Antaño, los congresistas tenían más vergüenza y más controles. Existía, por ejemplo, el partido que los obligaba a moderar los apetitos personales o, al menos, a buscar un equilibrio entre su ‘angurria’ y la agenda de a organización partidaria. Hoy, los partidos pesan poco o nada. Miren a la peor bancada, la de Acción Popular, el útero de los ‘Niños’: encarna el patetismo de un gran partido venido a menos, con dirigencias no reconocidas por las autoridades electorales y cero influencia en el Congreso. Sus comunicados escandalizándose ante sus criaturas son letra muerta.
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