Por estos días hay en el MALI una exposición imperdible: “De un punto a otra”, una muy completa retrospectiva de la fotógrafa peruana Flavia Gandolfo. En una de las secciones más sugerentes de la muestra, titulada “Transformismas”, un conjunto de imágenes en blanco y negro nos traslada a los inicios de los años 90, época en que la movida trans en Lima, muy nocturna y desafiante, daba a conocer a algunas de sus figuras más representativas, como Coco Marusix, Jossie Tassie y Naaminn Timoycco.
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Treinta años después de esa emergente contracultura, Timoycco confiesa que todavía no ha visitado la muestra de Gandolfo en el MALI, pero recuerda claramente el origen de las fotografías que protagoniza. “Flavia era muy amiga de Jossie, que ya murió, y llegó a nosotros cuando trabajábamos en el Palace Atenea de Miraflores –dice la bailarina–. Nos hicimos muy amigas también y se le ocurrió hacernos fotos, de nuestro antes y después. Yo acepté y de allí salieron las imágenes que están expuestas en el museo, con mi identidad anterior”.
Una identidad que Timoycco no niega, pero que ya quedó bien en el pasado. Porque hace exactamente 10 años, ella se convirtió en la primera mujer transgénero en ser legalmente reconocida como tal, cuando tras varios años de lucha judicial obtuvo el DNI con su nuevo nombre e identidad.
Hoy, Naaminn –nombre inspirado en el de la bailarina argentina Naanim Timoyko– recapitula esa difícil lucha legal y humana, su vida personal y artística, y el complicado año de pandemia y problemas de salud que, por suerte, pudo superar.
Cuéntame de tus primeros años. ¿Cómo fue tu vida en Iquitos?
Fue una vida maravillosa. Te puedo asegurar que tuve la mejor niñez. Siempre voy a estar agradecida con la vida por haberme dado unos padres tan maravillosos (Néstor y Olga). La mía fue una niñez llena de amor, de alegría, sin ninguna preocupación. Mi papá era militar y mi mamá fue ama de casa, aunque manejaba una tienda. Mi vida era muy tranquila.
¿Y cuándo es que vienes a Lima?
Cuando terminé el colegio, a los 15 años. Mis padres me mandaron aquí para estudiar. Ellos siempre me dijeron que me iban a pagar todo. Yo venía de una familia de clase media alta y no me faltaba nada. Cuando terminé la universidad y ya trabajaba, yo misma le dije a mi papá que me cortara el apoyo, pero no quiso. “No lo voy a hacer, déjame darte lo que yo quiera, tú eres mi hijo”, me dijo, porque hasta ese momento yo no me había cambiado de sexo.
¿Qué estudiaste aquí?
Administración de empresas. Me gradué en la Universidad Garcilaso de la Vega. Empecé a los 18 años y finalmente a los 22 es que me independizo, salgo de toda la tutela de mis padres. Porque quería hacerlo.
¿Y ejerciste la administración?
Sí, bastante tiempo. Trabajé en varias compañías importantes acá en el Perú. Mi trabajo siempre fue impecable, era muy buena en lo que hacía, pero me ganaba más el espectáculo. Me iba en las noches a las discotecas. Y lo que empezó como un hobby terminó siendo mi trabajo, mi vía para subsistir.
¿Cómo fue ese proceso de incursionar en la actividad artística?
En realidad la decisión de dedicarme al espectáculo viene desde que tengo uso de razón. Desde muy chiquita me encantaba ver películas mexicanas. Ya había terminado la época de oro, y a mí siempre me gustaron las rumberas. María Antonieta Pons, Meche Barba, Amalia Aguilar, Ninón Sevilla, todas ellas. Cuando podía ir al cine, veía esas cosas. Baile, baile y más baile. Soñaba con las plumas y las lentejuelas, siempre. Y eso desde que tengo uso de razón. Pero es desde que me independizo que puedo hacer mi sueño realidad. Seguía mis estudios universitarios y en las noches iba a las discotecas gay de aquellos tiempos. En una de ellas, el famoso Perseo, gané un concurso de baile. Escogían al mejor bailarín del verano y lo gané. A raíz de eso es que los dueños de ese local me invitaron a participar en sus shows espectaculares. Ese fue el inicio.
Presentación de Naaminn Timoycco en la discoteca El Perseo, 1991.
¿Qué otras discotecas frecuentabas?
En aquella época había un montón. El Perseo era la mejor, pero también estaba La Espalda, el My Way, el Inti, todas estas en Miraflores; también el Atenas o El Acuario, que estaba en Maranga, San Miguel. Después fueron desapareciendo.
Imagino que fue un proceso gradual, pero quería preguntarte si recuerdas el momento específico en que decidiste vestirte de mujer y salir a bailar.
Fue cuando estaba la universidad. Yo ya bailaba en las casas de mis amigos, cuando había un cumpleaños. Siempre decían “que baile la Naaminn”, porque yo ya me hacía llamar así. Pero después, cuando empecé a ir a las discotecas, conocí a más personas y recién entonces es que me animé a salir a la calle vestida de mujer, para ir a divertirme.
