Por José Ragas
Un detalle que pasó casi inadvertido durante la multitudinaria marcha que tuvo lugar el pasado marzo en Washington D. C. en rechazo a la falta de regulación en la venta de armas y los tiroteos en escuelas fue la presencia de Yolanda Renee King como una de las oradoras del evento. Al subir al estrado y participar de la marcha, Renee King estaba estableciendo un lazo, simbólico y personal, entre las movilizaciones protagonizadas por su abuelo Martin Luther King —asesinado en abril de 1968— con las del presente, a cargo de un grupo de adolescentes que sobrevivieron a uno de los tantos tiroteos que afectan a los centros educativos norteamericanos. La distancia de medio siglo podría sugerir una desconexión no solo temporal, sino también de agendas entre ambos eventos. Pero las movilizaciones que se han producido al menos desde la Primavera Árabe hasta la fecha sugieren ciertos paralelos y vínculos en los cuales conviene detenerse.
El 50 aniversario de las protestas de Mayo del 68 encuentra al mundo en una situación de efervescencia, ansiedad y zozobra que, bajo otras circunstancias, podría considerarse hasta como una suerte de irónico homenaje. Estos últimos años hemos visto el surgimiento de movilizaciones masivas, algunas vinculadas con contextos nacionales mientras que otras, gracias al internet y las redes sociales, han permitido articular versiones locales y sincronizar agendas y demandas. La Marcha por Nuestras Vidas, por ejemplo, congregó a miles de participantes tan solo en la capital estadounidense, sin contar las que hubo en otras ciudades del país. La preocupación por el cambio climático y el ataque a la comunidad científica motivó, en abril del 2017, una marcha mundial en defensa de la ciencia, que se ha repetido hace unos días. Otras, como la Marcha de las Mujeres —en respuesta a la toma de mando de Donald Trump de la presidencia norteamericana—, sirvieron para integrar agendas locales de luchas feministas y de denuncia de abusos contra las mujeres. El movimiento Black Lives Matter, en repudio a la violencia policial contra la población afroamericana, podría ser el vínculo más directo con Martin Luther King y la lucha por los derechos civiles en los años sesenta, pero no es el único, por cierto.
Dada la persistencia de estos temas, invocar el 68 para realizar un llamado a la acción hoy en día puede parecer innecesario y hasta anacrónico. Si bien las marchas han estado presentes en las últimas décadas, es posible notarlas en mayor número y por temas diversos. Asimismo, el debate se ha centrado en cuán efectivas son estas iniciativas para contrarrestar el desmantelamiento de una serie de derechos obtenidos a lo largo del siglo pasado, desde el respeto a la identidad hasta la seguridad laboral. En la actualidad, algunos de estos derechos se encuentran amenazados por la convergencia de movimientos de extrema derecha, con variantes en la defensa de la supremacía masculina blanca. Esto ha producido también un discurso y una serie de iniciativas legislativas que buscan precarizar la situación de los trabajadores, cuestionar la validez de la información a través de las fake news, criminalizar a los inmigrantes, castigar a los pobres y desproteger a los grupos vulnerables.
Este artículo no busca establecer (mucho menos forzar) paralelos entre 1968 y el presente. Lo que intento hacer es, más bien, situar el Mayo del 68 y su legado desde dos perspectivas complementarias. Primero, descentrar dicho acontecimiento, que ha sido reducido a lugares específicos (Estados Unidos y Europa) y a un mes y un año, que lo han convertido en una camisa de fuerza que impide entenderlo en su complejidad. Y, en segundo lugar, me interesa explorar el legado de dicho evento en el escenario actual. ¿Ha perdido Mayo del 68 toda vigencia, o guarda aún algo de su capacidad movilizadora?
Antes de extraer lecciones y posibles canales de comunicación de los cuales aprender para las luchas que se producirán en los años venideros, conviene entender mejor Mayo del 68 como un fenómeno bajo el cual se producen numerosas tensiones, de las cuales las protestas estudiantiles son apenas las más visibles.
