En Alfredo Quíspez Asín (1903–1923) se adivinaba ya la fatalidad de ser César Moro (1923-1956). Su timidez y su precocidad intelectual se volvieron, en la adolescencia, ánimo cuestionador y abierta irreverencia. En la misma época, leía ya a D’Annunzio y a los simbolistas en su idioma original. De los poetas nacionales admiraba a José María Eguren, y despreciaba a José Santos Chocano —al igual que a Vicente Huidobro— por su constante búsqueda de reconocimiento público. Desde entonces y hasta el final, Quíspez Asín/Moro ya concebía la poesía como una práctica de intensa exploración personal. Por eso fueron tan pocas sus publicaciones poéticas, en contraste con la profusión de sus ensayos y artículos incendiarios.
Para 1922, el surgimiento de César Moro era inevitable: el ciudadano que fue ya firmaba así algunos dibujos, y, un año después, un documento legal. “César Moro” era el nombre ideal. Perteneciente a un personaje muy secundario de una novela de Gómez de la Serna, el nombre era literario, pero vacío: “César Moro” podía ser poeta, pintor, jardinero, maestro o bailarín. Y todo eso fue: aunque aborrecía el trabajo, ejerció varios para ganarse la vida durante los ocho años de su estancia en Francia. Llegó a París a los 22, atosigado por el conservadurismo limeño, y se afirmó como poeta cuando Alina de Silva, una amiga de infancia, le presentó a un curioso grupo de artistas que veían en el inconsciente freudiano un lugar desde el cual revolucionar la vida y el arte. Se solían reunir en el cabaret donde ella cantaba, que era uno de los favoritos de André Breton, fundador del movimiento —“Surrealismo”, lo llamaban— del que Moro participó activamente a partir de 1928.
Mario Vargas Llosa hablando sobre quien fue su maestro en el colegio Leoncio Prado.
Participó, mas nunca formó parte: si Moro defendía con fiereza y gracia el surrealismo, si compartía con él convicciones estéticas y una actitud desafiante frente a la convención, era también muy consciente de sus diferencias con Breton, y apreciaba tanto su propia individualidad como la causa surrealista. La tensión entre ambos estalló 20 años después, cuando coincidieron para tomar México D.F. Por esa época, y para librarse de algunos rumores, Breton hizo público su rechazo hacia la homosexualidad. Para ese entonces, Moro ya se había declarado abiertamente homosexual, en un México donde se sentía menos cohibido que en esa Lima cucufata que apodó “la horrible”. No tardó en polemizar con el líder.
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Tal vez su estancia en México fue su mejor momento. El grupo de los Contemporáneos lo recibió con los brazos abiertos en 1938. Antes de eso, había pasado cinco años en Lima, remeciendo la estancada escena artística junto a Emilio Adolfo Westphalen, con quien organizó la Primera Exposición Surrealista de Latinoamérica. Moro se ganó así la antipatía de la dictadura, por lo que marchó nuevamente al exilio. En México, Moro aumentó considerablemente su producción poética, y llegó a publicar dos de los tres poemarios que entregaría en vida: Le château de grisou (1943) y Lettre d’amour (1944).
Si hubo algo agrio en su período mexicano, fue el amor intenso que sintió por “Antonio”. Antonio fue la razón por la que tardó diez años en regresar a Lima, la razón por la que escribió nuevamente poemas en español (titulados La tortuga ecuestre) que no editó por falta de dinero. Antonio es Dios/ Antonio es el Sol, y Antonio era también un joven cadete del ejército mexicano que, después de ocho años de un romance tortuoso e inestable, se casó, tuvo un hijo y se mudó. Poco después, Westphalen le avisó a Moro que su madre estaba mal de salud; fue ahí cuando se convenció de regresar a Lima.
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Westphalen le había advertido que Lima seguía cruel y conservadora, pero nada lo prepararía para las humillaciones que sufrió cuando comenzó a dictar clases de francés en la escuela militar Leoncio Prado.
“Alguien había corrido el rumor de que era homosexual y poeta: eso levantó a su alrededor una curiosidad maligna y un odio regresivo que lo asediaba sin descanso desde que atravesaba la puerta del colegio”, recordó su alumno Mario Vargas Llosa, en 1958. Dos años antes, Moro había fallecido. Pasó sus últimos momentos alejado de la escena cultural. Siguió escribiendo en francés. Publicó Trafalgar Square antes de morir, silencioso, y debido una enfermedad nunca diagnosticada.
Más allá de su muerte, César Moro es. Afirmó su lugar en el mundo como creación literaria de sí mismo, escribiendo artículos cínicos y feroces, pero (aunque en el fondo) esperanzados. Vivió intensamente no solo el desprecio, sino sobre todo el amor: ahí están sus poemas, colmados de versos de gran sensualidad. Más allá de sus continuos desarraigos, encontró patria en su militancia artística; y en su escritura encontramos, aun hoy, su aliento como la mejor mañana fresca de olor de aves y de mar.
Obras completas de César Moro
Editor: Ricardo Silva-Santisteban
Editorial: Sur Librería Anticuaria y Academia Peruana de la Lengua
Volúmenes: 5
Precio: S/ 290,00
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Congreso
Entre el 21 y el 23 de setiembre, en el C. C. PUCP (av. Camino Real 1075, San Isidro), se llevará a cabo la congreso internacional Amor hasta la Muerte: La Poesía Pasional de César Moro, organizado por la Academia Peruana de la Lengua (www.academiaperuanadelalengua.org.pe). Ingreso libre.