"La formulación de políticas debe actualizarse para reflejar esta realidad económica". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La formulación de políticas debe actualizarse para reflejar esta realidad económica". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Diane Coyle

A pesar de las condiciones cada vez mejores para millones de personas en el mundo, el descontento popular está en aumento en muchos lugares. Esta tendencia se concentra en los países de ingresos altos. En todo el mundo desarrollado, las condiciones de muchos trabajadores se están deteriorando. La desigualdad de ingresos está cerca de máximos históricos, la desigualdad de riqueza es aún mayor y la inseguridad económica está muy extendida.

A medida que el Reino Unido se desgarra políticamente sobre el ‘brexit’, muchos de sus ciudadanos sufren por empleos de baja calidad, viviendas inadecuadas y pobreza tan severa que dependen de los bancos de alimentos. Las protestas del chaleco amarillo en Francia han sido secuestradas por extremistas violentos, pero reflejan verdaderas quejas sobre el creciente desafío de mantener el nivel de vida.

En resumen, el contrato social posterior a la Segunda Guerra Mundial en muchas de las economías desarrolladas se está desmoronando. Y aun más incertidumbre está en camino, a medida que tecnologías como la inteligencia artificial y la robótica se arraigan.

Aunque el ritmo y el alcance de la próxima ola de automatización es imposible de predecir con precisión, el impacto será profundo. La inteligencia artificial y la robótica aumentarán el valor de algunas habilidades y reducirán el valor de otras. Y, al reforzar los sesgos sociales, la toma de decisiones con algoritmos extensos corre el riesgo de ampliar aun más las desigualdades existentes.

Pero no debemos caer en la trampa del determinismo tecnológico. Las fuerzas que impulsan el cambio económico estructural siempre se reflejan a través de decisiones políticas, que pueden ayudar a que las innovaciones tecnológicas contribuyan a un futuro más próspero.

Sin embargo, dada la profundidad de la transformación futura, no solo deben cambiar las políticas, sino el marco en el que se basan. Esto significa abandonar la idea de que el ‘mercado’ debe ser el principio organizador para la toma colectiva de decisiones.

El ‘mercado’, en este sentido, es una abstracción que tiene poco que ver con los mercados reales. Representa el supuesto de que, en general, obtenemos los mejores resultados económicos si los productores compiten para responder a los deseos de los consumidores individuales. Y su rendimiento se mide de acuerdo con el número de intercambios que tienen lugar.

Es poco probable que esta sea la mejor métrica. Por un lado, no toma en cuenta la depreciación de los recursos. Tampoco el hecho de que una proporción creciente de los intercambios en la economía digital involucra “bienes públicos”, cuyo consumo puede ser compartido por cualquier número de personas sin agotarse. Pero hay un problema aun más fundamental en evaluar el bienestar de una economía según con la satisfacción de las elecciones individuales. Si se asume que los agentes económicos son independientes, se concluirá que las opciones independientes maximizan su bienestar. Esto es razonamiento circular.

De hecho, los agentes económicos no son tan independientes como la sabiduría convencional nos haría creer. Las preferencias de consumo de las personas se conforman socialmente y cambian con el tiempo.

La formulación de políticas debe actualizarse para reflejar esta realidad económica. Los gobiernos deben reconocer que sus decisiones dan forma a la estructura de producción y desarrollar estrategias para respaldar fortalezas particulares en la producción (a través de políticas de innovación) o para abordar las debilidades. Los gobiernos también deben mejorar las oportunidades disponibles para aquellos que se quedan atrás en la economía cambiante de hoy.

Sin un nuevo enfoque es difícil imaginar un futuro próspero para las sociedades occidentales.

–Glosado y editado–