¿Qué sería de la historia moderna sin esos personajes que despectivamente son llamados “izquierda caviar”? Hace 14 años, el periodista Laurent Joffrin se hizo esta pregunta en su libro “Histoire de la gauche caviar” (2007) y su respuesta fue contundente: mucho peor, especialmente para los sectores con menos ingresos y poder. Caviares como Voltaire, Franklin D. Roosevelt y John Maynard Keynes hicieron más por el bienestar económico, político y social de Occidente que los autócratas revolucionarios, sean de izquierda o derecha.
Con el término caviar normalmente se identifica a los progresistas de la élite socioeconómica. Aquellos que –desde su situación de privilegio– se rebelan contra las injusticias sociales que explican una parte sustancial de las desigualdades. El derecho es su forma principal de lucha porque han comprendido que la igualdad –o sea, la condición ciudadana– es la base de toda democracia. Como bien indicó el sociólogo inglés T.H. Marshall (otro caviar) a mediados del siglo pasado, la ciudadanía plena recién se conquista con los derechos sociales, económicos y culturales. Es decir, cuando se va ampliando la igualdad de oportunidades y la mayoría logra el bienestar social.
Para esta izquierda, el derecho por sí solo no es suficiente, sino que tiene que estar acompañado de una institucionalidad estatal capaz de garantizar la protección y el ejercicio de los derechos adquiridos. Más que estatista, la propuesta caviar es institucionalista, en el sentido de que los excesos del Estado o mercado deben ser controlados y regulados.
Es fácil comprender, entonces, por qué los caviares generan rechazo, especialmente en los extremos del espectro político. Para la extrema derecha, son hipócritas, porque –a pesar de aprovecharse de todos los beneficios de su encumbrada posición– dicen renegar de los privilegios, aunque siguen disfrutando de ellos día a día. Para las izquierdas más radicales, especialmente las que practican el obrerismo, son paternalistas que mitigan las contradicciones y pretenden sustituir a la legítima vanguardia de la revolución. Para ambos extremos, son “traidores de clase” porque no han sabido mantener su lugar y ello desordena la visión dicotómica y polarizada que apoyan los radicales. La pureza de clase parece ser el argumento principal para criticarlos.
Pero los caviares están lejos de ser los únicos que sufren de esta suerte de disonancia cognitiva clasista. Por ejemplo, podríamos pensar en personas que viven en condición de pobreza, pero que defienden causas derechistas liberales. Es decir, que apoyan al sistema que perenniza su condición de miseria. Los marxistas los tildan de “alienados” y la derecha los considera normales. ¿Por qué no son más duros con estos desclasados? Por ejemplo, siguiendo con el sentido peyorativo del caviar, podríamos llamarlos una “derecha huevera”. Y ahí podríamos ubicar a integrantes populares del Ku Klux Klan, las camisas negras italianas o los ‘porky lovers’ que habitan en asentamientos humanos limeños.
El rechazo que genera el caviar no es tanto por desclasado, sino por su acceso al poder. Como dice Joffrin, la posición privilegiada de la que goza hace que sea un puente entre las ideas de cambio y los recursos necesarios para implementarlas, algo que no ocurre con otros desclasados. De una forma u otra, su condición de clase –primordialmente su educación de élite– le permite integrarse a redes de influencia política, sean nacionales o internacionales.
En el caso particular del Perú, el caviar estereotípico es directivo, profesional o investigador de una ONG, organizaciones que enfurecen a los extremistas de ambos bandos. La razón principal del rechazo a las ONG es justo por el papel de bróker político que ostentan. Su poder proviene de ser intermediarios entre la cooperación internacional, las agencias multilaterales, la sociedad civil global, las cortes internacionales, la academia internacional y los diversos movimientos de la sociedad civil peruana.
Laurent Joffrin advierte, sin embargo, que la izquierda caviar ha ido perdiendo vigencia porque no está produciendo alternativas claras al modelo hegemónico neoliberal. Más bien, se ha dedicado a asuntos sociales, culturales y de estilos de vida. Demasiada política social, muy poco de la económica, al mismo tiempo que la desigualdad de ingresos y riquezas en el mundo ha aumentado de forma vertiginosa. ¿Podrán –como en el pasado– asumir tremendo reto?
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