Y entonces, ¿Cuándo es que te dices a ti misma “soy mujer y quiero vivir como mujer”?
Siempre me lo dije. Siempre lo supe. Desde chiquita me he sentido mujer. Solo que no tenía los medios para hacerlo. Y se necesita dinero.
¿Pero no fue difícil hacer el esfuerzo de decirle a la gente “quiero que me vean como una mujer”?
Es que nunca hice el esfuerzo, porque nunca se lo dije a nadie. Desde que me independicé, me permití tomar las decisiones que yo quería. No tenía por qué decirle a nadie lo que quería hacer. ¿Por qué razón tendría que darles una explicación? Quizá solo a mis padres. Pero tú sabes que a los padres no se los engaña. Ellos sabían lo que habían traído al mundo. Solo que su cariño era demasiado grande y nunca me lo iban a decir directamente. Creo que lo sobrellevaron muy bien.
Está claro que tienes mucha seguridad y valentía. Pero sabes que muchas personas no la tienen, ¿no?
Sí, yo creo que depende de la posición de cada uno. Quizá depende de la educación o de la seguridad que tenga una. Yo siempre me he sentido segura en toda. Imagínate que para hacerme el cambio de sexo ni a mis padres pedí permiso. Lo hice porque yo consideré que era mi forma de ser, que era la manera en que yo iba a estar bien y tranquila. Pero era una decisión demasiado personal como para consultársela a alguien. “Haré esto, ¿qué te parece?”. No, no lo hubiera permitido nunca.
¿Cómo te trató en general el mundo del espectáculo? ¿Tuviste dificultades?
Me trató bien en general, pero siempre de una forma u otra ha habido discriminación. Y no sé por qué, te digo la verdad. Voy a ser muy sincera, pero tampoco voy a decir nombres: cuando empecé a salir en televisión, había un poco tabú. Estábamos en escena Coco Marusix –que empezó antes que yo–, y quien te habla. Era una novedad ver a una vedette tan guapa, que bailaba tan bien, y que todo el mundo sabía que antes había sido un hombre. Pero antes la televisión era más blanda en ese aspecto. En cambio, ha pasado más tiempo, muchas cosas han evolucionado, y la discriminación hacia las personas de mi género a veces ha aumentado. En alguna ocasión le he preguntado a la gente de los programas por qué no me invitan, y la respuesta ha sido “Naaminn, los anunciantes no quieren”. Y a mí me sorprende. Porque ¿Quién dirige el programa? ¡Un gay declarado! ¿Y quiénes son los asistentes? ¡Uno es más gay que el otro! Y seguro que los anunciantes también son gays. Entonces, ¿por qué una persona que ya está “hecha” como yo no puede ir? ¿No es absurdo?
¿Y a qué lo atribuyes?
Quizá es miedo. O quizá envidia, cólera de que ellos han querido ser como yo soy. Y como no han podido, pues dicen “para qué va a venir”. No digo que sea así, pero es lo que pienso que ocurre. No me parece correcto que, a estas alturas de la vida, gente como yo no se pueda desarrollar por un prejuicio tan tonto.
Luego tuviste un paso por el extranjero.
Claro, porque luego del Perseo, se inauguró el legendario café teatro Palace Atenea, en el óvalo de Miraflores. Para mí es el mejor que ha tenido el Perú. Ellos me invitan a ser una bailarina a nivela nacional, y allí es que empiezo a subir, a hacerme conocida. Tuve la suerte, por ejemplo, de ser dirigida por Edgard Guillén, un director maravilloso, al que adoro. Me enseñó tanto… Y compartí escenario con Ricardo Fernández, Esmeralda Checa, Álvaro González, bases de la comicidad en el Perú. Después de eso es que migro a Europa.
¿Cuánto tiempo estuviste por allá?
Del año 91 al 97, más o menos. Estuve en varios sitios de Europa, siempre de gira, siempre trabajando para tratar de asegurar mi futuro. Fue lo más lindo del mundo, unos países maravillosos. Antes de viajar me puse a leer muchísimo sobre Europa y cuando llegué ya me conocía casi todas las ciudades. Es otra idiosincrasia, totalmente diversa, se aprende mucho.
¿Y no había más competencia?
Había mucha competencia, pero mi seguridad era impresionante. He bailado junto a monstruos del transformismo, pero nunca me amilané.
¿Qué consejo le darías a una mujer que no es reconocida como tal por la sociedad?
Pienso que tiene que aprender a quererse y confiar en ella misma. Que luchen por lo que son, y podrán hacer lo que quieran, obviamente sin hacerle daño a nadie.
También tuviste suerte de que tus familiares no se metieran contigo…
Sí, pero si se hubieran metido conmigo igual los habría mandado al demonio.
Pasando a otro tema: este 2021 se cumplen 10 años de que obtuviste tu DNI como mujer. Fuiste la primera mujer transgénero en obtenerlo. ¿En qué momento decidiste emprender una batalla judicial tan complicada?
