Amar no siempre es fácil y no porque la relación esté rota. A veces el amor se siente como una lucha porque activa nuestras heridas, expectativas y miedos más profundos. (Foto: Freepik)
Amar no siempre es fácil y no porque la relación esté rota. A veces el amor se siente como una lucha porque activa nuestras heridas, expectativas y miedos más profundos. (Foto: Freepik)

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Cuando amar es difícil: lo que nadie te cuenta sobre el cansancio emocional en las relaciones de pareja
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Durante décadas, el que terminan justo cuando la pareja se elige, las novelas románticas que cierran después del beso final y hasta la música que celebra la pasión más que la convivencia, han moldeado una idea muy concreta del : una emoción intensa, casi mágica y capaz de vencerlo todo. Sin embargo, la vida real empieza después de ese gran final feliz. Es ahí donde la narrativa se desmorona y muchas personas sienten que el amor, incluso cuando es sano, se vive como una lucha constante.

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¿Hoy el amor genera más cansancio que antes? ¿O es que simplemente ya no estamos dispuestos a “luchar por amor”? En un tiempo donde las se pueden terminar con un solo clic y las opciones parecen infinitas, la idea de sostener un a veces puede interpretarse como una carga o un sacrificio. Pero, ¿es realmente así?

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Juan Carlos Fangacio

Según explicó la psicoterapeuta Liliana Tuñoque, de Clínica Internacional a , a veces sentimos que amar es una lucha porque, en realidad, implica aprender a convivir con alguien distinto a nosotros. Incluso en relaciones sanas hay ajustes, desacuerdos y momentos donde uno tiene que revisar sus propias emociones. No es que la relación esté mal, sino que el vínculo nos pide crecer, y crecer a veces cansa.

Además, como bien señaló Kendra Mathys, psicóloga de Cleveland Clinic, “el amor no solo activa lo que sentimos por la otra persona, sino también nuestros : al abandono, al rechazo o a no ser “suficiente”. Por eso, cuando alguien tiene una forma de vincularse marcada por la o la inseguridad, puede vivir la relación como en un estado de alerta permanente: lee silencios como señales de peligro, cambios de tono como rechazo y necesita confirmaciones constantes para calmar la angustia. Esa hipervigilancia emocional hace que una relación funcional se sienta por dentro como una batalla diaria.

“Amar implica negociar necesidades, ceder, y hablar de lo que duele, y eso requiere habilidades emocionales que no siempre están desarrolladas. Si a eso se suma una historia de relaciones difíciles, experiencias de ghosting o pérdidas ambiguas, la persona llega a la pareja con Entonces el trabajo normal de una relación se percibe como un esfuerzo agotador, aunque el vínculo sea básicamente sano”.

¿Las expectativas modernas distorsionan lo que es realmente amar?

Hoy en día, se espera que la pareja sea todo: mejor amigo, amante, refugio emocional, proyecto de vida y fuente de validación constante, destacó Mathys. Cuando alguien tiene una gran necesidad de seguridad y reafirmación, es fácil que espere que la otra persona calme cada inseguridad, responda rápido a cada mensaje y esté siempre disponible. Sin embargo, como eso es imposible, las pequeñas ausencias o diferencias se viven como “falta de amor” y el esfuerzo normal de conciliar dos vidas se siente como una carga injusta.

También hay una creencia implícita de que si el vínculo es “el correcto” todo debería fluir sin conflicto, sin dudas y sin altibajos emocionales. Desde la psicología, como aseguró la experta, se sabe que eso no es realista: en especial pueden idealizar una relación perfecta y sin fricciones, y cuando la realidad no encaja, interpretan el trabajo necesario como una señal de que algo está mal, en lugar de verlo como parte natural de cualquier vínculo cercano.

