El fujimorismo no es una ideología explícita, porque no la tiene. Es, más bien, una forma de hacer política en que se mezclan caudillismo, populismo, clientelismo y abuso del poder. Esta es la definición exacta, producto de la realidad, en la que encontramos hechos entre los que podemos mencionar algunos.
La violación de la Constitución que nos regía cuando el 5 de abril de 1992 Alberto Fujimori, apoyado por las Fuerzas Armadas, dio un golpe desde Palacio. Luego, trasladó su residencia al Cuartel General del Ejército y fueron disueltos el Congreso, el Tribunal de Garantías Constitucionales, el Consejo Nacional de la Magistratura, los gobiernos regionales; mientras que la Controlaría y la Procuraduría General de la Nación fueron intervenidos por los militares. Por tres días ocupó los medios de comunicación, luego se arrepintió de esta intervención directa, pero se dio maña para controlarlos creando periódicos a su servicio. Corrompió a algunos propietarios de estos medios, estrategia que luego aplicó a los congresistas. Destituyó a los integrantes de la Corte Suprema y cesó a 150 jueces. Depuso a los miembros del Jurado Nacional de Elecciones y al Directorio del Banco Central de Reserva. Para reemplazar a estos funcionarios, el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), controlado por Vladimiro Montesinos, proporcionó los nombres de las personas dispuestas a someterse, sin dudas ni murmuraciones, a las órdenes del Ejecutivo. Para impedir que estas medidas fueran cuestionadas, se modificaron los recursos de amparo y de hábeas corpus.
Los locales partidarios y sindicales fueron ocupados por los militares, quienes no encontraron oposición. Los presidentes de las cámaras legislativas sufrieron arresto domiciliario. Periodistas, dirigentes políticos y sindicales fueron encarcelados, además se violaron los derechos humanos en los casos de La Cantuta y Barrios Altos, los hechos más significativos, entre otros. Calumnió a través de una serie de periódicos chicha a sus adversarios y además los chuponeó. Impidió a través de dos leyes que se realizara el referéndum en contra de su ilegal reelección. Hizo fraude en las elecciones del 2000. Creó un sistema de corrupción en las diversas instancias del Estado. Promulgó una ley cortándole las rentas a la Municipalidad Metropolitana de Lima. Luego, cuando no pudo mantenerse en el poder y huyó a Japón, renunció a la presidencia por fax.
Cuando el general Ketín Vidal capturó a Abimael Guzmán, Fujimori en lugar de mantenerlo en el cargo y condecorarlo, lo trasladó a la Inspectoría General de la Policía e hizo pura demagogia manipulándola mediáticamente a su favor. Él desconocía la estrategia de Vidal para capturar al feroz terrorista y su banda.
El fujimorismo es eso: una dictadura corrupta mezcla de ladronería con violación de los derechos humanos. Sucede que el fujimorismo ahora compite en los procesos electorales como si nada de lo anterior hubiese pasado. El neofujimorismo no ha deslindado, porque no lo puede hacer, con los delitos cometidos por Fujimori y Montesinos, dupla que funcionó al unísono: por eso se les califica de fujimontesinismo.
El fujimorismo vigente es la continuación del fujimorismo original. Tiene a sus defensores que pretenden borrar con una mano lo que se hizo con la otra, intentando tergiversar la realidad. No hay deslinde como se ha señalado, no hay disculpas ni se ha pedido perdón por los daños que le han causado al Perú.
Pero así como tiene sus seguidores también están sus detractores, aquellos que pugnan por adecentar la política para evitar que el fujimorismo retorne al poder (con mayor precisión, que regrese al gobierno).
En este grupo está Mario Vargas Llosa, cuyas recientes opiniones han generado un revuelo en ciertos sectores de nuestra sociedad. Le han dicho de todo e incluso se afirma, el ya trillado sambenito, que lo hace por odio. Sin embargo, analizando sus palabras, ellas se pueden interpretar como la de un demócrata adversario permanente de toda dictadura, tanto que en su momento calificó al famoso Partido Revolucionario Institucional (PRI), de México, de “dictadura perfecta”.
Vargas Llosa sabe muy bien lo qué es el fujimorismo, movimiento que avala lo hecho por Fujimori y, como muchos, no quiere que esto se repita. Por eso, hará campaña en su contra, al igual que otros peruanos, como el colectivo No a Keiko.