Entramos al 2025 sin esperanza. Según un estudio de Datum para El Comercio, el 69% de los peruanos considera que el 2024 ha sido un mal año. Un 36% cree que el 2025 será igual y un 32%, que será peor. Parte importante de la población no solo siente que ha retrocedido, sino que no ve un futuro mejor (confiamos en las cifras cuando la convergencia es tan clara, así la presidenta crea que gobierna en Oz). El panorama político tampoco augura tranquilidad. El próximo año se convocarán las elecciones generales del 2026, las primeras en las que elegiremos un Senado y enfrentaremos una lista interminable de aspirantes a la presidencia. Todo apunta a un año tenso y desafiante.
Dina Boluarte puede restar importancia a las encuestas, pero los datos no mienten: reflejan la desilusión de un pueblo que ve en su gobierno la falta de respuestas. Y los peruanos no están contentos. Si tantos ven el futuro con escepticismo, no es simple pesimismo, es una señal de que algo fundamental no está siendo atendido.
En el Perú hemos normalizado que nuestros líderes ignoren la realidad, transformando el gobierno en un escenario para sus ambiciones personales. El propósito de la política –servir a la sociedad– se ha diluido. Dina Boluarte y otros políticos parecen olvidar que no gobiernan para su propio reflejo, sino para una ciudadanía que mide su éxito en términos concretos: seguridad, empleo, justicia, agua potable, transporte digno y, sobre todo, la esperanza de un futuro estable donde los esfuerzos de hoy traigan frutos mañana.
Cientos de miles de peruanos han dejado el país en los últimos años, sin planes de volver. ¿Qué nos dice eso sobre la esperanza que tenemos en la viabilidad de nuestro país? Si nosotros mismos no creemos en su futuro, ¿quién lo hará? El 2025 será una prueba crucial. Los aspirantes a la presidencia, al Congreso y a las autoridades regionales deben recordar qué está por encima del poder. Este país no puede seguir siendo un tablero de ajedrez ni un laboratorio de promesas vacías. Dejen de jugar con el Perú. Respeten el rol de la política. Respeten a los peruanos. Porque somos nosotros quienes votamos, pero son los candidatos quienes tienen la responsabilidad de ofrecernos algo mejor. Un país no puede avanzar cuando las únicas opciones son la resignación o la mediocridad disfrazada de liderazgo. Si algo no cambia, el Perú arriesga su futuro, pero no la fuerza de su gente para exigirlo.
Que el 2025 sea el año en el que no solo sumemos días, sino también decisiones valientes para comenzar a cambiar el rumbo del Perú. Feliz año nuevo, con la esperanza de que el futuro, aunque incierto, aún dependa de nosotros.