Asimismo, hay una mayor sensación de que amar “cuesta más que antes”. Si bien actualmente se habla abiertamente sobre la , los límites, el autocuidado y los estilos de apego, también se visibiliza todo aquello que necesitamos revisar dentro de nosotros mismos para construir vínculos más saludables. “Muchas personas identifican que cargan con patrones de ansiedad, miedo al abandono o dificultad para confiar, y ya no se conforman con repetirlos, por lo que buscan cambiarlos. Ese trabajo interior se siente como “más esfuerzo”, pero en realidad es un esfuerzo más consciente que antes simplemente se invisibilizaba”.

Incluso las mejores relaciones requieren esfuerzo. No el esfuerzo que desgasta, sino el que construye: conversaciones incómodas, ajustes diarios y presencia emocional.
Incluso las mejores relaciones requieren esfuerzo. No el esfuerzo que desgasta, sino el que construye: conversaciones incómodas, ajustes diarios y presencia emocional.

Por otro lado, la inestabilidad laboral, los cambios frecuentes, las rupturas y el fenómeno del ghosting han hecho que muchas personas lleguen a los vínculos con mayor desconfianza de base. Es más fácil entrar en modo alerta, leer señales ambiguas como peligro y quedar atrapado en ciclos de preocupación y búsqueda de confirmación. En ese contexto, amar y dejarse amar exige más habilidades de comunicación, de manejo de la ansiedad y de negociación que en épocas donde los roles y las expectativas estaban más rígidamente definidos, aunque no necesariamente fueran más saludables.

“Sin duda, esta percepción muchas veces está moldeada por las propias , las cuales han aumentado la presión en las relaciones de pareja. Nos comparamos, vemos relaciones idealizadas, historias bonitas, y muchas personas sienten que su relación no está a la altura, lo cual puede generar problemas en una relación. Por otro lado, la inmediatez hace que ahora las personas quieran soluciones más rápidas, emociones intensas y cero frustraciones, cuando lo cierto es que las relaciones necesitan tiempo, paciencia y realidad”, advirtió Tuñoque.

¿Amar puede activar nuestras propias heridas?

Amar no solo nos conecta con esa versión tierna de nosotros, sino también con nuestras heridas más profundas. De acuerdo con Kendra Mathys, el amor funciona casi como un espejo que amplifica aquello que solemos ocultar: nuestros temores, inseguridades y las estrategias que hemos aprendido para protegernos del dolor.

Desde luego, los estilos de apego desempeñan un papel clave, ya que explican por qué algunas personas viven la cercanía con calma y otras con mucha ansiedad. Por ejemplo, quienes han tenido experiencias tempranas inconsistentes tienden a desarrollar un apego más ansioso: necesitan mucha confirmación, temen que el otro se vaya y leen con lupa cada gesto. Eso activa una serie de defensas como la vigilancia excesiva, los pensamientos catastróficos o la búsqueda constante de señales de que “todo está bien”, lo cual vuelve el amor un trabajo interno permanente.

El ego y las defensas psicológicas también participan: para protegernos del dolor usamos mecanismos como la proyección, la evitación o el ponerse a la defensiva. En una relación esto se ve cuando, ante una mínima señal de distancia, la persona se cierra, ataca, se culpa en exceso o se aferra al otro.

“Aunque una pareja se ame profundamente, el amor puede sentirse emocionalmente cansado porque pone en evidencia nuestra vulnerabilidad. Cuando una relación importa de verdad, cualquier tensión activa miedos profundos: a no ser querido, a ser reemplazado o a perder el vínculo. Ese ciclo de ansiedad y búsqueda de alivio vuelve la experiencia amorosa emocionalmente agotadora, aunque el cariño sea real”, expresó la psicóloga de Cleveland Clinic.

A ello se suma que la vida diaria también demanda energía: trabajo, familia, salud, economía y mucho Sostener la pareja implica seguir hablando, negociando, conteniendo y organizando, incluso cuando ambos llegan cansados. Por eso, si no se cuenta con —identificar los propios disparadores, saber cuándo parar una discusión y practicar el autoapoyo— la relación puede sentirse como otro frente más que requiere de energía, en vez de un espacio que ayude a recargarnos.

