(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

No hay que ser perfecto para indignarse ante un acto de corrupción. No hay que ser la madre Teresa de Calcuta para valorar la protesta de una minoría afectada por una inversión millonaria. No hay que ser vegano para luchar contra la contaminación del planeta, ni infalible para criticar los errores de otro.

Desde hace un tiempo, existe una indignación rarísima entre los anticaviares, miembros de la DBA, hiperconservadores (no sé muy bien ni cómo llamarlos porque el grupo es más o menos variopinto) que no permite que alguien se pronuncie contra un atropello si no tiene un currículo impecable, o si no se ha pronunciado antes sobre todos los otros temas relevantes de la vida. Por ejemplo, si no te quejaste de todos los grandes pecados del fiscal Pablo Sánchez, o del juez San Martín en su momento, entonces no tienes derecho a quejarte del fiscal Chávarry. Es más, no solo no puedes pronunciarte sobre sus mentiras, sino que estás obligado a reconocer que no son graves, que son pecadillos.

Si no has marchado por la violencia contra los niños, no estás autorizado a marchar para detener la violencia contra la mujer. Y si no te has manifestado en contra de los derechos del niño no nacido, quedas inhabilitado para siempre de protestar por la unión civil, el derecho a la educación, la corrupción o cualquier tema que a ti te preocupe como ciudadano.

El razonamiento es rarísimo porque apunta a que todos nos preocupemos por todo, todo el tiempo, lo cual no solo es ridículo, sino básicamente imposible. El objetivo de estos requisitos morales y pruebas inalcanzables de consecuencia es que a nadie le importe nada. Si votaste por Toledo aguántate ahora a todos los choros que se te crucen por el camino, si votaste por Humala tienes que aceptar calladito que las cuentas de los cocteles de campaña de la señora K no cuadren, si se te ocurrió votar por PPK tienes que bancarte al Dr. García dando clases en videíto de cómo debe funcionar un sistema de justicia que, curiosamente, para él siempre ha funcionado de maravillas.

No vamos a negar que es absolutamente normal que personas de ideologías o preferencias políticas distintas tengan también diferentes prioridades. No podemos pretender que para la señora Martha Chávez la marcha de la unión civil sea más importante que la del niño no nacido. Tampoco esperemos ver al congresista Marco Arana apoyando con entusiasmo una protesta en contra de la estatización de la banca. No seamos ingenuos, las personas dentro de una sociedad tienen diferencias y tienen derecho a expresarlas. Pero hay mínimos con los que no debiéramos transar: el robo, la mentira, la corrupción, la bajeza moral, las agresiones cobardes a niños y mujeres deberían indignarnos a todos. Deberíamos todos ser capaces de decirles basta y condenar a esos sujetos que están buscando convertirnos en una sociedad pusilánime y asquerosamente cómplice de la corrupción y la sinvergüencería.