ANTONIO MUÑOZ MONGE*
*Periodista costumbrista
Mediando las cuatro de la tarde del viernes 22 de noviembre de 1968, en un espacio de la Plaza San Martín, un hombre va marcando con una tiza un amplio círculo en el piso. Otro hombre lo mira. El de la tiza, se yergue, mira su espacio. Se acomoda el amplio saco verde de inmensos botones, el pantalón bombacho, las zapatillas de colores y comienza a pintarse la cara con talco. Cerca, en el piso, un megáfono, un canasto de mimbre y un sombrero con dos flores prendidas sobre el ala. El hombre mueve los labios hablando consigo mismo, con el canasto, con el sombrero, con el megáfono. El otro hombre se acerca, le hace una venia y le extiende la mano. Mientras se estrechan, se escucha: “Tú eres el espectador y yo soy el actor, ya no hay más intermediarios entre nosotros”.
LA TARDE DE SIEMPRE
“Señoras y señores, me llamo Jorge Acuña Paredes. Soy actor egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático y vengo a dar una función al aire libre. El teatro que voy a representar, es un teatro que no usa la palabra, es un arte antiguo que nació allá en Grecia, en las plazas, en las falderías de los cerros”.
A las cuatro de la tarde de todos los días, este personaje de nariz larga y mirada que escudriña, llega a la plaza San Martín con una canasta de mimbre y un megáfono. En la canasta está todo su ropaje y sus cuentos a mimeógrafo que vende en el ruedo. “La sopita”, “El ladrón que robó al ratón” y “Corazón delator” son algunas de las funciones en calles y plazas. Una vez, en Chimbote, un delincuente le agradeció por darle la oportunidad de trabajar como carterista en su ruedo de la plaza San Martín.
PIERDEN EL TRABAJO
Una vez más recibe una citación policial, por estar violando el orden público. Esta vez lo citan a la Prefectura. “Un gran favor señor Acuña –le dice un coronel–, usted ha destrozado mi carrera, me faltan pocos años para retirarme, déjeme terminar mi carrera tranquilo, por favor no siga reuniendo a esa gente en la plaza San Martín”. Acuña saca su pasaporte y habla: “Aquí está mi pasaporte con las tres coronas suecas, me voy del Perú para nunca más regresar”. Hay un silencio largo, ambos se miran, están emocionados, el coronel se quedaba sin trabajo y Acuña sin perseguidor.
Hace 30 años vive en Suecia con su familia, no recuerda nada especial de este país, tan solo que tiene uno de los mejores hospitales del mundo, donde ha trabajado con niños de las escuelas municipales llevándolos el circo. Ha participado en algunas películas y recorre las ciudades del mundo entregando el antiquísimo arte de la pantomima y las morisquetas a flor de piel. Acuña es un desterrado eterno, vuelve una y otra vez a la patria, mejor en los meses de sol para conversar con el mar: “Bajo todos los días a las 6 de la mañana a las playas de Barranco”, nos dice. Vuelve a la patria por eso del “cuticuti” andino (el eterno retorno).
EL ÚLTIMO JUGLAR
Sobre Jorge Acuña dijeron:
-- “Vi a una actriz, Delfina Paredes, que me dejó bizco y a un actor, Jorge Acuña, que me dejó trisco” (Luis Felipe Angell “Sofocleto”).
--“Este es el rostro del teatro peruano que verá el mundo” (Sarina Helfot).
--“Este es el único auténtico juglar que queda en el mundo” (Diario “Le Monde” de París).
+INFO
--Jorge Acuña asistirá como invitado al Encuentro Internacional de Teatro de la Calle en Quito del 27 de noviembre al 1 de diciembre.
--Como homenaje a su primera función, Acuña actuará en la Plaza San Martín el sábado 22 a las 4 p. m.