La algarabía de los canarios y un manto de antiguos rosales le dan aspecto de convento al hogar donde Gastón Garatea convive junto a otros tres sacerdotes, dentro del colegio La Recoleta, en La Molina. “Esta es la soledad absoluta, pero con la ventaja de que puedes hacer lo que te da la gana”, nos dice risueño a sus 80 años. Nunca ha sido hombre de callarse nada, y ha dejado muy atrás el ‘castigo’ (“una venganza de jefe autoritario”) que le impuso el cardenal Juan Luis Cipriani –no celebrar misas en la arquidiócesis de Lima– justamente porque “algunas veces dije que las cosas no estaban bien al interior de la Iglesia”. Pero, como él mismo dice, “la Iglesia es muy misteriosa”, y ahora Cipriani está recluido en Roma, sin ver a nadie, mientras él revisa con libertad los temas que le pedimos recordar.
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El que le traemos lo lleva 20 años atrás, cuando Valentín Paniagua instaló la Comisión de la Verdad, y Alejandro Toledo la renombró ‘y Reconciliación’ (CVR). Garatea integró esa comisión y constató de cerca la forma en que la insania terrorista robó a miles de peruanos un futuro. Hoy le preocupa que los filosenderistas –algunos de ellos en el poder– estén muy callados tras la muerte de Abimael Guzmán, y le espanta la ambigüedad con la que personajes del Gobierno tratan –o ignoran– sucesos que hirieron profundamente al país. “Llegan al Congreso, a la PCM… Qué hábiles son para esconderse bien”.
-¿Qué fue lo primero que pensó cuando supo de la muerte de Abimael Guzmán?
Él no era un ser normal, los seres humanos normales no hacen las cosas espantosas que él hizo. Se dedicó a pensar cómo castigar a este país, porque tampoco tenía mucha más perspectiva ni nociones. Terminó como un desecho humano. Y ha provocado algo que a nadie le gustaría: morirse y que la gente diga ‘al fin se murió’. Una vida desperdiciada.
-¿Lo llegó a conocer?
Sí, cuando estuve en la CVR fui a verlo una vez.
-¿Qué necesitaba saber?
Que nos contara cómo veía él las cosas, qué era lo que había pasado. Yo quisiera que alguien me diga de qué se trata, por qué este gusto de desaparecer a la sociedad, dedicar su vida a eso, gastar la vida en eso. Por qué esa anomalía de querer destruir a otros.
-¿Él qué le respondió?
No me dijo nada importante. Yo le comencé a preguntar por qué hacía eso, qué lograba en su vida con eso. “Nada”, dijo, no pretendía nada, era el gusto de desaparecer esta sociedad. Lo dijo casi literalmente: “Hay que desaparecer esto, está todo mal, porque hay mucha pobreza, mucha injusticia”. Yo le decía que estoy de acuerdo con eso, pero la manera no era desaparecer ni matar gente sino cambiar la sociedad. También he visto a Elena Iparraguirre, trabajé muchos años en [el Penal de Mujeres de] Chorrillos.
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-¿Qué le llamó la atención de las mujeres terroristas?
La falta de arrepentimiento, incapaces de haber dicho ‘caray, me equivoqué’. No pueden arrepentirse; si lo hacen, se quedan vacías, vacíos. Tienen un currículum desgraciado. Siempre han mirado a los de arriba, no a los de abajo porque no les ha interesado. Alguna vez se lo he planteado así: ¿cómo no ayudar a tanta gente que no tiene nada? No, eso no importaba, sino ¿por qué esos de arriba tienen y yo no?
-¿La desigualdad sigue siendo caldo de cultivo para radicalismos?
Sí, es la injusticia.
-¿Por qué el tema del terrorismo nos toca a cada peruano, nunca nos es indiferente?
Porque murió gente inocente. Todos hemos visto a alguien cercano afectado o siendo víctima del terrorismo. Gente que no tuvo nada que ver y tenía mucho miedo. Han sido años bien difíciles, nos aterrorizaron. Al final, los terroristas son hombres y mujeres que no funcionan en esta sociedad. Y da pena que nuestra sociedad produzca estas cosas.
-Hace 20 años se instaló la CVR y en estos días se le ha mencionado como referente o fuente oficial para hablar de las muertes producidas por SL.
Fue una gran sorpresa que me convocaran, yo no tenía por qué estar ahí. Yo estaba en la Mesa de Concertación para la lucha contra la pobreza. Le pregunté a Paniagua por qué me habían nombrado. Me dijo que yo no tenía anticuerpos con nadie, podía hablar con todos con mucha libertad. La CVR fue un punto de partida para procesar lo espantoso que nos pasó, y fue muy buena, con gente de mucha calidad. Cuánta falta nos hace ahora Carlos Iván Degregori, el más reflexivo. Carlos Tapia, el más audaz, inteligente. Yo en ese grupo era un principiante en el tema terrorismo.
-¿Diría que finalmente se le reconoce el valor que tuvo como comisión? Durante muchos años fue blanco de críticas.
Un compañero mío, del colegio, un día me dijo: “¿Cuánta plata habrán recibido ustedes?”. Nada. “Algo te tendrá que haber caído, ¡y estás calladito!”. Le digo: “Qué falta de respeto la tuya, me he sacado la mugre, he pasado momentos durísimos y todavía me señalas”. Ahora todos leen el informe de la CVR, pero durante años, nada.
-¿Era cuestión de tiempo?
Es cuestión de digestión, hay gente que nunca va a creer en nada, pero eso necesita su tiempo para digerirse.
-Si pudiera decirles algo a las víctimas de SL que conoció, que escuchó, ¿qué sería?
