Entre la neblina y los cerros grises de Carabayllo, como un pálido oasis de concreto en el desierto, aparece una torre imponente con techo de cúpula: es el reactor del Centro Nuclear Óscar Miró Quesada de la Guerra (Racso) en Huarangal, una construcción a 42 kilómetros de Lima que recibió el nombre de Racso como homenaje al precursor del periodismo científico en el Perú.
Pero ¿cuánto conocemos de este centro nuclear peruano? Si bien la cultura popular ha construido en el imaginario colectivo una idea de desastre apocalíptico cuando se habla de energía nuclear y de inmediato vienen a la mente imágenes de explosiones como las de Chernóbil o Fukushima, o el hongo de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, estos lamentables sucesos de la historia están muy lejos de asemejarse a los usos reales de un centro nuclear como el peruano. Desafortunadamente para los amantes del cómic, exponerse a la radiación no convertirá a nadie en superhéroe. Al contrario, una alta dosis sin protección generaría daños en los tejidos de la piel, mataría las células y destruiría los órganos blandos. En algún momento, a inicios del siglo XX, estuvo de moda recibir, como parte de un tratamiento estético, rayos X directos a la piel, una especie de bronceado de la época que fue el causante de tumoraciones y casos de cáncer.
Sin embargo, esto es poco probable —por no decir imposible— en el centro nuclear de Huarangal, primero por las medidas de seguridad y, después, debido a la potencia del reactor que es utilizado con fines pacíficos y, sobre todo, médicos.
—Energía nuclear—
Fue después de la Segunda Guerra Mundial, y con la alerta de las bombas nucleares, que los gobiernos de América Latina comenzaron a interesarse en el uso de la energía nuclear. Como sucedió en Argentina y Chile, el Perú no fue indiferente a este tema. En 1954 se formó la Junta de Control de Sustancias Radiactivas para el uso de la energía nuclear para fines únicamente pacíficos como la medicina nuclear, la industria y la electricidad. Después, se creó el Centro Nuclear de Investigaciones del Perú (CNIP), con la intención de organizar un espacio de entrenamiento para la futura central nuclear con sus respectivos especialistas. El actual Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN) se fundó en 1975.
Durante el gobierno militar de Morales Bermúdez se empezó a buscar un terreno apropiado cercano a una fuente de agua para la construcción de lo que sería nuestro flamante reactor nuclear. Fue así que llegaron a un lugar poblado de bosques de huarango —lo llamaban Huarangal—, en las afueras de Lima, en Carabayllo. Tras un convenio con el Gobierno argentino, ahí se empezó a construir el centro nuclear que iba a albergar un reactor RP-10 y los laboratorios de una planta de producción de radioisótopos. En aquel tiempo, estas eran tierras agrícolas que se convirtieron con los años en zonas urbanizadas. El 19 de diciembre de 1988 se inauguró el Centro Nuclear de Hurangal, durante el primer gobierno de Alan García, y el 16 de junio de 1989, hace 30 años, fue bautizado con el nombre de Racso.
—Efecto azul—
Cada semana, el reactor RP-10 de Huarangal se pone a funcionar. Es una especie de ‘piscina’ de 11 metros de profundidad y cuatro de diámetro, manejada por ingenieros mecánicos, electricistas y electrónicos. En su núcleo, en lo más profundo, se producen los radioisótopos: elementos como el molibdeno o teluro en su estado natural son ingresados ahí en unas cápsulas selladas para ser bombardeados con millones de neutrones durante horas y ser convertidos en sustancias radiactivas.
El uranio es el combustible que ayuda a generar más energía y con ella más neutrones en una radiación controlada. El núcleo del reactor está sumergido en agua pura, sin ninguna otra partícula que pueda interrumpir el impulso de los neutrones a gran velocidad y hacia todas direcciones. Es curioso, pero el agua, inofensiva, es el blindaje biológico que protege a los ingenieros y a quienes manejan el reactor de esta explosión de neutrones y radiación gama.
Ninguna persona ingresa a la ‘piscina’ cuando el reactor está en funcionamiento. Todo se monitorea remotamente con los cuidados necesarios y las exigencias de estrictos protocolos.
