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Ricardo Montoya

Desbarbar a Gareca no es fácil. El frondoso crecimiento capilar en su rostro es una extensión de lo que lleva dentro. Ni bien recupere su normalidad volverá a afeitarse. Mientras eso tarda en ocurrir, esas hebras desprolijas intentan ser el símbolo de una posición: quiere que regrese el fútbol.

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No ha sido únicamente la barba, por supuesto. A quien quiera oírlo, y más enérgico de lo habitual, ha elevado sus palabras para pedir que empiecen los entrenamientos pronto “para ser competitivos luego”. Ha deslizado incluso, ante la emergencia, la posibilidad de armar una Selección solo con jugadores del torneo local. “Tienen que estar preparados para lo que se viene”.

El trabajar separado de la familia duele siempre. Pero aflige más todavía si no puede hacerlo como sueña y si su única compañía es Almendra, una perrita Collie que le obsequió Nicolas Rey, Jefe de Prensa de la Selección. Gareca es hombre de palabra y espera cumplir su contrato, aunque el camino esté fangoso. Y por más que Agustín Lozano lo elogie seguido en público, queda claro que Ricardo espera un impulso más decidido del Presidente de la Federación. Regresar al campo antes de julio es la idea. Por eso, desde su liderazgo y fiel a su prédica ofensiva, presiona para tener éxito.

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Para Gareca, este encierro amenaza con desandar lo avanzado. Sin control cercano y sin ejercicio físico diario es inminente que su reducido universo de jugadores se va a limitar aún más. Lozano, por otra parte, todavía calcula las variables para no trastabillar. La coyuntura obliga al análisis de las probabilidades; que no es lo mismo que simplemente esperar a que transcurra el tiempo para tomar decisiones. Complacer a todos es una utopía: el tema es espinoso. El ejecutivo, por ejemplo, saluda el retorno del balón. Otros lo consideran una imprudencia.

Hace uno años Fidel Castro dijo en una entrevista, que no se afeitaba porque esa barba poseía un significado para todo su pueblo. “Cuando cumplamos con nuestra promesa de buen gobierno me afeitaré”. No hay en Gareca ni el afán contestatario del dictador cubano, ni “la intención de generar respeto y poder con los pelos largos distribuidos azarosamente por la cara”, tal como afirman los psicólogos Dixon y Vasey respecto de aquellos que se dejan crecer la barba.

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Federico Moré afirmaba que, en nuestra patria, para exhibir talento se necesita permiso, como para portar armas. Con Gareca no ha sido así. Se le admira enormemente. Y él lo agradece, pero también se cansa.

Su transformación, en apariencia inexplicable, posee un carácter alegórico. Esa barba limeña y canosa, encarna el ánimo particular de este aislamiento, con la familia lejos. Su barba posee la elocuencia que, a veces, eluden sus palabras. Es resiliencia ante la incertidumbre. Necesita estar activo. Lo pide a gritos. No solo con palabras.

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