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“Los hombres no lloran’ o “las mujeres pueden con todo”: el impacto de educar desde roles rígidos en niños y niñas
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“No llores, tú eres un chico fuerte” o “Ayuda tú, que las niñas son más responsables”. Estas son algunas de las frases que, en pleno siglo XXI, forman parte de la crianza de muchos niños. Aunque parecen inofensivas e incluso pasen desapercibidas, la realidad es que moldean de manera silenciosa la identidad emocional de los niños. Básicamente, cada vez que son empleadas, van marcando lo que supuestamente “debe” hacer un niño o una niña, delimitando aspecto como quién puede llorar, quién tiene que ser fuerte, quién cuida y quién es cuidado.
Muchas veces, estos mandatos ocurren porque desde la infancia los menores son socializados con ideas sobre cómo deben sentir, pensar y actuar según su sexo biológico, lo que se conoce como socialización de género, explicó Juan Pablo Castro, psicólogo de MAPFRE a Estilo. Es decir, aprenden desde muy temprano qué emociones son aceptadas para ellos y cuáles no.
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Sin embargo, este no es un fenómeno social reciente, ya que ha estado presente durante generaciones. Como bien señaló Verónica Ponce, docente de la carrera de psicología de la Universidad Científica del Sur, son normas sociales que heredamos casi sin darnos cuenta y que se van quedando como si fueran parte del orden natural, aunque en realidad son construcciones culturales o como una especie de “guiones” que organizan la vida en sociedad.
“En las familias peruanas, esto se percibe con claridad. Aunque existe un deseo genuino de romper con los estereotipos, los hábitos emocionales tardan más en cambiar. Porque una cosa es saber que las niñas no tienen por qué ser siempre responsables o que los niños también sienten miedo, y otra es haber crecido toda la vida escuchando lo contrario. Muchas madres, padres o cuidadores repiten estos mandatos no por mala intención, sino porque fueron educados así y no han tenido modelos distintos. Por eso, estos mensajes continúan circulando, incluso cuando las ideas actuales ya los cuestionan”, afirmó la psicóloga.
¿De dónde vienen realmente los roles?
Los roles de género no nacen de una sola fuente, sino que son el resultado de lo que los niños escuchan, pero sobre todo lo que ven. De acuerdo con la psicóloga Kate Eshleman, de Cleveland Clinic, estos aprenden principalmente a través de la observación. “Cuando uno de los hijos es convertido en “el fuerte”, “el responsable” o “el que nunca falla”, no hace falta verbalizar un mandato para que se consolide: el niño comprende que ese es el papel que debe ocupar. El impacto del modelo cotidiano es tan grande que incluso pequeños gestos pueden enseñarle qué emociones son aceptables y cuáles debe ocultar”.
Sin embargo, las palabras refuerzan lo que ya se transmite con el ejemplo. Por eso, cuando los elogios se concentran en el sacrificio, la perfección o la complacencia, el niño entiende que ese comportamiento es el que obtiene aprobación. Y así, frases aparentemente inofensivas se mezclan con lo que ya observa en casa y terminan consolidando roles rígidos que más adelante pueden limitar su desarrollo.

El panorama se complica aún más cuando el discurso y lo que observan en la práctica entran en contradicción. Según Patricia Cortijo, neuropsicóloga de Clínica Internacional, esta incoherencia genera disonancia cognitiva, es decir, el niño recibe dos mensajes opuestos.
“Por ejemplo, si un padre predica la calma, pero resuelve sus frustraciones gritando, el mensaje verbal pierde fuerza frente al modelo real. Para el niño, lo que funciona en la práctica pesa más que cualquier instrucción. Por eso, el resultado es que termina aprendiendo —y repitiendo— aquello que ve, no lo que oye”.
¿Qué señales revelan que estás educando en base a un rol?
Por lo general, estos patrones aparecen a través de gestos cotidianos. Para Irma Reginaldo, psicóloga clínica y directora del Instituto IPIR, uno de los primeros indicios es invalidar las emociones según el género: “no llores”, “eso no es de niñas” o “los hombres aguantan”. Estos mensajes enseñan que hay sentimientos “permitidos” y otros que deben ocultarse.
Del mismo modo, reforzar intereses o actividades solo porque “corresponden” a su sexo —niñas en la cocina, niños en deportes; elogiar a una por ser “delicada” y a otro por ser “fuerte”— limita su exploración natural y moldea quiénes creen que deben ser.
Otro signo común es premiar solo las conductas de fortaleza, valentía o madurez, sin considerar la edad del niño. Esto genera que aprendan rápido a exigirse más de lo que sienten, dejando poco espacio para mostrarse vulnerables. Y algo muy frecuente, añadió la experta, es minimizar la tristeza, el miedo o la inseguridad con frases como “no exageres”, “no es para tanto” o “no seas dramática/dramático”.
