Desde chico, José Soto (45) vio a sus padres emprender. Dedicados al rubro ganadero, criaban reces en el canal de Yerbateros, en el Centro de Lima, para después distribuirlos a hospitales cercanos. Eran mediados de la década de los 80 y el panorama empezó a complicarse: con la inflación, en el primer gobierno de Alan García, sus papás pidieron préstamos para mantener el negocio a flote. “Con Fujimori, todo se tenía que arreglar de una”. Lo que le debían a su padre, pasaron a ser centavos. Lo que él debía pagar; sin embargo, era con el cambio anterior. El negocio, lamentablemente, quebró en 1993. Ese mismo año, –“gracias a Dios”, enfatiza– les otorgaron la visa de residencia a Estados Unidos, que venían pidiendo bastante tiempo atrás. “Mi mamá tiene un hermano en Nueva Jersey. Fuimos para allá a empezar de cero. Yo, un peruano de 17 para 18 años, sin inglés, en un estado frío (a diferencia de El Agustino, donde vivió hasta su adolescencia) tenía que adaptarme a una cultura totalmente nueva”.
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