Una pareja, provista de mascarillas, se dan un beso de despedida en la estación de tren de Beijing, China, en enero de este año. (Photo by NICOLAS ASFOURI / AFP)
Una pareja, provista de mascarillas, se dan un beso de despedida en la estación de tren de Beijing, China, en enero de este año. (Photo by NICOLAS ASFOURI / AFP)
/ NICOLAS ASFOURI
Enrique Planas

Besos, abrazos, apretones de manos, son los gestos corporales más habituales del vínculo social y la etiqueta. Rituales de la amistad y el entendimiento entre las personas. Empero, manos y bocas son también portadoras de virus y gérmenes, y motivan a las autoridades médicas a controlarlas. ¿Cómo cambia el lenguaje afectivo durante una crisis sanitaria?

El director del Atletico de Madrid Diego Simeone se saluda chocando codos con su par del Liverpool Jurgen Klopp, previo al partido de la  UEFA Champions el pasado 11 de marzo (Foto: AFP / Paul ELLIS)
El director del Atletico de Madrid Diego Simeone se saluda chocando codos con su par del Liverpool Jurgen Klopp, previo al partido de la UEFA Champions el pasado 11 de marzo (Foto: AFP / Paul ELLIS)
/ PAUL ELLIS

Para contener el impacto del coronavirus, los gobiernos del mundo recomiendan aumentar la distancia social, evitar los besos, los abrazos y las manos estrechadas. Por extensión, también se convierten en motivo de sospecha el vaso de cerveza compartido (práctica que puede ocasionar un centenar de enfermedades, desde la influenza hasta la hepatitis B), comer del mismo plato, consumir muestras gratis en supermercados, bailar desde tango hasta perreo. Por lo mismo, se prohíbe también besar los dados en el casino para pedirles suerte, y ni pensar en un ósculo que despierte a la Bella Durmiente. Alternativas más asépticas pueden ser el beso lanzado al aire o su variación alada, besándose la mano y soplando hacia el destinatario.

Una pareja se besa provistos de marcarillas frente a una desolada Fontana di Trevi, en Roma, el pasado 10 de marzo. (Foto: REUTERS/Yara Nardi)
Una pareja se besa provistos de marcarillas frente a una desolada Fontana di Trevi, en Roma, el pasado 10 de marzo. (Foto: REUTERS/Yara Nardi)
/ YARA NARDI

El recelo no se instala solo en el contacto entre los cuerpos, sino en el mismo acto de tocar todo cuanto nos rodea: billetes y objetos que hubieran pasado por manos contaminadas, pasamanos de las escaleras, picaportes de las puertas, barras y asientos de los transportes públicos, o los mostradores de bares.

Al no besar y al no tocar se suman otras recomendaciones como evitar lugares concurridos, trabajar desde casa, sustituir los contactos presenciales por los telefónicos y las reuniones cara a cara por videoconferencias. Se separan las mesas en los ‘food courts’, se elimina el agua bendita de las iglesias y ni pensar besar imágenes durante la Semana Santa.


LA EFUSIVIDAD LATINA

El pintor Eduardo Tokeshi confiesa haber sido criado en un ambiente donde no se saludaba con beso y los abrazos escaseaban. Por ello, cuando hay más de cuatro personas en un lugar él suele saludar con una inclinación de cabeza y un hola general. Con esa distancia oriental, el artista se pregunta si la efusividad latina podrá ser vencida por un virus miserable. “Siento que mientras nos quede algo de solidaridad y no nos matemos por una mascarilla o un jabón, el virus no nos habrá vencido. La lección que nos deja es que los científicos son más confiables que los políticos”, advierte.

Ni besos ni compartir comida. Prohibido ejemplo de los entrañables “La dama y el vagabundo” ( 1955 ). (Foto: Disney).
Ni besos ni compartir comida. Prohibido ejemplo de los entrañables “La dama y el vagabundo” ( 1955 ). (Foto: Disney).

