Natasha Lyonne es la protagonista y cocreadora de esta ficción. (Netflix)
Natasha Lyonne es la protagonista y cocreadora de esta ficción. (Netflix)

A Nadia Vulvokov le disparan por la espalda, la atropella un taxi, se ahoga, rueda por las escaleras y se desnuca. En , Nadia es interpretada por Natasha Lyonne y básicamente está allí para morir una y mil veces, en un loop fatal que parece una pesadilla. Esa es la retorcida premisa de la nueva serie de Netflix de la que todo el mundo está hablando (¡qué novedad!), aunque con razones de sobra justificadas: porque "Russian Doll" es una comedia negra inteligente y divertidísima, de lo mejor que puede encontrarse hoy en la plataforma de streaming.

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Creada por la propia Lyonne junto a Amy Poehler y Leslye Headland, la serie es una especie de "Día de la marmota" pero tanática, pues la vida de la protagonista se reinicia cada vez que la alcanza la muerte. Y ese 'reset' la manda de vuelta siempre a la fiesta de su cumpleaños 36. Más allá de eso, es casi imposible revelar más detalles de la trama sin arruinarla con spoilers. A quien sí podemos destacar es al pelirrojo personaje de Lyonne, una mezcla de la princesa Valiente con Robert Plant que destila sarcasmo con su voz carrasposa. Notable interpretación que ya huele a nominación para los próximos Emmy.

"Russian Doll", con sus escasos ocho capítulos de veintipico minutos cada uno, es una serie sobre todo nocturna, encantadoramente decadente, por la que corren las drogas y la promiscuidad sin necesidad de ser explícita. Es, además, la proyección de una Nueva York muy diversa y cinematográfica (en eso parece emparentada con "Master of None", otra pequeña joya de la televisión por Internet). Mención más que honrosa para su soundtrack, con temas de Lou Reed, When in Rome, Love, Ariel Pink y la pegajosa "Gotta Get Up" de Harry Nilsson, que suena cada vez que Nadia sucumbe en su eterno retorno.

HISTORIA REPETIDA
En este punto, otra vez se complica ahondar en la serie sin develar detalles de su historia. Habría que limitarse a decir que hacia el final del tercer episodio, Nadia se da cuenta de que no está tan sola en su repetitiva maldición. En torno a ella gira un reducido, pero muy sólido conjunto de personajes que van alterando sus matices según lo que le ocurra a la tantas veces muerta mujer, mientras intenta desentrañar qué diablos le está pasando (¿es esto el purgatorio?, ¿un sortilegio?, ¿la resurrección judía?, son algunas de las preguntas que ella se hace). Porque, claro, aunque el centro de esta historia es ella, también está la cuestión de qué ocurre con los otros –los deudos– cada vez que ella muere.

Natasha Lyonne ha confesado que la premisa de esta ficción surge de su experiencia personal: en más de una ocasión estuvo cerca de morir debido a las adicciones que padecía. Lo que le da mucho más sentido a la lectura que se le viene dando a la serie: la fatalidad que pueden acarrear los laberintos de nuestra mente, con todos sus fantasmas, monstruos y las infinitas metáforas que podamos imaginar.

Felizmente la serie no elige el sentimentalismo ni la moralina para abordar estos abismos, sino que explota la desfachatez, el humor y la incorrección. Una aparición refrescante.

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