Con su primera película, Autoerótica, la cineasta Andrea Hoyos (Lima, 1995) ha elegido meterse en problemas. O, mejor dicho, comprarse todos los pleitos posibles, a saber: contar la historia de una adolescente que busca explorar su sexualidad por su propia cuenta, sale embarazada y decide abortar. En una sociedad conservadora como la nuestra, con una producción cinematográfica que bien puede recibir el mismo adjetivo, Autoerótica es un ejercicio arriesgado que la cineasta asumió con naturalidad y valentía.
“Tenía 23 años cuando filmé la película y era una persona mucho más arriesgada. No quiere decir que ya no voy a tomar riesgos, pero es cierto que en ese momento no era tan consciente de lo que podía implicar. En ese momento sentía las cosas de forma mucho más combativa, y creo que eso se ve reflejado en la película. Le tengo mucho agradecimiento a la Andrea de entonces”, dice la directora que ha estrenado su película en el 25 Festival de Cine de Lima.
Autoerótica es una historia que gira alrededor de la amistad de Bruna y Débora (Rafaella Mey y Micaela Céspedes, ambas en su primer papel), dos escolares que transitan la adolescencia entre las ganas de crecer, la ternura, la sororidad y el conflicto que supone enfrentarse de la forma más cruda a asumirse y asumir responsabilidades.
Decidiste que, salvo por Héctor Gálvez que es el productor, todo tu equipo esté formado por mujeres. La película es una apuesta política en toda su esencia.
Sí, lo es. Siempre quisiera hablar desde mi honestidad, desde mi sensibilidad, desde mi historia. Entonces, es poco posible que no sea política siendo yo una persona no binaria, bisexual. Y creo que no me puedo separar de mi trabajo, sino no estaría haciendo un cine que conecte conmigo.
¿Cómo se construyó la idea de Autoerótica?
Como un ejercicio. Estudié cine en Epic y he llevado algunos cursos fuera. Empecé a escribir la primera versión hace cuatro o cinco años. La primera versión se llamaba Los garabatos de mi mamá, luego se llamó El grano de Bruna. Empezó siendo una niña, terminó siendo una adolescente.
Un mérito de la película es construir un relato feminista sin ser panfletario, y plasmar a la adolescencia de una forma bastante respetuosa ¿Cómo fue esa construcción?
Fue mucho de escuchar a Rafaella y Micaela, que estaban viviendo su adolescencia. Fue traer un montón de ellas a la película y respetarlas siempre. Cuando uno es adolescente las personas creen que no tienes autonomía sobre tu cuerpo y sobre tus decisiones, y en realidad sí las tienes, porque es cuando empiezas a explorar tu deseo sexual, a entender tu orientación sexual, cuando te cuestionas tu identidad, es un momento crucial de la vida y todo el tiempo lo hemos estado viendo con condescendencia.
Es una película sobre crecer, también…
Sí, y también es una película sobre maternidad: ella materna a su madre, sus amigas la maternan...estamos ante la complejidad de lo que significa maternar. La verdad es que sí fue difícil encontrar la idea base para encontrar por dónde debe girar la película. Si bien la película habla del aborto, también habla de muchas otras cosas: quién es Bruna, cómo se relaciona con las mujeres de su vida y cómo vas entendiendo las cosas cuando vas creciendo. Entonces, sí planté como eje a Bruna y a sus relaciones, pero también la quería mostrar a ella como ser humano, como adolescente que tiene una vida, y cómo transita hacia la adultez. En ese sentido le agradezco un montón a mi editora, Irene Cajías, que me ayudó muchísimo en cuajar el producto final.
Otra cosa que juega un papel importante en la narración es el color. Juegas con tonos pasteles y con fuertes contrastes.
Sí, de hecho, hablábamos mucho cómo queríamos que el color se sienta como esta adolescencia que tiene todavía mucho de inocencia, pero entra pronto a la adultez, por eso los contrastes, porque hay también esta oscuridad que se interpone a lo suave. Lo chicle, lo fresa, tiene mucho que ver con la juventud o cómo nos imaginamos ese momento de nuestra vida, pero viene el contraste como esta ola como de adultez y tú dices “no, aquí hay cosas que están pasando que me sobrepasan”, que es un poco lo que le llega a pasar a Bruna. Y aquí también hablamos de historias que abordan el aborto siempre como una tragedia. Y no digo que no lo sea, sobre en este país en el que mueren tantas mujeres, sobre todo pobres, por abortos clandestinos, pero creo que también tenemos que abrir los ojos y ver que también hay otros escenarios en los que se puede ver a una persona abortando de una forma natural, acompañada, o yendo a un doctor, o haciéndose un tratamiento en casa y en forma de acompañamiento. El aborto está totalmente invisibilizado, y queríamos justamente con lo del color sentir que acompañábamos ese proceso sin sentir que es algo que te estamos poniendo ahí en la cara demasiado panfletario o doloroso hasta el estigma.
El equipo con el que trabajaste fue muy heterogéneo. Por un lado, es tu primer largo y las protagonistas son actrices no profesionales. Por otro lado, cuentas con personas de gran experiencia como Wendy Vásquez o Micaela Cajahuaringa, ¿cómo fue esta experiencia?
Fue difícil, pero hermosa. Yo había hecho rodajes de tres o cuatro días, y convivir con un grupo de gente tan grande por un mes y medio fue un golpe de pronto. Igual yo me metí a estudiar cine porque a mí me gusta mucho la idea del trabajo comunitario, pero sí creo que fue difícil por varios motivos. Primero, porque las coprotagonistas, Rafaella y Micaela no tenían formación actoral, entonces el tema ahí era no cansarlas, y estar muy arriba en cuanto a ánimos. Tenía que poner mucho de mí en cuanto a sensibilidad, escucha, diversión…me acuerdo que bailábamos un montón, que cantábamos, que hacíamos tonterías. Sí creo que hice la película como jugando, estaba jugando a ser más grande. Estaba jugando a tener un papel que en la vida real era también mi papel. Pero me encantó convivir con esas personas, me encantó escucharlas, que se vuelvan mis amigas, y eso es algo que quiero replicar, la experiencia de vivir una película, gestarla en comunidad y poder escuchar la diversidad de voces.
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