Riesgo y probabilidad de feminicidio, por Wilson Hernández B.
Riesgo y probabilidad de feminicidio, por Wilson Hernández B.
Wilson Hernández Breña

En algún momento de nuestras vidas, todos hemos caído en lo inevitable: haber criticado lo que no conocemos. Hace unas semanas, en su columna “Psicolandia” (El Comercio 10.9.16), Alfredo Bullard formuló duras críticas contra un proyecto de ley que busca que los novios, antes de casarse, sean evaluados psicológicamente a fin de determinar la potencial agresividad hacia su pareja. Para el autor de esta propuesta legislativa, el congresista fujimorista Octavio Salazar, la norma disminuiría los feminicidios.

Coincido con Bullard en que la propuesta del congresista Salazar no está a la altura de lo que exige el problema del feminicidio. Propuestas normativas de este tipo, lejos de hacer bien, estigmatizarían inherentemente a hombres como violentos y a mujeres como víctimas, y desviarían la atención de políticas preventivas.

Aunque el congresista Salazar le respondió a Bullard en su artículo “Élite intelectual y censura de ideas” (El Comercio, 21.9.16), ahondó en generalidades obvias sobre la importancia del feminicidio y se defendió atacando la falta de apertura al libre pensamiento.

Como la discusión se fue a otro lado, es importante retomar un error en la argumentación de Bullard pues, en otra escala, es parte de cómo muchos desmenuzan la realidad. Esto es, que la naturaleza humana no es predecible y, por tanto, su regulación no es deseable. 

Lo más importante no es el argumento, sino lo que estas argumentaciones desconocen, pues en mucho sí somos predecibles, incluso cuando de violencia se trata. Veamos dos casos basados no en el sentido común, sino en resultados de estudios especializados.

Mario consumió drogas desde los 14 años producto de malas juntas. También fue víctima de violencia familiar. Hoy bordea la mayoría de edad y es un conocido carterista en su barrio. Por el contrario, su primo Carlos, quien nunca estuvo expuesto a estos riesgos, se mantuvo siempre alejado de la delincuencia.

Si Mario tomó el mal camino fue porque acumuló factores de riesgo que elevaron su probabilidad de delinquir. La palabra clave está ahí: probabilidad. No es determinismo. Es cuestión de probabilidades.

Sucede lo mismo en muchos otros aspectos de la vida, incluyendo el feminicidio. Una larga lista de estudios empíricos coincide en que la probabilidad de feminicidio es mayor cuando la violencia física hacia la mujer se intensifica (por ejemplo, cuando su pareja la ha estrangulado o usado armas en agresiones anteriores).

También cuando al separarse las parejas, el acoso aumenta, o cuando la mujer tiene más educación, mejor trabajo o gana más que él (ya que esto rompe la dependencia económica y desafía el statu quo en una relación violenta).

En esta línea, desde la psicología se han creado instrumentos que registran y valoran la existencia de factores de riesgo de feminicidio en una mujer. El más conocido de estos tiene nombre de mujer –SARA (Spousal Assault Risk Assessment)– y se aplica en más de 15 países, incluyendo algunos latinoamericanos que lo han adaptado a su realidad.

El tema de fondo es saber cuándo y para qué emplear estos instrumentos. En la línea de cómo se emplean en España, el año pasado el Congreso peruano aprobó la Ley 30364. En su artículo 28, la ley señala la obligación de que policías y fiscales apliquen un instrumento para valorar el riesgo de víctimas de violencia de pareja, cuyos resultados deben ser tomados como insumo para dictar medidas de protección y evitar feminicidios. 

Por supuesto, los instrumentos de valoración de riesgo no son infalibles. Pero mal hacemos en descartarlos de plano. Más bien, discutamos técnicamente cuándo y cómo utilizarlos, y cuándo evitarlos.