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Una de las corrientes filosóficas más estimulantes del siglo XXI es el aceleracionismo. Se trata de una teoría surgida en los noventa. Sostiene que, vista la capacidad del sistema capitalista (en su era digital y cibernética) para reinventarse permanentemente, la única manera de llevar a cabo una significativa transformación económica y sociopolítica es “acelerando” al máximo su dinámica librecambista, competitiva y globalizada. Según esto, la única posibilidad de escapar a la máquina capitalista radica, paradójicamente, en intensificar al máximo su vertiginoso flujo. De ese modo, se produciría una suerte de implosión –o “destrucción creativa”— que desembocaría en un cambio profundo de la sociedad contemporánea. En ese sentido, “el aceleracionismo es una herejía política”, como dicen Armen Avanessian y Mauro Reis en su introducción a la antología titulada Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo ( 2017 ).
En un texto pionero titulado Colapso ( 1994 ), el filósofo británico Nick Land planteó que, solo llevando la lógica del neoliberalismo hasta sus últimas consecuencias, sería posible emancipar la tecnología y el capital de su dependencia respecto de los seres humanos. Después de todo, sostiene Land, “el hombre es algo que el capital debe superar: un problema, un estorbo”. La publicación de Manifiesto por una política aceleracionista, de Nick Srnicek y Alex Williams en 2013 desató el debate en torno a los postulados de esta corriente. En dicho texto, se subraya que “el metabolismo esencial del capitalismo demanda crecimiento económico, competencia entre entidades individuales que estimula el desarrollo tecnológico con el fin de obtener ventajas competitivas, todo ello acompañado de una creciente fractura social”.
Por otro lado, Srnicek y Williams consideran que el capitalismo no puede ser el agente de la verdadera aceleración porque reduce la modernidad a medidas estadísticas de crecimiento económico e identifica la innovación social con la desregulación impulsada por el tándem Thatcher-Reagan, al tiempo que reivindica los valores familiares y religiosos más conservadores. Hay que liberar, pues, las fuerzas productivas de la tecnología para que no sigan enclaustradas dentro de la lógica de hiperconsumo del capitalismo. Hay que transformar, asimismo, la democracia para que deje de ser una forma de gobierno definida por sus medios (el sufragio, el debate, el modelo representativo) y se convierta en un ecosistema cuyo objetivo fundamental sea la emancipación y el autodominio colectivo. Dicho en términos de Srnicek y Williams: “Una política aceleracionista busca preservar las conquistas del capitalismo tardío al tiempo que va más allá de lo que permiten su sistema de valores, sus estructuras de poder y sus patologías de masa”.
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