Las condiciones que favorecieron las protestas de fines de los sesenta surgieron de un escenario global jaloneado por la hegemonía económica y cultural de Occidente; la expansión de la Guerra Fría luego de la derrota del Eje; la creciente influencia de diversos núcleos del comunismo, como la Unión Soviética, la China de la Revolución Cultural, la Revolución cubana, y, finalmente, un proceso de descolonización en el sur global a través de revueltas, negociaciones con los antiguos imperios y movimientos de solidaridad trasnacional. Antes que transitar por vías autónomas, dichos procesos se alimentaron mutuamente, y una de sus crisis sería precisamente el conjunto de protestas que se dieron en mayo de 1968 y a lo largo de ese año.
A su vez, no es posible entender esto sin mencionar la aparición de fenómenos como la contracultura y una generación de adultos jóvenes nacidos en los años posteriores del fin de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, Mayo del 68 es apenas la punta del iceberg del quiebre estructural en diversos escenarios.
— Los otros 68 —
Si bien la atención se ha concentrado en una fecha (mayo) y algunos lugares del norte mundial (Francia, Estados Unidos, Alemania), para comprender mejor la magnitud de este símbolo es necesario repasar lo que venía ocurriendo simultáneamente en otros espacios y que terminó por alimentar el mayo francés, y a la vez serviría como su legado. Para cuando los estudiantes comenzaron a ocupar las instalaciones de sus universidades y confrontar tanto a sus padres, las autoridades y las fuerzas del orden, ya otros fenómenos habían comenzado a resquebrajar lo que parecía ser una tranquila transición hacia la hegemonía norteamericana desde el fin de la guerra. La Primavera de Praga, ocurrida en enero del 68, sería un recordatorio de que ni siquiera la aparentemente sólida Cortina de Hierro de la URSS y sus satélites estaban libres de ser cuestionadas por esta ola de protestas.
Como una forma de replantear la direccionalidad norte-sur de Mayo del 68, Tariq Ali ha propuesto recientemente que este habría comenzado más bien en Vietnam, recorriendo el país en medio de su guerra contra el ejército norteamericano, para desde ahí hacer su entrada en Europa y Estados Unidos.
Aun cuando la propuesta de Ali es valiosa al cuestionar la narrativa comúnmente aceptada sobre dicho acontecimiento, creo que es necesario también cuestionar la noción misma de linealidad del mismo. La insistencia en una suerte de teoría del dominó, donde los diferentes espacios y actores responden a las acciones de otros en un orden determinado le imprime una racionalidad que no siempre estas tuvieron. En su lugar, es más cauto sugerir que los movimientos fueron de carácter multifocal, con diversos epicentros que se reforzaron unos a otros, y tuvieron distintos grados de intensidad.
Rescatar su multidireccionalidad es un primer paso para incorporar nuevos espacios y actores que no habíamos considerado hasta hoy. Por ejemplo, en marzo del mismo año los estudiantes de Túnez, en el norte de África, se habían adelantado a las tomas europeas. Proclamando un abierto compromiso con la causa palestina y su oposición a la guerra de Vietnam, estos activaron una serie de vínculos con estudiantes en Francia (la otrora metrópoli) para llevar sus reclamos fuera del ámbito local. Según sugiere Burleigh Hendrickson, el 68 tunecino no se limitaba a las asfixiantes condiciones de los estudiantes universitarios: se trataría más bien de una etapa más en una trayectoria de activismo que se remonta a inicios del siglo XX y la lucha por la independencia del control francés, obtenida apenas una década atrás.
Más cerca de nosotros, México se convirtió en uno de los núcleos más trágicos del movimiento del 68. Bajo la influencia de la Revolución cubana y el movimiento contracultural de esos años —que permitió, por ejemplo, la aparición de bandas como El Tri—, los estudiantes mexicanos hicieron sentir su voz no solo contra lo que consideraban un obsoleto sistema universitario, sino contra el autoritario gobierno del PRI. Desde julio hasta setiembre, las movilizaciones de estudiantes junto con otros sectores de la sociedad civil fueron creciendo en tamaño e intensidad, lo que generó intranquilidad en el Gobierno frente a las Olimpiadas que se desarrollarían en octubre en Ciudad de México. El fin del movimiento llegó bajo la forma de una brutal represión, conocida como la Masacre de Tlatelolco, cuando el 2 de octubre el ejército disparó contra los manifestantes. Hasta hoy se desconoce el número preciso de víctimas. Pudieron ser 200.