¿Qué aspectos cotidianos hacen que incluso las relaciones más sanas requieran esfuerzo diario?

Incluso en las relaciones más sanas, el amor no se sostiene solo por lo que se siente, sino también por lo que se hace cada día. La vida en pareja está llena de interacciones—algunas visibles, otras casi imperceptibles— que requieren atención, comunicación y voluntad. Y es justamente en lo cotidiano donde aparece el verdadero esfuerzo.

Para empezar,, afirmó Mathys. Cada persona llega con un “termostato emocional” distinto: diferentes necesidades de contacto, ritmos para comunicarse, maneras de expresar afecto y modos de manejar el estrés. Para uno, un mensaje pendiente puede ser irrelevante; para el otro, un disparador de ansiedad. Estas diferencias no son un problema en sí mismas, pero sí generan roces cuando no se nombran o cuando se espera que el otro sienta igual.

El desgaste aparece cuando la relación se vuelve un campo de batalla. Cuando cada necesidad se vive como amenaza y cada diferencia como falta de amor.
El desgaste aparece cuando la relación se vuelve un campo de batalla. Cuando cada necesidad se vive como amenaza y cada diferencia como falta de amor.

Además, la convivencia hace que aparezcan viejas heridas. A veces el conflicto no nace del presente, sino de lo que un detalle representa internamente: un retraso puede activar memorias de abandono, un comentario puede despertar temores antiguos o un cambio de plan puede reactivar inseguridades no resueltas.

La vida diaria juntos también convierte el amor en un esfuerzo muy concreto. No es solo sentir cariño; es coordinar tareas, organizar horarios, decidir quién hace qué, hablar de dinero, sostener al otro en momentos de estrés o enfermedad. Son escenas comunes que, si no se gestionan bien, pueden acumular malestar.

Igualmente, vivir juntos significa estar expuestos a los momentos menos “lindos” del otro: mal humor, cansancio, preocupaciones y necesidad de espacio. Ahí el amor se expresa más en microconductas —preguntar, validar, poner límites respetuosos y reparar después de un conflicto— que en grandes gestos románticos. Sostener esas acciones día a día es lo que hace que la relación sea, en la práctica, un trabajo emocional continuo.

Sin embargo, aunque estos roces sean “normales”, muchas veces sin darnos cuenta pueden desgastar la relación. “Comentarios que duelen, pequeñas críticas, silencios que se sienten como indiferencia, expectativas no habladas, falta de agradecimiento o simples olvidos. No destruyen por sí solos, pero cuando se acumulan generan distancia emocional”, resaltó Liliana Tuñoque.

¿Cómo diferenciar el esfuerzo normal del que desgasta?

Según la psicóloga Kendra Mathys, el esfuerzo normal en una relación saludable se reconoce porque:

  • Hay conversaciones difíciles, pero tienen sentido. Aunque generen incomodidad, llevan a más claridad, más comprensión y ajustes reales.
  • Existe un clima de seguridad emocional. La persona puede expresar ansiedad, miedo o inseguridades sin sentirse juzgada; el otro escucha y busca entender.
  • Se observan pequeños cambios sostenidos. Si bien no todo se resuelve de inmediato, sí hay evolución: nuevas formas de hablar, de pedir y de reparar.
  • Las diferencias se trabajan con curiosidad, no con amenaza. Se exploran disparadores emocionales, estilos de apego, formas de comunicarse, sin caer en “tú estás mal / yo estoy bien”.
  • Hay responsabilidad compartida. Cada uno reconoce sus patrones, sus heridas, su papel en los conflictos, y está dispuesto a hacer ajustes.
  • La relación crece con el tiempo. Las conversaciones incómodas abren camino a vínculos más seguros, más estables y más honestos.