Lo decidí porque estaba harta. Harta de verme tan mujer en todos los aspectos de mi vida, pero tener un documento con nombre y género masculino. Entonces confié en mí misma, en mi abogado de aquel entonces, y dije “voy a hacer la lucha”. Ocho años duró el proceso.
¿Y qué sentiste cuando finalmente te dieron el DNI?
Sentí que me habían quitado una piedra gigantesca, una piedra que me asfixiaba todos los días de mi vida. Ese día sentí una paz y una alegría indescriptible. Yo misma fui al Reniec y cuando me dieron el documento me temblaba todo el cuerpo de emoción. Sentí hasta mareos. Vine acá a mi casa, agarré unas tijeras y rompí todos mis documentos anteriores. Se terminaba esa etapa de mi vida, que también fue bonita, pero que yo no aceptaba. Porque yo siempre a cualquier parte con la frente en alto, pero nunca falta algún burlón. E ir a hacer un trámite, y que te llamen por un nombre de varón siempre me exponía a las burlas. Siempre sentía ese temor. Entonces no te imaginas la tranquilidad que significa ese documento. Esa noche dormí mejor que nunca. Fue uno de los mejores sueños de mi vida.
Y aunque es un logro, para obtener el DNI te pedían el cambio de sexo, ¿verdad? ¿Crees que es necesario?
En el juicio exigieron que unos peritos sustenten mi caso, y que me revisen si yo tenía la vagina. Es un momento engorroso, fastidioso, el de tener tres médicos que te abran las piernas y te revisen. Un absurdo que no debería ser necesario. Yo ya estaba metida allí y tenía que hacerlo, pero es algo que no me gustó. Son cosas que el Estado debe cambiar. Hay miles de personas como yo que están sufriendo hasta ahora. Y no es justo, porque uno tiene que vivir su vida como mejor le parezca, sin hacerle daño a nadie. Si una persona de mi género paga sus impuestos como yo, tiene derecho a vivir con total libertad. No por un trámite tonto, o por la mentalidad de unos jueces moralistas. ¿Por qué no permitirle a una persona que viva como quiere? Es inaudito.
Ahora que estamos en época electoral, ¿no has pensado en incursionar en política?
Me ha atraído, sí. Yo quería participar este año. Y no solo para la comunidad LGTB, sino para la población en general. Hay muchas cosas que se pueden cambiar. Y yo soy una mujer preparada y honesta. Nunca he robado, nunca he delinquido, nunca he hecho nada incorrecto y por lo tanto a donde voy, siempre lo hago con la cabeza en alto.
¿Qué te parece la escena peruana del espectáculo actualmente?
Una involución total. Veo cada mamarracho… Por eso casi no miro televisión. Está llena de robots que no me inspiran nada. Es cierto que algunos talentos todavía están en escena, y entre los actuales hay excepciones. Pero en general se ha perdido el talento. Hoy solo vende lo mediocre. Y eso es lo que hacen los productores.
¿Qué te pareció la caracterización de una mujer trans hace poco en “De vuelta al barrio”?
Lo vi en internet. Me pareció aberrante, un espanto. No entiendo cómo un guionista puede haber hecho algo así. Totalmente grotesco y de mal gusto. En estos tiempos, además. Para tal caso, el papel lo hubiera hecho una chica trans, ¿no?
¿Qué haces actualmente? Imagino que afectada por la pandemia, como muchos artistas.
El 2020 fue uno de los peores años de mi vida. No solo por la pandemia, sino porque me dio parálisis ocular en los dos ojos. Por cosas del destino, a través de mi médico, David Ruiz, que siempre me ha hecho las cosas estéticas, pudo conseguir unos especialistas que vinieron a atenderme a mi casa. Me trataron un ojo, luego pasó al otro ojo, y encima no podía tragar porque tuve disfasia también. Fue horrible. Toda la cuarentena la pasé enferma. Por suerte puedo vivir de mis ahorros porque siempre he guardado pan para mayo.
¿Y piensas volver a los escenarios?
Creo que cuando todo esto se regularice ya no voy a estar en los escenarios bailando. Estoy un poco floja para eso. Pero detrás del escenario quizá pueda seguir. Me he cansado. Los últimos años más los he dedicado a viajar. Un año antes de la pandemia estuve por Panamá, el Caribe, Estados Unidos. Vine a Perú y tenía planeado volver a Europa, pero justo vino a la pandemia. Siempre he creído que la mejor inversión es el viaje.
¿Siempre has vivido sola?
Después de que me independicé, sí. Luego he tenido compromisos de 5 o 10 años, pero en el amor no me ha ido muy bien. Todos mis compromisos largos han terminado porque no les he podido dar hijos. Ese ha sido el factor fundamental.
¿Y nunca quisiste ser madre?
Me hubiera encantado. De hecho, pienso que si me caso con alguien, tranquilamente podría adoptar. Tengo todos mis documentos como mujer. Naaminn Cárdenas Calderón; sexo: femenino. Soy una peruana más.
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