Mientras en la superficie se producían estos movimientos, existían otros procesos que ocurrían de manera más silenciosa, lejos de las aulas o de la esfera pública. Por esos meses se desarrollaba un debate en torno a la sobrepoblación y las perspectivas de si el planeta sería capaz de alimentar a una población que, según algunos especialistas, se multiplicaría exponencialmente. La Revolución Verde, como sería conocida desde 1968, fomentaba el uso de la tecnología en el campo, especialmente a través de nuevas semillas, como una forma de incrementar la producción.
— Recordar o enterrar —
La memoria del 68 —y su consiguiente celebración— es un tema muy delicado, e invocarla podría resultar siendo contraproducente. Ello quizá explique el silencio en torno a su ya cercano aniversario, cuando ni el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ni el Gobierno parecen interesados en recordar el evento. No están solos en eso: ya hace unos años, el expresidente François Mitterrand había definido Mayo del 68 como una “revuelta de jóvenes burgueses católicos contra la hipocresía de sus padres”. Macron mismo no tiene una opinión del todo favorable sobre ese episodio y, al menos en una oportunidad, hizo referencia a la “brutalidad” del momento, que habría impedido “hablar y actuar”. Esta cautela tiene un antecedente inmediato: el silencio en torno al centenario de la Revolución bolchevique el año pasado por el presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Otra forma de neutralizar su conmemoración ha sido convertirla en algo lejano, exótico, propio de una época específica, con la esperanza de sortear el contenido subversivo inherente a dicha coyuntura. Literalmente, una pieza de museo. Esa fue mi impresión cuando visité hace unas semanas una exhibición de la New York Public Library titulada: “Rememberging the 60s. You say you want a Revolution”, en alusión a la famosa canción de los Beatles. En un despliegue muy cuidado, desde prendedores hasta afiches de protesta y música de Woodstock (que incluye, por supuesto, a Jimi Hendrix y Carlos Santana), la muestra hacía de la contracultura una suerte de cápsula del tiempo, donde el cuestionamiento a las normas adquiría un carácter exótico de la mano de hippies, radicales y estilos alternativos de vida.
Como he venido sugiriendo en este breve ensayo, uno de los paralelos que se pueden hacer entre la coyuntura del 68 y la actual es la referida a la protesta y la capacidad de movilización. Algo que hemos percibido en los últimos años es la revitalización de la movilización, desde las marchas pacíficas hasta las protestas directas, como una forma de reclamo contra la amenaza a nuestros derechos. El avance del neoliberalismo ha tenido como respuesta la recreación de los sindicatos y otras formas de agremiación colectivas. La Marcha por Nuestras Vidas, con la que abría este artículo, ha traído al escenario a una generación más joven que la que dirigió las tomas de los campus académicos hace 50 años. Miles de personas han salido a señalar su rechazo a la xenofobia y el extremismo, de manera similar a los reclamos por los derechos civiles y contra el apartheid en ese entonces.
Los enfrentamientos, no obstante, han regresado a los campus. Ya no se trata de choques entre la policía y estudiantes, sino más bien de los intentos de extremistas por legitimar un discurso de odio en espacios académicos y apelando a la libertad de expresión —en la que no creen— si se les niega dichos espacios. El momento más álgido de los campus como espacios de confrontación tuvo lugar en UC Berkeley, en California, el mismo lugar donde se desarrolló Mayo del 68. Y el detonante fue la anunciada participación de Milo Yiannopoulos, una figura mediática y vocero de la ultraderecha. Los reclamos pidiendo la cancelación del evento derivaron en una batalla campal de varios días entre simpatizantes y opositores del presidente Trump.