No obstante, a veces la señal no está en lo que decimos, sino en lo que el niño hace. Según Eshleman, un claro indicador de roles rígidos es cuando el menor actúa como un pequeño adulto dentro del hogar: cuida a los hermanos, consuela a un progenitor o asume responsabilidades que le corresponden a un adulto. Cuando un niño ocupa ese lugar, es evidente que está respondiendo a expectativas que no deberían recaer sobre él.
“Los padres pueden identificar estos mandatos heredados observando sus propias reacciones automáticas ante las emociones o preferencias de sus hijos, especialmente cuando algo les incomoda o sienten el impulso de corregirlo. Es importante preguntarse ¿de dónde viene esa frase que suelo decir? ¿es realmente lo que yo creo o es una creencia aprendida de niño? También ayuda anotar frases que se repiten sin pensar, como “no llores” o “pórtate como un hombre”. En definitiva, la reflexión conjunta entre adultos e incluso conversarlo con los propios hijos, permite reconocer patrones y ajustarlos”, sostuvo Cortijo.
¿Cuál es el impacto emocional de educar desde los roles?
Cuando una niña o un niño siente que “debe ser” algo para ser aceptado, su mundo emocional se empieza a estrechar, aseguró la psicóloga Verónica Ponce. En el caso de los niños, escuchar constantemente que no deben llorar o mostrarse vulnerables los lleva a esconder el miedo, la tristeza o la inseguridad. Muchas veces esa represión termina saliendo como irritabilidad, enojo o una desconexión emocional que después también pesa en sus relaciones.
Mientras que, en las niñas ocurre algo distinto, pero igual de fuerte: cuando reciben el mensaje de que deben ser responsables, ordenadas o complacientes, tienden a sobrecargarse emocionalmente. Por eso, les cuesta poner límites, sienten culpa cuando priorizan sus necesidades y aprenden a postergar lo que quieren para no incomodar.

“Desde la psicología social, este fenómeno se explica a través de la conformidad: todos necesitamos pertenecer a un grupo. Cuando una niña expresa enojo o un niño muestra sensibilidad, muchas veces son corregidos, burlados o aislados porque se salen de la norma. Nadie quiere ser excluido, menos en la infancia. Así que terminan ajustándose a lo que se espera, incluso si eso les duele o los desconecta de quiénes son de verdad. Lo más preocupante es que no solo aprenden el mandato, sino un mensaje más profundo: “ser auténtico puede poner en riesgo mi lugar en el grupo”.
A largo plazo, ese aprendizaje impacta significativamente en la autoestima, la seguridad emocional y la capacidad de construir relaciones donde puedan mostrarse sin miedo. Los niños empiezan a creer que el cariño o la aprobación dependen de “comportarse bien” o de cumplir con expectativas ajenas. Así, van construyendo una identidad más basada en el desempeño que en la autenticidad, por lo que esconden lo que sienten, minimizan lo que les duele o fuerzan rasgos que no necesariamente les nacen de forma natural.
Desde luego, como destacó la experta de la Universidad Científica del Sur, esto también limita sus intereses. Un niño puede dejar de explorar actividades asociadas con sensibilidad o creatividad porque “no encajan” con lo que se espera de él; y una niña puede ocultar talentos más firmes, analíticos o competitivos por miedo a salirse del molde. “En ambos casos, lo que se reduce no es solo la expresión emocional, sino la libertad de descubrir quiénes son realmente”.
De acuerdo con Reginaldo, los niños que sienten la presión de un rol suelen mostrar:
- Vergüenza al expresar emociones.
- Hipersensibilidad a la crítica.
- Rigidez en su comportamiento.
- Evitación de actividades que antes disfrutaban.
- Pérdida de espontaneidad al jugar y preocuparse por “hacerlo bien” en lugar de disfrutar.
Cuando estos signos se vuelven persistentes y afectan su bienestar escolar, social o familiar, es una señal clara de que necesitan apoyo profesional.
¿Cómo romper el ciclo sin perder estructura ni límites?
Romper el ciclo de los mandatos de género no significa renunciar a la estructura ni a los límites que un niño necesita para sentirse seguro. El cambio principal ocurre cuando dejamos de educar desde lo que “debería ser” y empezamos a enfocarnos en lo que sienten, necesitan y pueden aprender. Y esto es perfectamente compatible con una crianza firme, clara y organizada.
Como precisó Karin Domínguez, psicóloga y directora de MODO USIL de la Universidad San Ignacio de Loyola, el punto de partida es desplazar la mirada del rol hacia la conducta. En vez de frases como “los niños no gritan”, se trabaja con mensajes concretos y realistas: “necesito que hables con calma” o “no empujes porque puedes lastimar”. El límite sigue ahí —claro, comprensible y firme—, pero sin cargar al niño con expectativas rígidas sobre quién debería ser.
