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¿Comiste bien y aun así te cayó mal? Tal vez es culpa del estrés
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Te preparaste una ensalada hermosa, llena de fibra, proteína, colores y amor. La comiste rápido entre reuniones, revisando correos, con el celular en la mano y la cabeza en otra planeta. Y, a los 20 minutos: hinchazón, gases, incomodidad, ganas de acostarte en posición fetal. ¿Te suena familiar? ¡Ajá! No todo siempre es culpa del pan ni de la cebolla. A veces, el verdadero saboteador de tu digestión no está en tu plato, sino en tu mente. Y tiene nombre: el estrés.
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Y es que el eje intestino-cerebro es más que una moda en Instagram. Tu sistema digestivo y tu cerebro están conectados por una autopista bioquímica llamada eje intestino-cerebro. Se comunican todo el día a través de hormonas, neurotransmisores y señales del sistema nervioso. ¿El mensajero principal? El nervio vago (que de vago y flojo no tiene nada), que conecta tu cerebro con tus intestinos y regula funciones como la motilidad, la secreción de jugos gástricos, y hasta tu respuesta inflamatoria.
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Cuando estás tranquila, presente y en modo “descanso y digestión” (gracias al sistema nervioso parasimpático, ese que hoy en día suele estar inhibido a causa del estrés crónico), tu cuerpo dice: “todo bien, vamos a digerir esta comida como se debe”. Pero (y aquí un gran pero) cuando estás corriendo de un lado a otro, con el cortisol a tope, en modo “supervivencia” , tu cuerpo entra en alerta máxima y lo último que quiere hacer es digerir. Porque —según él— podrías estar escapando de un tigre, no almorzando en tu escritorio.
Lo que viene a continuación es una respuesta natural del cuerpo, pero que afecta tu digestión:
- Se reduce la producción de ácido clorhídrico, y esto hace que no digieras bien las proteínas.
- Disminuye la motilidad intestinal: bienvenido, estreñimiento.
- Se altera la microbiota intestinal, lo cual significa menos bacterias buenas y más inflamación.
- Aumenta la permeabilidad intestinal. Sí, el famoso “intestino permeable”.
- Se disparan los antojos, y aquí hay química pura: tu cerebro quiere dopamina, y la pide en forma de azúcar.
El estrés desencadena la liberación de hormonas como el cortisol, que pueden alterar la motilidad intestinal, aumentar la inflamación y reducir el flujo sanguíneo al sistema digestivo, lo que lleva a otros problemas estomacales.
¿El resultado? Aunque comas hermoso y maravilloso, los nutrientes no se absorben como deberían, tu digestión se “enlentece”, tu barriga se infla y tú te sientes agotada, desconcentrada y con ganas de llorar por algo que ni siquiera sabes qué es.
Entonces… ¿tengo que dejar de estresarme para digerir? Ojalá fuera tan fácil. El estrés no se elimina: se gestiona. Y ahí es donde entra el cambio de chip: no solo importa lo que comes, sino cómo lo comes y en qué estado emocional estás cuando lo haces. Aquí te dejo unos tips prácticos:
- Respira profundo antes de comer. Tres inhalaciones y exhalaciones pueden cambiar tu digestión.
- Cierra pantallas. Mastica sin distracciones (sí, sin redes sociales, ni mails).
- Come sentada, tranquila y sin apuro. Tu cuerpo no digiere bien en modo ‘sprint’, ni tampoco parada en el counter de la cocina.
- Haz pausas activas. Caminar diez minutos después de comer ayuda más que cualquier probiótico.
- No guardes emociones. Como siempre digo, el intestino digiere lo que la cabeza no gestiona. El estrés emocional no digerido también inflama. Habla, escribe, suéltalo.

Tu digestión no es solo una función fisiológica, es una señal de cómo estás viviendo. Si tu digestión está alterada, no siempre necesitas una dieta más estricta. A veces necesitas bajar el ritmo, mirar hacia adentro y reconectar con tu cuerpo. Porque no es lo mismo comer un plato de verduras con ansiedad, que con presencia.
Y no, no estás rota. Tu cuerpo está hablando. Solo toca escucharlo. //
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