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En memoria de Efraín Kristal, por Alonso Cueto
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Cada vez que venía a Lima, Efraín Kristal me preguntaba qué había de interesante en la cartelera teatral, qué exposiciones se habían inaugurado y si le podía recomendar algún escritor o escritora joven a quien leer. Mientras conversábamos, siempre me daba cuenta de lo mismo. Que él ya estaba al tanto, más que yo, de todo lo que estaba ocurriendo aquí. Quería saber solo si algo se le había pasado por alto.
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Me parece que este es un rasgo de la vida de Efraín, que murió hace pocas semanas en Los Ángeles a los sesenta y seis años. Su vasto conocimiento no era un obstáculo para su curiosidad. Sabía de muchos temas, pero estaba dispuesto a emprender nuevas aventuras.
Ahora, cuando lo empezamos a extrañar tanto, como parte de nuestra vida que se ha esfumado, me pregunto si quienes lo conocimos y lo queremos podremos recuperar su ejemplo. Su esfuerzo y su constancia se vio reflejada a lo largo de su vida. Uno de sus libros “Vargas Llosa. La tentación de la palabra” (FCE), ha sido considerado con toda razón como el mejor estudio completo que se ha hecho sobre cualquiera de los escritores del “boom”. Sus tomos sobre Borges “Invisible work. Borges and translation” y “Querencias” (FCE) son trabajos iluminadores, que nos ofrecen contribuciones permanentes a la lectura de Borges. Sus estudios sobre La Divina Comedia quedarán entre nosotros. Creo que una de las razones de la vigencia de estos trabajos y de otros (“Una visión urbana de los Andes. Génesis y desarrollo del indigenismo en el Perú 1848-1930”, por ejemplo), es que nunca perdió la capacidad de la lectura por su placer mismo, como fuente de estudio y de investigación. Le interesaba el valor estético de las obras que estudiaba, y esa fue la razón por la que nunca renunció a la capacidad del asombro frente a ellas. Los libros estaban allí para estudiar sus procedimientos y para investigar sus contextos y sus fuentes. Todo eso solo iba a contribuir al placer que nos dan.
Era una persona tan exquisita como rigurosa. Su amabilidad extrema era una señal de su sensibilidad y su timidez. Su vulnerabilidad era equiparable a su rigor. Como gran maestro, se interesaba en todos los jóvenes estudiantes. Tuve la suerte de reconocer su generosidad varias veces, cuando participó en una conversación con mis estudiantes en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Católica. Nacido en Lima en una familia judía, alumno del colegio León Pinelo, salió de aquí a los once años por un proyecto familiar que lo llevó a los Estados Unidos. Sin embargo, nunca olvidó su identidad peruana (fue también un estudioso de las obras de Ribeyro, de Arguedas y de Bryce). Su esposa, la maravillosa Romy Sutherland, compañera siempre, lo acompañaba en sus vocaciones. Sus muchos amigos en Lima esperábamos sus visitas.
Los ríos siguen dando a la mar que es el morir, y estas semanas hemos visto la partida de otras personas tan valiosas como Bruno Podestá, que durante muchos años hizo una gran labor cultural en la embajada de Montevideo. Bruno nos dejó su libro sobre las playas de Chucuito y la historia de Nicoló. También tuvimos que perder a un artista tan notable como Carlos Runcie Tanaka que descubrió nuevos tonos y formas en la cerámica peruana. Quedan sus obras y su ejemplo. Todos ellos trazan líneas rectas y seguras en el caos de la vida que nos rodea.
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