Validar emociones también es parte de esta estructura: “está bien que estés triste, vamos a calmarnos juntos”. Esto no solo mejora la autorregulación, sino que también enseña responsabilidad desde el autocuidado y no desde el género.
Según Irma Reginaldo, romper estos patrones implica enseñar habilidades emocionales que sustituyan los viejos mensajes. Ayudar al niño a nombrar lo que siente (“veo que estás frustrado”), acompañarlo a regularse (“respira conmigo”), y mantener límites firmes sin etiquetas son pasos fundamentales. El mensaje ya no es “sé fuerte” o “compórtate como un hombre/mujer”, sino “estoy aquí para ayudarte mientras aprendes”. Así, la estructura se mantiene, pero ahora es más saludable, más humana y más útil para la vida cotidiana.

Cuando el menor ya internalizó un rol determinado, el acompañamiento requiere de paciencia y consistencia. “Además de validar sus emociones (“es normal que te sientas así”), es importante normalizar que todas las personas sienten tristeza o miedo, y reforzar cada gesto de autenticidad son claves para aflojar las creencias rígidas. El modelado adulto también pesa enormemente: cuando un padre o madre reconoce su tristeza o frustración sin vergüenza, el niño entiende que expresar emociones no lo hace débil, sino humano. En familias donde los roles están muy arraigados, pueden sumarse herramientas externas como programas de entrenamiento parental, psicoeducación o incluso sesiones familiares para reorganizar límites y consecuencias sin caer en mandatos de género”.
Para que este cambio se sostenga, los niños y niñas necesitan espacios en donde puedan expresarse sin juicio:
- Actividades artísticas: Como el dibujo, la pintura o la música son una excelente vía para que expresen lo que sienten sin necesidad de ponerlo siempre en palabras. A través del arte pueden mostrar tristeza, alegría, miedo o enojo de manera natural y segura.
- Juego simbólico: Les permite representar situaciones de la vida cotidiana, asumir distintos roles y procesar emociones desde la imaginación, sin sentirse evaluados.
- Deportes no competitivos: Favorecen el movimiento, el trabajo en equipo y la diversión sin la presión de ganar o perder, lo que reduce la ansiedad y permite que cada niño participe a su propio ritmo.
- Lecturas que muestran diversidad de roles: Estas ayudan a ampliar la mirada de los niños sobre lo que pueden ser y hacer, sin limitarse por estereotipos, fortaleciendo su autoestima y su libertad de elección.
- Juegos cooperativos: Enseñan a colaborar, esperar turnos, resolver conflictos y apoyarse entre sí, creando un ambiente emocionalmente más seguro.
- Actividades nuevas sin etiquetas: Permiten que los niños exploren intereses variados sin miedo al juicio, favoreciendo la flexibilidad, la creatividad y una expresión emocional más libre y auténtica.
¿Cuáles son los beneficios de flexibilizar los roles en la crianza?
En definitiva, flexibilizar los roles en la crianza no solo es una alternativa moderna, sino una forma más humana y saludable de acompañar a los pequeños en su desarrollo. Como resaltó Verónica Ponce, cuando las familias permiten que niñas y niños expresen sus emociones libremente y desarrollen sus intereses, los beneficios aparecen en varios niveles.
En el terreno emocional, los niños muestran mayor seguridad, menos miedo al juicio y una identidad más auténtica, por lo que pueden nombrar lo que sienten, pedir ayuda cuando la necesitan y establecer límites sin culpa.
En el día a día familiar, la flexibilidad también transforma la convivencia. Las dinámicas dejan de ser tan rígidas y jerárquicas: madres, padres y cuidadores comparten decisiones, responsabilidades y cargas que antes recaían de forma desigual, especialmente sobre las mujeres. Esto abre paso a un ambiente más colaborativo, donde los vínculos se fortalecen porque cada integrante puede participar desde sus capacidades, no desde un mandato impuesto.
“Desde la psicología, esto también tiene un impacto colectivo: niñas y niños que crecen con libertad emocional desarrollan mayor empatía, capacidad de cooperación y habilidades para la resolución pacífica de conflictos. Al no sentir que deben defender o demostrar un rol rígido, tienen menos necesidad de competir o dominar, lo que mejora la convivencia en el colegio y su entorno en general”, refirió la especialista.
No debemos olvidar que, “el bienestar emocional individual se transforma en bienestar social”. Cuando una familia deja de reproducir mandatos restrictivos, contribuye a una sociedad con menos violencia, menos discriminación y más espacios seguros para la diversidad humana. El equilibrio emocional de una persona no es solo suyo; se refleja en cómo trata a los demás, cómo se relaciona y cómo participa en la vida colectiva. En ese sentido, educar sin roles rígidos no solo mejora la vida de los niños, sino que fortalece la salud emocional de toda la comunidad.
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