Para Peter Elmore, escritor peruano afincado en Estados Unidos, nuevos saludos como el contacto de los codos, visto a ministros europeos o entrenadores en la Champions, le parecen peculiares y graciosos. “Será, estoy seguro, un aporte efímero a los modales”, señala. Él prefiere formas más sencillas e igualmente distantes, como saludar con una venia o, más informalmente, sacudiendo la mano. Lo que más extraña el director del Departamento de Español de la Universidad de Colorado es la pérdida de contactos físicos ligados al encuentro y la despedida, como son el abrazo y el beso. “No se usan, casi, en los Estados Unidos. No es que la calidez no exista, pero no pasa por el tacto”, lamenta.

REFLEXIONES EN CUARENTENA

Cuando el coronavirus empezó a elevarse como marea en Europa, el escritor Gustavo Rodríguez se encontraba en París. En el momento en que por fin conoció en persona a su editora francesa, resultó imposible no darse un beso y un abrazo. “¿Cómo un burócrata de la OMS nos iba a impedir coronar –con riesgo de virus– una relación emotiva que hasta entonces había sido epistolar?”, se pregunta el escritor. Algo similar le ocurrió en Madrid, donde fue imposible evitar efusividades con los amigos reencontrados. “Los bares nos recibían con gentío, los cuerpos se restregaban y las manos oscilaban entre las copas y los cuencos con piqueos. Todos sabíamos que era posible que el virus estuviera en alguna aceituna, pero preferíamos pensar que todos habíamos obrado con higiene antes de atrevernos a tocar algo”, recuerda.

Llegado a Lima, en cuarentena por recomendación oficial, a Rodríguez le queda claro lo difícil que resulta impedir por decreto lo que es movilizado por las simpatías. “Solo somos primates con un cerebro más grande. Y solo el amor vence al miedo: el amor a los amigos, a la noche risueña, a la novia con quien te reencuentras”.

LA MANO Y LA SOSPECHA

La percepción social de peligro viral incrementa la desconfianza y el desconcierto: en la última reunión a la que acudió el sociólogo Sandro Venturo, le extendió la mano a una primera persona, encontrando igual respuesta. Pero al acercarse a la segunda, esta le dijo: “Hay que evitar el contacto”. “Mi reacción inmediata es darle la razón, y saludar al resto oralmente. A todos les hizo sentido. Al final de la sesión, todos nos despedimos de lejos”, dice.

Para Venturo, el grupo había incorporado ese protocolo inmediatamente, sin resistencias: “Eso es posible porque el tema se ha vuelto omnipresente. Creo que va a ser difícil cambiar el hábito en estos días, pero el actual nivel de estrés colectivo está produciendo algo bueno: conciencia de la prevención. Seguramente habrá quienes crean que se trata de una exageración y se resistirán al protocolo. Sin embargo, creo que el impacto será contundente en el corto plazo”, afirma.

LOS BESOS MÁS CERCANOS

El dramaturgo y actor Alfonso Santisteban, conocedor por oficio del lenguaje corporal, coincide con Venturo. “Creo que mantener la distancia corporal por razones sanitarias está muy bien aunque nos cueste. Lo interesante es que al fin nos damos cuenta de que la mayor parte de nuestros gestos sociales tienen un significado apenas protocolar, o desempeñan solo una función relacional en nuestra comunicación. Si prescindimos de ellos simplemente los reemplazaremos por otros”, explica.

Ahora bien, como señala Santisteban, esto cambia sustancialmente en el terreno afectivo. “No abrazar o besar a tu pareja, a tu hijo, a un amigo querido, o a alguien cuando lo necesita, puede ser doloroso. Probablemente, una peste como la que nos aqueja hoy ponga a prueba los afectos. Podríamos pensar cuánto me dejaría contagiar por alguien y cuán poco por otra persona”, reflexiona.

Así, todas nuestras manifestaciones afectivas empiezan a sentir los efectos de la pandemia en sus actividades y rituales. Sin embargo, como nos demuestra la experiencia, pasado el peligro recuperaremos su uso y frecuencias habituales, pues las costumbres y emociones fuertemente enraizadas se resisten a cambiar. Por fin, volverán los besos y se acabará el miedo.


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Arnold Schwarzenegger te enseña a lavar las manos para evitar el coronavirus

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