El viejo problema del acoso sexual en el transporte público ha cobrado actualidad por la reciente denuncia de una actriz que fue agredida en el Metropolitano, y ha impulsado a distintas autoridades políticas a proponer imaginativas formas de solucionarlo. Por un lado, la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, ha sugerido la creación de un servicio de buses exclusivo para damas. Y por otro, la ministra de Trabajo, Ana Jara, ha lanzado la idea de defenderse de los ‘mañucos’ con “tijeras, clavos y agujas”. Se podrían, sin embargo, integrar elementos de las dos propuestas –la habilitación de unidades para cierto tipo de pasajeros y la punción punitiva– en una tercera, que se nos antoja más justa y eficiente.
A fines de la Edad Media, algunos ríos de Europa eran surcados por barcas en las que se confinaba a dementes y marginales que la sociedad quería apartar de su vista, una práctica que inspiró obras tan poderosas como “La nave de los locos”, del pintor flamenco Hieronymus Bosch (El Bosco). De modo semejante y conforme se los fuera capturando, ¿no se podría entonces encerrar a los ‘ñucos’ en un bus especial que circulase eternamente por la ruta del Metropolitano y en el que una verdugo inexorable los pinchase en cada paradero por siempre jamás? La idea es descabellada, pero por lo menos tiene más probabilidades de hacerse realidad que la imposición de la autoridad municipal o gubernamental en este asunto.