Las encuestas son crueles con aquellos que no las encabezan o cuya intención de voto no ha experimentado por lo menos un incremento importante desde la última medición. Y en consecuencia, los candidatos sin fortuna ensayan siempre argumentos de consolación para tratar de ignorarlas. “Lo que yo recojo en mis recorridos por calles y plazas es otra cosa” o “la verdadera encuesta es la que se va a dar el día de la elección”, recitan los desahuciados con gesto desafiante, tratando de estirar un poco la ilusión mientras la fecha fatídica se acerca.
Susana Villarán, por ejemplo, posee una fórmula para conjurar la adversidad estadística que parece tenerla muy contenta. Según ella, las encuestas serían simplemente “fotografías del momento” y con eso el problema estaría resuelto. El inconveniente, sin embargo, es que la alcaldesa sale mal en todas las fotos y que una sucesión de imágenes constituye siempre una película (cuyo final, en este caso, no se augura auspicioso para la protagonista).
Pero si alguien le hace notar ese detalle ingrato, la señora retruca invariablemente que ella tiene sus propias encuestas –las que dentro de su lógica equivaldrían a un ‘selfie’– y que en estas su opción de triunfo luce inmejorable. La pregunta, claro, es con qué aparato habrá obtenido esas imágenes, porque con la tecnología que se conoce hasta el momento no hay forma.