"Es hora que hagamos lo mismo como sociedad: que aumente la confianza y que la merezcamos". (Foto: El Comercio)
"Es hora que hagamos lo mismo como sociedad: que aumente la confianza y que la merezcamos". (Foto: El Comercio)
Marco Sifuentes

En cualquier otro contexto, la imagen sería perturbadora. Desde el asiento del copiloto, la cámara de un celular apunta a un carrazo blanco que se desplaza –según delata la fisonomía de las calles– rumbo a La Molina. Una voz masculina anuncia: “Aquí estamos, detrás de Farfán”.

¿Un marca? ¿Secuestro al paso? ¿Reglaje de la DINI? Todo es posible, hasta que se escucha a una chica que explica: “para darle sus respectivos saludos”. Consiguen colocarse al lado del vehículo del goleador y le pasan la voz. “Lo máximo, Farfán”, dice ella. “No sabes cómo grité tu gol, maldita sea”, dice él. El goleador los mira con gesto tímido y sonrisa orgullosa, y acaba la escena.

El video se difundió ayer, luego de –es la primera vez que voy a escribir esto, discúlpenme si retraso un poco el momento para disfrutarlo más– nuestra clasificación al Mundial. Aún así, aún con tanta alegría en el cuerpo, Internet sigue siendo ese lugar donde todo el mundo se queja de todo. El morbo pudo más y me fijé en los comentarios. Esperaba al típico ajustadito que reflejara exactamente mi primera impresión: oye, la inseguridad ciudadana, eso no se hace, para qué filmas el auto de la ‘Foquita’. Pero no, nada de eso. Solo habían mensajes de felicidad y sana envidia.

¿Qué había pasado? ¿Dónde quedó la desconfianza innata del peruano? Todas las precauciones fueron diluidas por la emoción, por esa sonrisa tonta que los peruanos andamos exhibiendo desde el miércoles.

Hay un error en el párrafo anterior. Nuestra desconfianza no es innata. Tampoco se puede decir con precisión que es aprendida. Es, más bien, casi el aire que respiramos. Los peruanos no confiamos en los demás. Por consiguiente, tampoco en nosotros mismos. Y, para terminar, desconfiamos hasta de nuestros propios sentimientos.
Somos una sociedad con síndrome postraumático. El terrorismo y la hiperinflación nos han marcado hasta ahora: ante ellos, la desconfianza no solo era una estrategia de sobrevivencia sino que se volvió nuestra forma de vida.

No es casualidad que la mayoría de seleccionados no solo no haya vivido los 80 sino que hayan pasado toda o la mayor parte de su vida adulta en una sociedad que –desde el 2000 y a pesar de todo– ha dedicado mucho de sus esfuerzos a definirse usando un discurso de integración y solidaridad (tanto desde el Estado como con iniciativas privadas como el movimiento gastronómico). No es una sociedad que haya superado, en absoluto, sus traumas pero que sí ha logrado asumir un aspectos más saludables para la vida en común.

Cuando Ricardo Gareca asumió el mando de la selección dijo, literalmente, que lo hacía porque confiaba en el jugador peruano. Y los jugadores peruanos hicieron todo por hacerse merecedores de esa confianza. Ya es hora que hagamos lo mismo como sociedad: que aumente la confianza y que la merezcamos. Porque yo creo en ti.