“Es penoso ver cómo ciertos políticos se aferran al argumento de 'suena feo y no es ético, pero no es delito', para defender lo indefendible en favor de sus intereses políticos”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Es penoso ver cómo ciertos políticos se aferran al argumento de 'suena feo y no es ético, pero no es delito', para defender lo indefendible en favor de sus intereses políticos”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
José Ugaz

Así se titulaba la famosa película de Soderbergh que causó gran revuelo a inicios de 1989. Su éxito estuvo basado en que reveló escenas íntimas que mostraban la complejidad de las relaciones de pareja.

Hoy, casi 30 años después, tomamos prestado el título de la película para referirnos al escándalo de corrupción que remece al Perú. Si bien en este, el sexo no juega un papel relevante –todavía–, y contamos con audios en vez de videos, lo que no faltan son las mentiras.

Al igual que la película, los audios de las conversaciones de los distintos actores de esta trama corrupta develan una compleja realidad soterrada por mucho tiempo. De pronto, expuestos a la luz pública, nos enrostran esta corrupción sistémica en la que se entrelazan magistrados de alto nivel, ministros, congresistas, empresarios, abogados, periodistas, ídolos del fútbol, autoridades deportivas y, lo que es peor, conspicuos miembros del crimen organizado (sicarios, narcotraficantes, violadores, etc.).

Sorprendidos en la intimidad de su miseria, los personajes de nuestra ópera prima han ensayado todo tipo de argumentos. Raya con lo delirante escuchar a , viejo conocido en estos afanes, sostener enfáticamente que nada de lo que dice o ha hecho constituye delito, y que lo que debe preocupar a toda la ciudadanía es cómo se están violando sus derechos al interceptarse su teléfono por orden de un juez de inferior jerarquía (¡!). Por supuesto, no faltan quienes, como el congresista , denuncian una conspiración en su contra. Mención aparte merece el fiscal , quien miente descaradamente y luego sostiene que lo hizo para preservar a su institución del escándalo (mentiras piadosas que le dicen).

¿De qué estamos hablando? ¿Se requiere encontrar a un magistrado supremo o fiscal de la Nación pidiendo un soborno encapuchado y a punta de pistola para concluir que no es idóneo para el cargo?

No hablemos de la abominable actitud de liberar violadores de niñas, narcotraficantes o lavadores de dinero por intereses crematísticos. ¿Acaso no basta escuchar a un supremo arrastrándose por un descuento en el restaurante de un litigante acusado de estafa, o mendigando entradas para un partido de fútbol a quien está acusado de ser parte de una organización criminal que mata gente, para entender que esa falta de dignidad, por sí misma, lo descalifica para impartir justicia? ¿Un país que se respete como tal puede tener como máxima autoridad a un fiscal que le miente a la nación y que se hermanea con corruptos conocidos? No es de extrañar que hasta sus propios fiscales anticorrupción declaren públicamente que su jefe no está calificado para ejercer el cargo.

Es penoso ver cómo ciertos políticos se aferran al argumento de “suena feo y no es ético, pero no es delito”, para defender lo indefendible en favor de sus intereses políticos. ¿Y los altos intereses de la nación? Bien gracias. Es mejor decir que esto es un cargamontón producto de una conspiración caviar. Es obvio que a estos les conviene tener altos funcionarios secuestrados debiendo favores, antes que intachables líderes representando a la justicia.

Hay que poner término al floro atarantador y la leguleyada formalista que se ampara en un supuesto garantismo para justificar la indecencia y la corrupción. Siempre queda flotando la incómoda pregunta: ¿Por qué hemos permitido y convivido con toda esta miseria tanto tiempo?

Hay que elevar los estándares de conducta de nuestros líderes y funcionarios. No se puede asumir como normal el pedido de favores por parte de quienes deben mantener una conducta neutral para resolver conflictos, peor aun si ese favor se le pide a un delincuente, corrupto, o sospechoso de serlo.

Ahora que el presidente ha decidido liderar el cambio con algunos gestos que han entusiasmado a la ciudadanía, no podemos dejar pasar la oportunidad. Hay que apoyar y acompañar el proceso de reforma de la justicia que ha propuesto, pero sin perder de perspectiva que el problema del Perú es más profundo que eso. Avancemos en este primer paso, identifiquemos y aislemos a los enemigos del país para luego emprender las reformas políticas que nos aseguren un cambio sostenible.