Siempre tenemos la opción de elegir. Aunque pensamos que las cosas que nos suceden son a veces inesperadas e inmerecidas y que no podemos hacer nada ante ellas, podemos elegir cómo queremos reaccionar.
Podemos elegir cuánta atención queremos prestarles a los problemas, podemos elegir quedarnos en los pensamientos que nos generan y luego en las emociones que se despiertan o simplemente aceptar sin intentar juzgar: esto es muy malo, qué desgracia, pobre de mí. Aceptar que de ahora en adelante tenemos trabajo por hacer.
A todos nos puede llegar una mala noticia en nuestras vidas; de hecho nos va a llegar. Tarde o temprano nos veremos en la necesidad de afrontar retos que no esperábamos o que jamás imaginamos experimentar y quizá no solo una vez, sino varias veces.
¿Qué hacer en situaciones como esas? ¿Nos dejamos llevar por la incertidumbre y el miedo que siempre generan? ¿Nos desesperamos y actuamos impulsivamente?
¿Cómo afrontamos lo que no queremos afrontar? ¿Cómo se acepta lo inaceptable?
Lo importante en situaciones como estas es ser consciente de lo que está sucediendo, con la perspectiva correcta: ¿cuál es la magnitud del problema? ¿A quién afecta más? ¿Qué puedo hacer yo para resolverlo?
Hace unos días ofrecí una charla a un auditorio exclusivamente lleno de mujeres. La idea era conversar, discutir y reflexionar sobre el amor propio. Uno de los puntos que tocamos fue la necesidad de entender que solo nosotros nos podemos hacer cargo de nosotros mismos; por ende: de la vida que queremos tener. Solo nosotros somos responsables de nuestra felicidad.
Ser responsable de tu vida es amor propio y amor propio y felicidad van de la mano.
¿Qué otra actitud nos ayuda a lidiar con las cosas que nos dan miedo o nos asustan? Entender que hay cosas que podemos cambiar y otras que no.
La aceptación es una herramienta que nos permite entender que existen realidades que escapan a nuestra responsabilidad y que resistirnos a ellas solo nos producirá dolor.
El mismo dolor que sentiremos si dejamos que nuestra mente se vaya corriendo hacia el futuro que no conocemos. Llevar nuestra mente hacia el futuro solo nos producirá ansiedad por lo que vendrá.
Claro que nosotros no queremos estar constantemente angustiados, pero no tenemos control sobre nuestros pensamientos, solo sobre cómo reccionamos ante ellos.
Es indispensable para mantener nuestra mente en calma que esté en el momento presente, que vivamos día a día conscientes y enfocados en el hoy. Nada como habitar pasado y futuro para una mente inquieta y estresada.
Además, si nos pasa algo malo, hay que buscar con quién hablarlo: es importante entender que en momentos de vulnerabilidad no es una debilidad pedir amor, cuidado o buscar ser escuchado o contenido o abrazado. Lo importante es que uno se sienta cómodo, seguro, en confianza y que tenga alguien sobre quien sostenerse para dejarse llevar y sentir lo que siente, sin miedo.
Tenemos que evitar pelear con lo que sentimos, y este consejo debería aplicarse en cualquier ámbito: no escapar de las emociones negativas que se despierten, porque tendemos a evadir todo aquello que nos causa dolor en vez de tomarnos un tiempo con él. No hay mejor consejo que permitirnos sentir lo que sentimos sin juzgamiento: el dolor y la tristeza son naturales y permisibles.
Por supuesto que no podemos dejarnos derrotar por la pena o la preocupación, mucho menos interrumpir nuestra vida. Los pensamientos positivos y las afirmaciones tienen efectos benéficos en nuestra mente: está comprobado científicamente, nos permiten mantener una perspectiva justa de los acontecimientos y alejarnos del papel de víctima. Así como los pequeños rituales de amor que podemos hacer para y por nosotros mismos: porque nada mejor que, en momentos de dificultad, decirnos cosas lindas, sostenernos y abrazarnos rico a nosotros mismos. //
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