En su casa de Chorrillos, balneario del que fue alcalde en diversas oportunidades, falleció Manuel José Cuadros, por entonces ministro de Guerra y Marina, el 21 de setiembre de 1898. Había nacido en Lima el 7 de diciembre de 1848, siendo hijo único del magistrado Manuel Asencio Cuadros y de doña Rosa Viñas. Al igual que Pedro Ruiz Gallo, Manuel J. Cuadros tuvo un talento especial, habilidad prodigiosa para el diseño y la construcción de todo tipo de máquinas, de preferencia las de carácter bélico. Estudió en Santo Toribio y en el colegio de Guadalupe. Tenía 18 años de edad cuando tomó las armas en el combate del 2 de mayo de 1866.
Posteriormente Manuel J. Cuadros alternó el trabajo con el deporte, siendo uno de los fundadores del primer club de tiro al blanco que existió en Lima. En 1875, este notable mecánico autodidacta, inventó un aparato que permitía fijar mejor la puntería de los cañones navales, el cual logró patentar y vender en los Estados Unidos y varios países de Europa. El momento cenital de la vida de Cuadros llega durante la guerra con Chile. Nuestra Marina de Guerra y el Ejército del Sur habían sufrido graves contrastes. El enemigo, dueño del mar luego del 8 de octubre de 1879, recorría las costas buscando lugares aparentes para lanzar su ofensiva en contra de la capital.
Manuel J. Cuadros, poniendo en gravísimo peligro su vida, preparó los artefactos explosivos que permitieron la destrucción de los buques chilenos Loa, frente al Callao, el 3 de julio de 1880, y Covadonga, en Chancay, el 13 de setiembre del mismo año. El Jefe Supremo, Nicolás de Piérola, otorgó a Cuadros la Cruz del Mérito Militar. Luego de los infortunios del 13 y 15 de enero de 1881, ocupada ya la capital, Manuel J. Cuadros, su esposa María Pflücker y sus hijos tuvieron que escapar precipitadamente al interior del país. Los chilenos habían puesto precio a la cabeza de Cuadros y todos los contingentes enemigos tenían orden de capturarlo vivo o muerto. Felizmente Cuadros pudo refugiarse en Huánuco y poco después se incorporó a la resistencia bajo las órdenes del general Andrés A. Cáceres.
Cabe mencionar también que a causa de la guerra Manuel J. Cuadros perdió valiosas propiedades en Iquique y en Lima. Después del Tratado de Ancón pudo regresar a la capital y volcó todo su esfuerzo en la tarea de dar inicio a la reconstrucción de Chorrillos, balneario arrasado por el fuego y el pillaje. Cuando el general Cáceres asumió la jefatura del Estado, dispuso que Cuadros marchara a Europa con el propósito de comprar armamento. Igual misión le encomendó posteriormente el presidente coronel Remigio Morales Bermúdez. Ambos mandatarios confiaban plenamente en sus conocimientos sobre material bélico y en su acrisolada honestidad. Durante el régimen constitucional de Nicolás de Piérola, iniciado en 1895, Manuel José Cuadros igualmente fue llamado a ocupar altos cargos públicos. Primero se le nombró administrador de la Aduana del Callao, la más importante del país y fuente principalísima de ingresos y, más tarde, fue designado ministro de Fomento. Gran conocedor de nuestro territorio, Cuadros impulsó las exploraciones en la selva iniciándose el trazado de vías de penetración para conseguir ampliar las áreas de cultivo en la región oriental. Ya estaba afectado por el cáncer, que a la postre le quitó la vida, cuando pasó a ocupar la cartera de Guerra y Marina. Allí también dejó obra perdurable, como el Reglamento para el Vestuario del Ejército, la tecnificación de jóvenes armeros los cuales fueron enviados a Bélgica para tomar conocimiento de lo más avanzado en esa materia. A Cuadros también se le debe el proyecto de ley de servicio militar obligatorio e implantó en la Marina de Guerra el código internacional de señales utilizado en Gran Bretaña.
Inútiles, lamentablemente, fueron los esfuerzos que se hicieron para impedir el avance del cáncer que le arrancó la vida cuando solo contaba con 50 años de edad. Trabajó hasta que lo abandonaron las fuerzas. La trayectoria de este hombre admirable debe ser conocida por nuestros compatriotas como ejemplo imperecedero de virtudes cívicas en tiempos de paz y de guerra. Manuel J. Cuadros jamás se arredró ante el peligro ni sucumbió ante el desaliento. Suplió con creatividad las más variadas limitaciones. Nunca pidió nada por sus servicios al Perú. La satisfacción del deber cumplido fue la única compensación, el único bien que atesoró en lo más hondo de su espíritu enhiesto, siempre ansioso del progreso y grandeza de su patria.