Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza
Diego Macera

Me confieso culpable. Cada vez que escucho la frase “diversificación productiva” siento inmediatamente que en mi sistema inmunológico-económico se prenden varias alertas. ¿Exoneraciones tributarias? ¿Aranceles? ¿Subsidios a dedo? A cualquier economista liberal aquella expresión le suena quizá demasiado cercana a desviaciones o herejías como esas.

La reacción instintiva de rechazo no es del todo injustificada. En boca de varios con tendencias atávicas, la diversificación productiva es una prima cercana del Estado empresario, del mercantilismo desvergonzado, del proteccionismo comercial y del movimiento antiminero. Las malas juntas de la diversificación productiva le han pasado factura a su imagen. En un país como el Perú, donde en décadas pasadas el camino al santo grial de la diversificación productiva estaba plagado de sustitución de importaciones o tipos de cambio preferenciales, no es extraño que la expresión suscite sospechas. No es para menos.

Pero –a pesar de los intensos debates que se han dado desde que Piero Ghezzi asumió la cartera de Producción durante el gobierno pasado– la verdad es que, mirada de cerca y filtrada a su esencia, nadie puede estar en contra directamente de la diversificación productiva. Si por diversificación productiva entendemos simplemente más y mejores motores productivos para la economía nacional, ¿alguien se opone? Difícilmente alguien considere negativo que, por ejemplo, la agroexportación, la industria forestal responsable, o los servicios digitales despeguen en el Perú y se conviertan en potencia regional o global.

¿Por qué seguimos, entonces, debatiendo esta cuestión si todos estamos fundamentalmente de acuerdo? Hay dos problemas graves en algunos círculos con el enfoque de la diversificación productiva. El primero tiene que ver, por supuesto, con la forma en que se implementa.

Por ejemplo, el sistema de mesas de trabajo del Produce y que pasaría al MEF, donde el sector público y el privado se sientan a debatir los detalles de cada sector y pensado principalmente para combatir la tramitología interna, es positivo y fuera de toda sospecha de herejía económica. ¿No es acaso la simplificación administrativa una meta común? Luz verde aquí. Por otro lado, programas más “activos”, como los centros de innovación productiva y transferencia tecnológica (CITE) –que intentan contribuir directamente en la cadena productiva de diferentes regiones–, son más cuestionables. Luz ámbar. Y en el extremo opuesto, iniciativas de la vieja escuela como exoneraciones tributarias o subsidios directos para el fomento de la diversificación productiva –como las que en algún momento se plantearon para la acuicultura– encienden las alarmas legítimas. Luz roja. Diversificación productiva sí, pero siempre dentro de las reglas de juego que han hecho posible el crecimiento del Perú en las últimas décadas.

El segundo gran problema es la narrativa binaria que ha tomado por momentos el debate sobre diversificación productiva. Para algunos, estar a favor de la diversificación productiva significa estar en contra de actividades como la minería, y viceversa. Este es un planteamiento caprichoso y maniqueo. No hay ley que impida desarrollar sectores económicos en simultáneo. Todo lo contrario. En el caso concreto de la minería, por ejemplo, el Instituto Peruano de Economía (IPE) estima que por cada empleo directo generado en ese sector se crean otros seis en diferentes sectores. La minería local impulsó también el crecimiento de la industria metalmecánica nacional y del sector construcción. A diferencia del presupuesto público, que es limitado y donde priorizar sectores como seguridad, educación o justicia es urgente y excluyente, la inversión potencial del sector privado en un país relativamente chico y abierto al mundo como el Perú es, en la práctica, infinita, y se potencia mutuamente. Aquí hay poca necesidad de “priorizar”.

Aprovechar las ventajas de nuestros motores productivos actuales para encender nuevos motores de crecimiento no solo es posible; es necesario. Pero al enfrascarnos en discusiones bizantinas, cuando casi todos estamos de acuerdo en lo fundamental, le hacemos un flaco favor al desarrollo económico del país.