Julio Guzmán, el amor en los tiempos morados [CRÓNICA]
Julio Guzmán, el amor en los tiempos morados [CRÓNICA]
Gerardo Caballero

“¡Julio, eres un cuero!”, grita una joven, como si en ese alarido se le fuera la vida. “¡Julio, te amo!”, vocifera su compañera. “¡Yo también!”, añade una tercera. Ambas están aferradas a las rejas que separan a la multitud del escenario, donde el hombre que les despierta tales sentimientos viste poncho morado y canta la canción folclórica “Niñachay”. 

Quien las conduce a ese estado de euforia no es una estrella de moda de ese género musical. Es más, ni siquiera estamos en un concierto. Quien está allí arriba es  Cáceres, candidato de Todos por el Perú a la presidencia de la República. Con su voz entonada, le acaba de robar el protagonismo al cantante William Luna, encargado de calentar a los asistentes del mitin que Guzmán ofrece en la plaza Túpac Amaru, en la ciudad del Cusco. 

Julio Guzmán, que ya tomó la posta del show, les hablará de lo que plantea cada vez que tiene un micrófono en las manos: dirá que la principal riqueza de los países avanzados es el talento. Dirá que para desarrollar el talento es necesaria una revolución educativa desde el vientre de la madre.

Dirá que, no obstante, ello no es posible por ahora, pues el Perú está secuestrado por los políticos tradicionales, los “dinosaurios”. Y dirá que, entonces, solo la libertad nos hará felices. He ahí la clave de su discurso, donde no hay pobres contra ricos ni poderosos contra oprimidos. “Todos queremos ser felices. Nuestros políticos creen que la felicidad es romántica, muy cursi. ¡Allá ellos!”, dice. La felicidad de las tres jóvenes de la primera fila es plena, por un instante. 

Subirse al coche morado 
Julio Guzmán llegó al Cusco un día antes, el martes 23 de febrero: los vehículos que lo acompañarían en caravana desde el aeropuerto Velasco Astete hasta la Plaza de Armas eran tantos que no cabían en el estacionamiento del terminal aéreo. “La última vez que arribó en campaña, solo fueron a recibirlo cinco personas”, nos dice –mitad en broma, mitad en serio– un integrante del equipo de campaña de Todos por el Perú. 

Según las mediciones de la encuesta El Comercio-Ipsos, Julio Guzmán se encontraba en diciembre rezagado en el pelotón de ‘otros’. Pero entre enero y febrero, su intención de voto pasó a 5% y luego a 18%. “El Perú ya se pronunció: hemos cambiado el mapa político del Perú”, señala Julio Guzmán en una de sus presentaciones por el sur.

Las encuestas también muestran que el porcentaje de peruanos que no lo conocían se redujo entre enero y febrero de 47% a 15%. Es decir, en un mes, 3 de cada 10 peruanos supieron quién era Julio Guzmán. Y se nota: en la era de los ‘selfies’, el candidato de las redes sociales es conocido y reconocido también en las calles por las que pasa. Sin duda, Julio Guzmán, la ‘ola morada’, surfea la cresta de su propia popularidad, es el carro al que todos buscan subirse. 

“Hasta la semana pasada, en el local del partido no pasaban ni las moscas”, nos cuenta un miembro de Todos por el Perú en Puno, a donde el candidato llegó el jueves 25. 

La suya es una organización política que va construyéndose sobre la marcha: en Qoya, Calca o Urubamba, en el Cusco, o en Zepita, Desaguadero o Julí, en Puno, Julio Guzmán inauguraba locales partidarios. Lo hacía a menos de 7 semanas para las elecciones generales. 

Las listas de candidatos al Congreso de Todos por el Perú en Cusco y Puno también dejan en evidencia que se trata de una organización en ciernes: de los 10 candidatos (cinco por cada departamento), solo uno figura como afiliado al partido en el Registro de Organizaciones Políticas.

Cadenas moradas
Pero Todos por el Perú ha encontrado la forma de suplir la carencia de una estructura partidaria consolidada: los jóvenes morados. 

Lo primero que llama la atención en la campaña de Julio Guzmán es la cantidad de muchachos involucrados en las actividades de movilización: la mayoría parece estar en edad universitaria y algunos apenas han alcanzado la mayoría de edad. Pero la resolución de sus actos, la convicción que los mueve, parece la de los militantes partidarios más adoctrinados. 

A pesar de los 3.800 m.s.n.m. de Juliaca, 30 de ellos trotan (por momentos corren) kilómetros al lado de la camioneta 4x4 que lleva a Guzmán desde el aeropuerto Manco Cápac hasta el centro de la ciudad. Algunos caen sobre el asfalto en la Av. Nueva Zelanda. Otros abandonan el recorrido en la Av. Circunvalación, a la que las lluvias y la falta de mantenimiento han convertido en un inmenso lodazal. 

Pero ahí están los jóvenes morados. Ahí están, con los brazos entrelazados, unos a otros, formando cadenas humanas. Cadenas para abrirle paso al líder, cadenas para que nadie se le acerque, para que nadie ose tocarlo por sorpresa. Y cumplen esta función casi como autómatas. Incluso el equipo de campaña de Julio Guzmán tiene problemas para acercársele. “¡Vengo de Lima. Déjame pasar!”, tiene que gritar uno de ellos, cansado por la obstinación con la que los jóvenes morados cierran el paso a extraños y a propios. 

Camino a Anta, en un paraje desolado de la sierra cusqueña, la numerosa caravana de Julio Guzmán se detiene, y el candidato baja la ventana de su vehículo para saludar a unos pobladores que por allí transitan. Un joven morado corre hacia él. Lleva en sus manos un círculo morado, el emblema del partido, que coloca como tapasol sobre Guzmán. 

Es singular la relación entre el candidato presidencial y sus jóvenes seguidores, como si la principal función que estos cumplen fuera protegerlo de cualquier contacto, incluso el del sol. Guzmán, sin embargo, niega que le huya a los abrazos de los espontáneos. “Me encanta el ‘machucón’”, dice.

Así es como Julio Guzmán cosecha los frutos políticos de quien es visto como nuevo en el barrio, en aquel barrio donde los vecinos más antiguos, los “dinosaurios” –como él llama a sus adversarios–, cargan mochilas de campañas anteriores. “Como no le debemos nada a nadie, podemos luchar contra la corrupción. Eso nos hace independientes”, expresa Guzmán. Y sus seguidores –o, mejor dicho, sus fans– lo celebran: “¡Julio, eres un cuero!”. ¡Julio, te amo!”.

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