por empresas estatales (y donde el Estado no se caracteriza precisamente por su transparencia), es probable que los desbalances no hayan sido corregidos. Y en el resto del mundo, el exceso de liquidez también ha generado un sobreendeudamiento de empresas y gobiernos.
¿Quiere decir esto que se avecina una crisis financiera? No necesariamente. Sabemos que aún subsisten peligrosos desbalances, sí, pero nada más. Las crisis no se pueden predecir (y no se podrá aún si una ocurre y aparecen analistas argumentando que la predijeron con anticipación). Para empezar, porque los economistas somos economistas, no gitanos. Uno puede hacer proyecciones y pronósticos, pero de allí a que eso alcance para hacer predicciones hay un buen trecho. Y segundo, porque de ocurrir una corrección fuerte, mucho de si se convierte o no en una crisis va a depender de cómo se materializa. Si lo hace primordialmente en el sector real (una recesión, por ejemplo), bueno, la tecnología para lidiar con ella (una combinación de políticas fiscal y monetaria) es bastante conocida. Pero si se produce porque revienta una burbuja financiera, la situación sí sería grave. Principalmente, porque los bancos centrales no tienen experiencia en lidiar con ellas. Si no, pensemos por qué continúan las secuelas de la crisis del 2008.
Así que nada. A mantener la calma y estar preparados por si llega lo peor.