(Foto: Archivo El Comercio)
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Richard Webb

En cuanto a la , avanzábamos confiados, casi en piloto automático, y cada año había menos pobres. La fórmula era conocida, crecimiento económico, salud, educación y programas de ayuda social. Se seguía debatiendo sobre la receta exacta –una de pisco y dos de azúcar, o dos de pisco y una de azúcar–, pero no sobre los ingredientes. La frase bíblica de Mateo, “los pobres siempre estarán entre vosotros”, sustentada por milenios de historia humana, se volvía anacrónica.

Allí está la experiencia de los países desarrollados. La Revolución Industrial nació en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII, cuando la mitad de la población padecía una pobreza similar a la del Perú de hace 20 años. Aún después de medio siglo de crecimiento productivo rápido, el nivel de pobreza era tal que un miembro del parlamento inglés, el señor Moore, propuso elevar los salarios mínimos en la industria textil. Según Moore, por las 96 horas semanales que laboraban los obreros recibían un salario de 10 chelines por semana en la clase más alta de las cinco categorías de trabajadores, y apenas 18 centavos en la más baja, que incluía niños de 6 años. Pero la propuesta fue rechazada por la Cámara Baja. Un siglo y medio más tarde, cuando Gran Bretaña se había vuelto la mayor potencia económica del mundo, la pobreza se había reducido sustancialmente, pero seguía afectando a un cuarto de la población, proporción similar a la que se acaba de registrar en el Perú en el 2017.

Esa lenta conexión entre un PBI dinámico y el alivio de la pobreza dio pie a la figura del goteo, para indicar la penosa gradualidad del reparto de la riqueza desde las cumbres empresariales a las mayorías.

No sorprende entonces la búsqueda de alternativas más rápidas para el reparto de la riqueza, más aún cuando, en el siglo XX, el crecimiento del se volvió un fenómeno casi universal. En el Perú, la opción más contundente consistió en la reforma agraria de 1970, que redistribuyó gran parte de la tierra agrícola y que estaba destinada a favorecer al grupo social más excluido hasta ese momento. Pero gran parte de las ganancias que se pretendió redistribuir se evaporó por la desorganización y la mala gestión que sobrevino, y por el río revuelto que permitió que algunos se aprovecharan a costa de la mayoría pobre. Tres décadas después de la reforma, los niveles de pobreza rural seguían excepcionalmente altos.

No se descarta la posibilidad de acelerar el goteo, pero la intervención en una actividad económica tiene mucho de aventura. La economía tiene altas dosis de biología y psicología, conocimientos que escapan de los modelos mecánicos del economista. Hoy se apuesta por una fórmula más cauta, que combine transferencias como Juntos, Pensión 65 y los desayunos escolares, con presupuestos de educación y salud, que si bien se contabilizan como gastos corrientes, son en verdad inversiones que se inyectan directamente a la vena de la pobreza. Es frustrante no poder caminar más rápidamente hacia el reparto de la creciente producción nacional, pero lo recomendable es la paciencia, la persistencia y la moderación en las políticas.