(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Alfredo Bullard

Jorge va al supermercado a comprar pasta de dientes. Al llegar a la caja le dice al cajero: “Señor, quiero la pasta de dientes pero no el tubo en el que viene como envase. Voy a pasar la pasta a esta bolsita y le dejo el tubo. ¿Me descuenta del precio el valor del tubo, por favor?”. 

El lector intuye que ello es ridículo. Los fabricantes de pasta de dientes hace tiempo decidieron que la pasta viene en tubo y los consumidores lo aceptaron. Es cierto que “nos fuerzan” a comprar el tubo. Podrían vender la pasta a granel y ahorrarnos el envase.  

Para los que crean que el ejemplo es absurdo habría que recordarles que hace 20 años productos como el arroz se vendían predominantemente a granel en los mercados, con lo que nos ahorrábamos el empaque. Pero el esquema de negocio cambió y los consumidores lo aceptamos. 

El empaquetamiento de bienes y servicios está en todos lados y define qué es lo que se vende y cómo se vende. Cuando usted compra un auto, ¿puede exigirle a quien se lo venda que le retire el encendedor de cigarrillos y lo reduzca del precio porque usted no fuma? ¿O decirle que no necesita las llantas porque puede comprar unas muy baratas en la tienda de la esquina? ¿O que no quiere la radio porque usted escucha Spotify? 

Las razones del empaquetamiento –es decir, de atar un bien o servicio con otro– pueden ser muy diversas. Responden a usos del mercado (a las personas les gusta comer hamburguesa con pan), a necesidades prácticas (el envase), a evitar costos externos (las compañías de venta de automóviles suelen atar la garantía al servicio técnico y al uso de repuestos originales para evitar que una mala calidad de servicio eleve los costos de la misma), o a generar subsidios cruzados legítimos entre consumidores con mejor predisposición a pagar por un bien (como la canchita y el cine, que permite obtener mejores márgenes en la comida en beneficio de menores precios en las entradas, de manera que si usted decide no comer en el cine puede pagar entradas realmente baratas). 

Como toda política comercial (incluida la política de precios), la Constitución y la ley han dejado esas decisiones al ámbito de la libertad de empresas. De hecho, el empaquetamiento, conocido también como “atadura”, no está prohibido, salvo cuando una empresa con posición de dominio en el mercado (que obviamente no es el caso de un cine) usa la atadura para afectar la competencia. El Indecopi (con una resolución que ayer fue temporalmente suspendida a la espera de una aclaración solicitada por la empresa Cineplex) se saltó a la garrocha tal requerimiento para crear una infracción inexistente en la ley. 

Las empresas no tienen ningún incentivo para generar empaquetamientos que los consumidores no quieren aceptar. Si el consumidor no desea el producto empaquetado lo estás forzando a pagar más por algo que no quiere. Esa fue la práctica absurda del diario oficial “El Peruano” antes de que colocara las normas legales en Internet. Vendía la separata de normas legales (que es la razón verdadera por la que compras el periódico y el mercado en el que tenía posición de dominio) atada a un diario lleno de noticias que nadie quiere leer. Ello es absurdo incluso para un monopolio. Si “El Peruano” quisiera ganar más, te vendería solo las normas legales y te cobraría el precio que cobra actualmente pero sin entregarte el diario de noticias. Se ahorraría el costo de producir la parte periodística y su margen aumentaría sustancialmente.  

Creo que la razón principal por la que la decisión del Indecopi está profundamente equivocada es de principio. Un cine es propietario de su local y sus recursos, y se encuentra en libertad de decidir cómo organiza su negocio con dichos recursos. No le ha expropiado nada al consumidor y el esquema de que no se puede entrar con comida de afuera está claramente informado y es conocido. Decir lo contrario es equivalente a señalar que pagar por el tubo del envase de dentífrico o las llantas de un carro atenta contra la libertad del consumidor

Pero al margen de la ideología, hay razones prácticas del más elemental sentido común que, simplemente, no se quieren ver. No es una discusión entre liberales y socialistas. Es una discusión entre pensar un poquito o decidir no hacerlo.