Las cápsulas que contienen los radioisótopos (llamadas canes) son trasladas por unos brazos hidráulicos a un espacio protegido conocido como “celda caliente”, hecha de hormigón y vidrio plomado. Posteriormente, a través de un camino que está conectado con el reactor, un pasadizo al que llaman el “corredor caliente”, los canes son traslados a los laboratorios donde serán convertidos en radiofármacos que serán utilizados por la medicina nuclear para la detección y el tratamiento de algunos tipos de cáncer.
—Los radiofármacos—
“El reactor RP-10 es nuestro proveedor de radioisótopos, nuestra materia prima”, nos comenta el ingeniero Guilmer Agurto, responsable de la subdirección de Operaciones de la planta de producción. “Estos llegan acá sellados en los canes y nosotros los llevamos a nuestro recinto de producción, donde los transformamos en radiofármacos”, explica el ingeniero Agurto, mientras nos muestra las instalaciones de la planta.
Desde un corredor, se pueden ver estos recintos blindados y adecuadamente equipados. Algunas áreas todavía conservan el diseño de la época en que se inauguró el centro nuclear, como los ladrillos amarillos de plomo que les dan una estética vintage. Actualmente, todas estas áreas cumplen con las exigencias de las buenas prácticas de manufactura y normas sanitarias vigentes.
“Los radiofármacos —continúa Agurto— son distribuidos en clínicas y hospitales de Lima, Callao, Arequipa y Trujillo”. En palabras sencillas, los radiofármacos son elementos químicos procesados y con una dosis de radiación controlada que ‘decae’ con las horas. Algunos, como el iodo, duran ocho días y otros, como el tecnecio, tienen una media de vida de solo unas cuantas horas.
Como la radiación se ‘disuelve’ hasta desaparecer, los radiofármacos deben distribuirse con celeridad a los Centros de Medicina Nuclear del país. Es por ello que los ingenieros de la planta de radioisótopos deben trabajar por las noches hasta la madrugada; de esta manera, se garantiza que los ‘pedidos’ lleguen con la radiación adecuada a las manos del médico nuclear.
En esta planta se producen principalmente tres radiofármacos muy útiles para diagnósticos y terapias de diversas enfermedades, incluidas las oncológicas, estos son tecnecio, ioduro de sodio y dolosam. “Por ejemplo — dice el ingeniero Agurto—, si el paciente tiene un cáncer óseo, con nuestros productos se pueden diagnosticar la etapa, el nivel en que se encuentra; o, si la persona ya está en tratamiento, se puede ver cómo va evolucionando la enfermedad”.
Asimismo, si el médico quiere evaluar en qué estado se encuentra el corazón, el sistema óseo, el hígado o los pulmones, se añaden componentes al radiofármaco y unas sales que tienen selectividad y afinidad con un órgano específico. Si se requiere estudiar un pulmón, por ejemplo, el componente dirige al radiofármaco hacia este órgano, lo fija, y emite una energía que será captada por una cámara gama que la transforma en imagen. Así, la radiación permite identificar con rapidez el estado del órgano y detecta posibles enfermedades.
¿Qué pasaría si el reactor dejara de trabajar? La planta atiende a 24 centros de medicina nuclear en el país y se estima que 35 mil pacientes reciben estos tratamientos. Sus vidas se verían afectadas considerablemente.
—No puede parar—
“La misión del centro es desarrollar la tecnología nuclear para beneficiar a la nación. Esta se ha cumplido parcialmente en los últimos años, pues casi de manera total ha estado dirigida a la producción de radiofármacos”, nos comenta la presidenta del Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN), Susana Petrick.
Ella espera que en los próximos años el IPEN se convierta en un centro regional de desarrollo de tecnología nuclear. Petrick está a la cabeza del instituto desde 2013 y recuerda que al asumir el cargo debió afrontar considerables dificultades que no fueron atendidas durante varios años —contratos de combustibles, problemas eléctricos, modernización de los laboratorios, renovación de los ómnibus que transportaban a los trabajadores hacia Huarangal— para garantizar la continuidad del funcionamiento del Centro Racso. Al pensar en el futuro, considera que es importante producir radioisótopos comerciales y no solo médicos, claro que para ello será necesario un mayor presupuesto.
Nuestro reactor RP-10 es considerado el más potente de Latinoamérica y, aunque se use también en la agricultura, la conservación del patrimonio, el estudio de suelos y otras áreas, se podría aprovechar mucho más para el beneficio de todos.