"De ser China una democracia, habría menos alarma. Lo más cercano a la ley de la gravedad que tenemos en política internacional es la teoría de la paz democrática o la comprobación empírica de que dos países democráticos nunca se han enfrentado en una guerra". (Foto: MANDEL NGAN / AFP).
"De ser China una democracia, habría menos alarma. Lo más cercano a la ley de la gravedad que tenemos en política internacional es la teoría de la paz democrática o la comprobación empírica de que dos países democráticos nunca se han enfrentado en una guerra". (Foto: MANDEL NGAN / AFP).
Omar Awapara

La semana pasada, en el foro anual organizado por Bloomberg en Singapur, Hank Paulson, exjefe del Tesoro norteamericano, alertó sobre un deterioro en las relaciones entre y , y que el mundo se dirigía a un lugar muy peligroso si Washington y Beijing no encontraban la forma de cooperar. Haciendo énfasis en la interdependencia y competencia natural entre ambos países, la postura de Paulson parecía una respuesta a un artículo reciente de John Mearsheimer, connotado representante de la escuela realista de la Universidad de Chicago, que lleva por título “La rivalidad inevitable”.

Pesimistas feroces, los realistas como Mearsheimer ven anarquía (o ausencia de autoridad para solucionar disputas) ahí donde los liberales ven cooperación, y el interés nacional como paradigma principal en un mundo hostil donde el poder es la moneda de cambio. Como consecuencia, ven el conflicto como algo inevitable, especialmente entre los grandes poderes. La “tragedia de la política de las grandes potencias” (“The tragedy of great power politics”) es el aciago título de su libro más citado, precisamente. Y el segundo se titula “La falsa promesa de las instituciones internacionales”, como prueba adicional del desdén de los realistas por la idea de una arquitectura institucional capaz de canalizar la competencia internacional evitando el conflicto.

Lejos de ser una discusión teórica, la forma que tome la relación entre Estados Unidos y China en los próximos años tendrá consecuencias globales. En gran medida, el optimismo liberal radica en una vieja expectativa sobre la llegada de la democracia en países con un sostenido crecimiento económico, que permeó la política exterior estadounidense, y –para indignación de realistas como Mearsheimer– incluso ayudó a crear el monstruo que hoy lo amenaza a través de inversiones, intercambio económico y tecnológico, e integración al circuito comercial global.

No estamos cerca de ver una apertura democrática en China, por cierto. Incluso el propio foro de Bloomberg debió ocurrir ahí, pero se movió a Singapur por la situación de la libertad de prensa en China. En su más reciente artículo en “The Atlantic”, Anne Applebaum ubica al régimen chino como parte de un club que no solo es autoritario, sino que promueve y fortalece dictaduras precarias en el resto del mundo, como Bielorrusia o Venezuela.

De ser China una democracia, habría menos alarma. Lo más cercano a la ley de la gravedad que tenemos en política internacional es la teoría de la paz democrática o la comprobación empírica de que dos países democráticos nunca se han enfrentado en una guerra. Pero China no solo es una dictadura, sino también una de las economías más grandes del mundo, imbuida de un peligroso nacionalismo.

Y pretextos para iniciar un conflicto no faltan y convertir una guerra fría, que se desarrolla por ahora en lugares como Ghana en torno del cobalto o en temas como el 5G –que llevó a Estados Unidos a sancionar a Huawei–, a una guerra caliente. Está lo que Paul Poast llamó, en uno de sus notables hilos en Twitter, la “Gran Área”, con acceso a mercados internacionales y materias primas, que es clave para la economía estadounidense, y que, por ende, no puede dejar caer en manos de otra potencia. Y siendo más específicos, está el problema de Taiwán, principal aliado militar de Estados Unidos en la zona y pieza pendiente en el expansionismo chino en la región.

Mearsheimer no está solo en su torre de marfil. Ray Dalio, fundador del ‘hedge fund’ más grande del mundo, Bridgewater Associates, predijo la crisis financiera del 2008 y ahora anticipa un cambio de guardia de Estados Unidos a China no libre de fricciones y con posibilidades de conflicto bélico. Todo dependerá, piensa Dalio, de la gracia que muestren los estadounidenses en su declive y los chinos en su ascenso.

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