“Coco” es una actualización del concepto de etnoanimación que, de cuando en cuando, Hollywood prueba, por lo general con resultados medianamente satisfactorios. Un ejemplo es “Rio” (2011), de la productora Fox/Blue Sky Studios. Como rocambolesco tributo al país de Pelé, no pasaba de ser un divertimento ligero –aunque muy eficaz–. Ahora, Lee Unkrich (“Toy Story 3”, 2010), de Pixar/Disney, sube la apuesta con una película sobre México, y lo hace con la colaboración de Adrián Molina, estadounidense de raíces mexicanas que forma parte del estudio de “Ratatouille”.
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Y si “Ratatouille” (2007) hacía de los clichés sobre París una fábula lírica, “Coco” lo hace a propósito del Día de los Muertos, festividad en que los mexicanos honran a sus difuntos. El escenario es Santa Cecilia, pueblo donde Miguel Rivera (Anthony González) es un niño lustrabotas que sueña con ser como Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt), divo semejante a Pedro Infante o Jorge Negrete. Sin embargo, gracias a un encantamiento, el muchacho viajará a la tierra de los muertos. Allí indagará por De la Cruz, pero se topará con antiguos familiares que le descubrirán secretos ocultos del clan Rivera.
Si hay algo fascinante en “Coco” es la ingeniería de su historia, la delicadeza de su narración. Si algunos le reprochan al filme repetir demasiado el “estilo Pixar” –uno que resulta muy refinado visualmente y que hace gala de un humor blanco y algo sentimental–, quizá no hayan reparado en lo sugerente de su entramado simbólico: el niño Miguel transgrede el orden natural y viaja al país de los muertos, reino paralelo al de los vivos, y que existe gracias al culto que el pueblo tiene con sus familiares fallecidos.
“Coco” –nombre de la abuela de Miguel– es también una cinta sobre el tiempo, sobre la vejez, sobre la vida en función a la muerte. En esa lógica, una suerte de espectro que no tiene derecho a estar en el mundo del más allá, llamado Héctor (Gael García Bernal), parece desaparecer poco a poco –aquí uno puede morir estando muerto–. Su existencia depende de la última persona sobre la Tierra que lo recuerda, y que está perdiendo la memoria. Lo magnífico es que, de acuerdo al tono jocoso y en consonancia con la idiosincrasia mexicana, esta vida de lo macabro se naturaliza y se vuelve carnaval.
Unkrich y Molina han diseñado el mundo de los muertos como un espacio infinito, que rompe el eje horizontal de la realidad, donde los personajes lucen como calaveras pintadas al modo de las artesanías tradicionales del país de Juan Rulfo. Los influjos del genio de la animación japonesa Hayao Miyazaki también son evidentes. Están en el viaje a ese mundo alterno donde la fantasía toma el poder, en el que aparecen monstruos amables de la mitología popular: los llamados alebrijes, como un felino gigante con alas de pájaro, y de piel adornada con luminosos colores –que recuerdan la pintura de Rufino Tamayo–.
Y si ese carnaval se mueve con los diagramas y el cromatismo barroco del arte mexicano, se inscribe en el fondo de una oscuridad profunda. Frida Kahlo y otros íconos populares hacen sus fiestas allí. Sobre todo Ernesto de la Cruz, cuyo personaje es tan logrado como el de Miguel, y cuyo secreto se develará con suma crueldad. Quizá hubiera querido que más de esa crueldad asomara en el filme, pero no importa. Pese a algunos excesos didácticos, “Coco” es uno de los pocos filmes norteamericanos que se han acercado a América Latina con algo de respeto y, sobre todo, con una empatía cultural y estética digna de admiración. Divertida y refinada a la vez, por momentos conmovedora, “Coco” es también un buen musical gracias al competente ‘score’ de Michael Giacchino.
LA FICHA
Título original: “Coco”.
Género: animación.
País: Estados Unidos, 2017.
Director: Lee Unkrich, Adrián Molina.
Actores (voces): Anthony González, Gael García Bernal, Benjamin Bratt.
Calificación:
Plataforma: Disney Plus.