En cambio, una relación que lucha para sobrevivir muestra señales como:

  • Se siente como caminar en círculos. Se habla mucho, se discute mucho, pero nada cambia: los mismos problemas vuelven igual de fuertes.
  • Predomina la ansiedad constante. La persona vive en modo alerta y con una sensación de soledad interna.
  • Hay más reactividad que comprensión. Las defensas son automáticas: críticas, reproches, silencios, huida, ataques o necesidad urgente de confirmación.
  • Es “todo o nada”. Momentos de fusión o alivio seguidos de pánico ante cualquier distancia emocional.
  • Las crisis se repiten sin construir nada nuevo. Se apaga un incendio solo para que otro comience. No hay sensación de estabilidad, ni de seguridad, ni de proyecto conjunto.
  • El vínculo se sostiene por temor, no por crecimiento. Es decir, por miedo a estar solo, dependencia emocional, inercia o el alivio breve que llega cuando el otro calma, pero nada cambia de fondo.
  • Hay incompatibilidades profundas o patrones que exceden los recursos de la pareja. Y el desgaste indica que necesitan una mirada profesional o un replanteamiento del vínculo.

¿Cómo transformar una relación que se vive como lucha en un equipo?

Sin duda, este es un proceso que no ocurre de la noche a la mañana, pero sí empieza con ciertos microhábitos cotidianos que ayudan a cambiar el clima emocional de la pareja. Porque cuando dos personas dejan de verse como oponentes y comienzan a reconocerse como aliados, la dinámica se reorganiza por completo.

El primer gran paso es aprender a nombrar los propios disparadores emocionales en lugar de atacar al otro. Como explicó Mathys no es lo mismo decir: “me siento muy ansioso cuando no respondes por horas, porque en el pasado eso significó abandono para mí”, que soltar de golpe “no te importo”. Las frases en primera persona reducen la defensividad del otro y abre más espacio para el diálogo. Con esta pequeña, pero importante selección de palabras empieza el cambio en la relación: de lucha a cooperación.

Otro hábito clave es cuando aparece la ola de ansiedad o enojo, respirar, identificar la emoción y preguntarse si la intensidad corresponde a la situación actual o si está teñida por experiencias pasadas.

En el plano conjunto, ayudan los rituales de conexión, es decir, tener momentos breves, pero consistentes para revisar el día, preguntar genuinamente cómo está el otro, agradecer gestos de apoyo y reforzar cuando algo funcionó bien. Frases como:“me ayudó mucho que me avisaras que llegarías tarde”, mejoran el vínculo.

También es útil acordar “reglas de cuidado” durante las discusiones: evitar insultos, no amenazar con cortar la relación en caliente, poder pedir un “tiempo” para regularse y retomar luego. Estos microhábitos no eliminan el conflicto, pero lentamente cambian el clima de lucha por una dinámica más colaborativa.

En esta misma línea, la psicóloga Antonella Galli, de la Clínica Ricardo Palma agregó que, realmente lo que convierte a dos personas en un equipo son tres valores esenciales:

  • Empatía: Ponerse en el lugar del otro, entender qué le gusta, cómo se siente, qué necesita y cuándo requiere espacio.
  • Respeto: No minimizar a la pareja, valorar su opinión y su espacio personal.
  • Honestidad: Decir de manera respetuosa lo que ocurre, lo que molesta, lo que afecta y lo que se desea que cambie.

Finalmente, como nos recuerda Tuñoque, el amor no siempre se siente igual. Hay etapas en las que amar es una emoción y otras en las que amar es una decisión. Y reconocerlo no resta magia: le da profundidad.

Cuando dejamos de esperar que amar sea fácil, dejamos de confundir crecimiento con pelea y esfuerzo con batalla. Y entonces el amor deja de vivirse como lucha para vivirse como un vínculo real.

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