Primero, me aseguraría de confirmarles que son víctimas, porque mucha gente ha sido manipulada, le han tratado de decir que algo de culpa tuvieron. Creo que hay que decirle a la gente que la pelea no ha terminado, todavía hay quienes quieren seguir con esta locura.
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-Y que quiere llegar al poder.
Me espanta escuchar que la gente que está en el gobierno haya podido tener que ver con Sendero. Me desespera que los ministros no digan, todos al unísono, “no hemos tenido nada que ver con SL”. Se andan con ambigüedades. Y eso ha sido muy serio. Ha sido una experiencia traumática, con un personaje loco. Abimael era un loco con poder de mando. Es para un estudio psiquiátrico.
-¿Qué le preocupa ahora?
Me preocupa mucho la rehabilitación de la gente que estuvo en la cárcel, acusada de terrorismo, siendo inocente. Cómo alentarlos a construirse de nuevo, armarse como personas. Me preocupa también la cantidad de sinvergüenzas que están afuera, y que se mancharon con Sendero. Me preocupa que el Estado peruano no sea consciente del drama que hay, de la injusticia. El presidente Castillo dice que él se preocupa de los pobres, que él es del pueblo. Es verdad, pero no es del pueblo de bajo, él es un maestro, con autoridad. No lo veo hacer nada, lo deja en el discurso.
-Y eso se agota…
De otro lado, me da miedo alguien como Guido Bellido o el ministro (de Trabajo) Iber Maraví, con vinculaciones terroristas. En el Congreso también hay gente radical. Simpatizantes de Sendero llegan al Congreso, a la PCM… Qué hábiles son para esconderse bien.
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-¿Qué debería hacer el gobierno de Castillo con la muerte del cabecilla de SL?
No, Castillo que no se meta. El que no está preparado para tratar estos temas va a buscar otros fines, políticos. Fue muy triste lo que nos pasó a los peruanos, se investigó [en la CVR] y con esa investigación se acaba, porque si no, seguiremos toda la vida. La muerte de Abimael es algo muy fuerte para el terrorismo, para SL. No hay otro Abimael.
-¿Al punto de morir el senderismo –o sus remanentes– con su líder?
Estos procesos históricos son lentos, yo no creo que Sendero muera con Abimael, pero se va a ir extinguiendo, apagando.
-Alguna vez usted dijo: “Para querer al pueblo sufriente, no basta con saber su dolor, sino que hay que estar cerca”. ¿Qué significa eso ahora?
De lejos no se ve el sufrimiento de nadie, es película. Te puedes emocionar un rato, y nada más. Pero cuando uno está cerca, constata cómo a mucha gente se le quitó el futuro. Y el Estado peruano no ayuda a nadie.
-¿Las reparaciones a las víctimas no fueron suficientes?
El Gobierno peruano no pensó en las reparaciones. Las nombró, como un gesto, pero no se plantearon.
-¿Las recomendaciones del informe final de la CVR también se desoyeron?
Fueron muy buenas recomendaciones, pero ahí quedaron. Esto es muy doloroso. Yo sufrí mucho, porque además, ¿qué íbamos a obtener? Cuando conoces a las personas que tienes que investigar, te pones peor. Revisando lo que nos pasó a nosotros en la CVR, conocimos historias terribles y encima nos amenazaban los malos, y también los buenos.
-¿Sufrió de atentados o amenazas cuando integró la CVR?
Nunca, lo más fuerte que me pasó fue la primera vez que entré a la cárcel. Apareció Elena Iparraguirre y ella me reconoció. Me impactó más que Abimael. Me dio más miedo, porque sabía muchas cosas mías, que yo trabajaba en La Recoleta, que paraba acá, que me dedicaba a la educación. Me molestó que supiera. Ahora escucho comentarios en los noticieros, de que Sendero no está destruido porque queda ella como la continuadora. Está viva, y uno se queda perplejo ante esa posibilidad.
-¿Hay que recordar a Guzmán para que no vuelva a aparecer otro, o hay que olvidarlo, desaparecerlo?
Hay que recordarlo para que no vuelva a ocurrir y para que quede marcado como un hombre nefasto para el Perú. Debemos evitar que la historia se cambie y resulte un ‘héroe’. Ni siquiera ha tenido una muerte gloriosa. Hay que ponerlo así: murió preso, de neumonía y repudiado por todo el mundo. //
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GARATEA EN LA CVR
Gastón Garatea se ordenó sacerdote en 1966 y en Chile obtuvo el grado de licenciado en Teología. Pertenece a la Congregación de los Sagrados Corazones de La Recoleta.
Se inició en la Prelatura de Ayaviri (Puno), donde más adelante fue vicario general y trabajó al lado de las comunidades campesinas. Fue presidente de la Mesa de Concertación para la Lucha contra la Pobreza e integrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2001-2003).
El 4 de julio del 2001 se creó la Comisión, durante el gobierno de Valentín Paniagua. Alejandro Toledo la ratificó y amplió con la palabra Reconciliación. Doce fueron los comisionados.
La CVR (foto abajo) escuchó el testimonio de 19.985 personas en 21 audiencias con víctimas de los años de violencia entre 1980 y 2000. Además, documentó la existencia de más de 2.000 sitios de entierros clandestinos.
En el 2012, el cardenal Juan Luis Cipriani, entonces arzobispo de Lima, dejó sin renovar la licencia de Garatea para celebrar misas en la arquidiócesis de Lima, debido a sus opiniones en favor de la unión civil de homosexuales, e incluso por haber sugerido una revisión del celibato de los sacerdotes diocesanos. La sanción se levantó años después.
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