Considerando el quilombo en el que nos hallamos, no es del todo descabellado que nos tomemos una pausa para conocer más sobre lo ocurrido en mayo de 1968. Cualquier mirada condescendiente hacia aquella generación debe ser anulada de inmediato al darnos cuenta de que, en cierta manera, compartimos sus mismos temores y ansiedades. El peligro de una guerra nuclear, como lo sugería El planeta de los simios —estrenada ese mismo año— no ha desaparecido, dada la tensión con Corea del Norte (y antes con Irán); como tampoco lo ha hecho la violencia a la que nos vemos expuestos en el día a día en virtud de nuestras creencias, origen étnico, género, clase y orientación sexual. (Re)pensar el 68 no debe ser, entonces, un ejercicio nostálgico sino un cuestionamiento para comprender los problemas que persisten y las opciones que hay para confrontarlos directamente.
Los debates sobre el legado del 68 van a continuar, pero la presencia de los estudiantes como fuerza social y política está fuera de toda duda. Lo ocurrido en la Universidad de San Marcos en Lima semanas atrás, con la protesta de un grupo de estudiantes en torno a la implementación de los Estudios Generales y la consiguiente toma del campus por parte de la policía, es una muestra del protagonismo obtenido desde entonces. Mientras escribo, un grupo de estudiantes ha tomado las instalaciones de las universidades en Francia para protestar contra Macron y defender el libre acceso a la universidad pública. En un video grabado en la Universidad de Nanterre se puede apreciar cómo la policía entra fuertemente protegida a un salón de clases y busca desalojar a los estudiantes a la fuerza. Al parecer, no todos están dispuestos a dejar que el aniversario pase inadvertido.
Y eso ya es un buen comienzo.
MAYO PERUANO
Un paralelo poco conocido entre el presente y las protestas estudiantiles de mayo del 68 ocurrió hace unas semanas con motivo de la Cumbre de las Américas en Lima y la visita del vicepresidente estadounidense Mike Pence, quien tuvo que abandonar el país ante el anuncio de la respuesta militar hacia Siria. En 1958, otro vicepresidente estadounidense, Richard Nixon, tuvo un recibimiento más complicado cuando se dirigía a la Casona de San Marcos a dar un discurso y fue objeto de un grupo de estudiantes de dicha universidad que le impidió el paso portando carteles de “Fuera Nixon” en la plaza San Martín. Los medios estadounidenses reportaron que la “turba” había sido infiltrada por “activistas rojos” que trataban de “envenenar las relaciones interamericanas”.
TESTIMONIOS
“Pero, en el Perú, 1968 fue también el año de Velasco Alvarado. […] ¿Reforma o revolución? Surgió la sospecha de que, tal vez, la revolución buscada la estaban haciendo otros. La historia podía estar jugando una mala pasada: despojar a los jóvenes de sus proyectos, realizar sus ideas antes de tiempo, es decir, antes de que ellos mismos pudieran ser los protagonistas”.
Alberto Flores Galindo, “Generación del 68: ilusión y realidad”, 1987.
“Esta generación se encontraba por cierto ansiosa y molesta por lo que nuestros padres habían apoyado. Molesta por el hecho de que uno no podía hablar abiertamente sobre aquello y que ellos (nuestros padres) no nos decían qué había pasado. Y también dispuesta a restaurar algo. Creo que mi generación se interrogó repetidas veces a sí misma en torno a eso”.
Activista nacida en 1945. Citada en Europe’s 1968. Voices of Revolt (2013).
“A lo más que uno puede generalizar es que no fue primordialmente sobre revolución, ni sobre lucha de clases, ni sobre feminismo. Fue sobre autonomía, casi siempre personal e individual antes que colectiva. [ 1968 ] Marcó un cambio, pero uno muy distinto al que quienes lo experimentaron habían anticipado”.
Arne Odde West, “¿Hubo un ‘1968 global’?” ( 2018 ).