Editorial El Comercio

Las posibilidades que tiene el expresidente de demostrar que no hizo lo que todos lo vimos hacer en vivo y en directo el 7 de diciembre del 2022 –esto es, dar un en un mensaje televisado y dirigido a toda la nación– son escasas, por no decir nulas. La circunstancia de que ese ‘putsch’ fuera improvisado, torpe y efímero no cambia la entraña delincuencial del acto y por eso el juicio oral que enfrenta en estos días con relación a ello pinta muy mal para él. Su estrategia de presentar sus anuncios y órdenes de aquel día como solo un gesto político no ha ganado muchos adeptos en el país y hasta las voces de sus aliados internacionales en ese empeño se van apagando.

Eso explica seguramente que en los últimos días el exgobernante haya tratado de desacreditar el sistema legal que lo juzga. Si la gente tiene la impresión de que es una justicia hechiza la que lo condena, pensará él, quizás abrigue dudas sobre la culpabilidad que muy probablemente terminarán atribuyéndole. Así, lo hemos visto despidiendo a sucesivos abogados, tratando de abandonar la sala donde se celebran las sesiones del juicio y anunciando una huelga de hambre cuyo propósito no es claro.

¿Quiere acaso ser declarado sumariamente inocente antes de que el proceso termine? ¿Ser puesto en libertad mientras se anula todo lo actuado? Si tales son sus pretensiones, pasará mucho tiempo antes de que vuelva a probar bocado…

Pero hay más. Castillo ha agraviado a los magistrados, fiscales y procuradores comprometidos en este juicio. A la magistrada Norma Carbajal la ha llamado “la Herodías de esta sala”, y a quienes lo acusan les ha dicho que tienen “una tesis de Azángaro que no pueden justificar”. Cómo será de inaceptable su comportamiento que el defensor público que la corte le asignó ante su negativa a presentar un abogado propio ha terminado por renunciar argumentando que el expresidente “ha generado una situación insostenible”.

Como decíamos, sin embargo, todo es un montaje para distraer. Una puesta en escena bufa para teñir el proceso de matices ridículos que le sustraigan gravedad al delito que cometió. Los jueces no deben dejarse sorprender y tomar más bien en cuenta el espíritu de esta estrategia para seguir conduciendo el proceso con seriedad y evitar que devenga el espectáculo de feria que su principal protagonista quisiera. En este caso, el show no debe continuar.

Editorial de El Comercio

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