César Villanueva advirtió que es la segunda vez que se pide la cuestión de confianza al Congreso en el período 2016-2021. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
César Villanueva advirtió que es la segunda vez que se pide la cuestión de confianza al Congreso en el período 2016-2021. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Editorial El Comercio

En los últimos días, el país se ha visto inmerso entre los fuegos del Poder Ejecutivo y el Legislativo. El domingo, el presidente Vizcarra –ante la desidia del Congreso para aprobar las cuatro reformas que le habían sido presentadas el 28 de julio– sorprendió a la población con el anuncio de un pedido de confianza. Un evento que se pintaba como el punto más tenso de la relación entre el actual mandatario y el Parlamento, y que amenazaba con tener consecuencias no menores. Después de todo, la lectura del Ejecutivo fue siempre clara: más allá de cambios presidenciales, este mismo Parlamento ya ha negado una vez un pedido similar, lo que se traducía en que una segunda negativa podría haber gatillado la disolución del Legislativo.

Lo sucedido ayer en el Congreso, sin embargo, determinó que evitáramos esa posibilidad. Luego de casi doce horas de debate, en las que la actitud confrontacional de César Villanueva y las reacciones del fujimorismo parecían encaminadas a un desenlace distinto, se optó por otorgar la solicitada confianza. Fueron 82 los votos a favor, 22 los votos en contra y 14 las abstenciones.

Lo cierto es que un resultado distinto no hubiera traído ganadores. Más allá de que cada ciudadano puede tener opiniones inclinadas a uno u otro lado, y puede estar más o menos de acuerdo con algunas frases del debate, no puede haber vencedores en una disrupción como la que hubiera significado una eventual disolución del Congreso. Pues si bien esta es una medida constitucional, que el Ejecutivo tiene el derecho de ejercer ante determinados supuestos, es también una medida que solo debe usarse cuando no queda otra salida.

Ahora bien, si el comienzo de esta semana estuvo marcado por el enfrentamiento político, esperamos que lo que resta sea ocupado por el fondo de las reformas. Aunque la propuesta sobre el Consejo Nacional de la Magistratura ya fue aprobada por el pleno, y deberá ser materia de referéndum para determinar si se incorpora a la Constitución, todavía quedan tres proyectos por debatir. Y esta discusión, felizmente, ha sido posibilitada por el hecho de que la cuestión de confianza finalmente aprobada ayer no fue por la letra chica de los proyecto, sino por las líneas políticas más generales. Así, aunque se entiende que existe un compromiso de presentar a referéndum las reformas en cuestión, queda espacio para los ajustes que se consideren necesarios.

Algunos de estos ajustes son, efectivamente, menores. En el tema de bicameralidad, por ejemplo, expertos han puesto en duda que el número de parlamentarios que se establece en el proyecto sea el adecuado. Quizá, y para que esto no se vuelva causal de entrampamiento, valga más la pena que la cifra se deje fuera de la Constitución, y sea materia de otra norma.

Otras discusiones, sin embargo, son más difíciles. En concreto, hemos hablado ya bastante en estas páginas sobre el desacierto que significaría prohibir la reelección parlamentaria. Aunque no es el momento de discutir los detalles, basta decir que se está privando al Parlamento de las ventajas de la experiencia para solucionar un problema que en la práctica no es tal: los congresistas reelegidos, en realidad, son una minoría.

Ayer por la noche, mediante un tuit, el presidente Vizcarra aseguró: “Aquí no hay vencedores ni vencidos. Hoy solo ha ganado el Perú”. Esperamos que esta no sea una victoria efímera, y que no veamos pronto que un afán de venganza dé pie a otra pelea de fuerza.