(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Enzo Defilippi

Hace más de 20 años, el economista, investigador y colega mío en la Universidad del Pacífico, Francisco Sagasti, me dijo algo que no he podido olvidar por ser cierto: que el deporte preferido de los peruanos es el autocojudeo, es decir, la búsqueda sistemática de argumentos para dejar de ver la realidad. Para convencernos de que estamos mejor de lo que estamos, que los logros se obtienen mereciéndolos y que las buenas intenciones bastan en esta hermosa tierra del sol.

El problema con el autocojudeo es que, tarde o temprano, la realidad nos alcanza. Y cuando eso ocurre, usualmente reaccionamos con furia. No importa contra quién. Alguien más es siempre responsable por la brecha entre nuestras expectativas y la realidad.

Nuestra relación con la selección ilustra bien esta actitud. Aún recuerdo que, a su regreso del Mundial Argentina 1978, nuestros jugadores fueron recibidos en el aeropuerto por gente que les tiraba monedas. Sí, a Cubillas, Cueto, Sotil, Chumpitaz y otros; probablemente, nuestra mejor generación de futbolistas. De hecho, Hasta hoy escuchamos a algunos decir que “se vendieron”. Y eso que jugaron una extraordinaria primera ronda (terminamos primeros en el grupo). Más recientemente, cuando Sergio Markarián fue responsabilizado de que el Perú no hubiese llegado al Mundial de Brasil (no la falta de semilleros, el bajísimo nivel del campeonato local o una federación manejada por una sospechosísima dirigencia), los que se alegraron de su renuncia ya no se acordaban de que, contra todo pronóstico, había sacado tercero al Perú en la Copa América. Y ni qué decir de la sesgadísima cobertura del Caso Guerrero, en la que más que analizar objetivamente los hechos, el periodismo se abocó a buscar argumentos para demostrar su inocencia. Autocojudeo a la vena.

Por estas actitudes temí lo que pudiese pasar con la selección a su regreso de Rusia. Y por ello estoy gratamente sorprendido con la madurez con la que la gente se ha tomado la temprana eliminación. Es que un triunfo y dos derrotas pueden parecer un fracaso para quienes solo se fijan en los resultados, pero una buena campaña para quienes entienden, además de dónde venimos, que el éxito (deportivo, personal o empresarial) es consecuencia de un trabajo de largo plazo en el que la planificación, el esfuerzo y la constancia importan tanto como el talento.

Muestra de esto es lo logrado por Óscar Washington Tabárez, quien, desde el 2006, es responsable de todas las categorías de la selección uruguaya (desde la Sub 15). Tabárez, trabajando con un plan de largo plazo (conocido como “el proceso”), ha logrado implantar, además de un mismo modelo de juego en todas ellas, disciplina, compromiso y valores en sus jugadores. ¿El resultado? Que hoy la pequeña república oriental es nuevamente protagonista de certámenes internacionales y cracks como Luis Suárez, Edinson Cavani o Diego Godín, salidos de este proceso, triunfan en los mejores equipos del mundo.

Por eso creo que si bien sería óptimo que Gareca siga como entrenador, más importante es continuar el trabajo iniciado por él. Reformar en serio el campeonato local, trabajar con las divisiones inferiores, fortalecer el acompañamiento físico y psicológico de los jugadores. Quizás así, para sentirnos ganadores, ya no necesitaremos creer en las ridículas historias que inventamos. Bastará con encender la televisión.