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La historia de la casona Boza y Solís de Ayacucho: la urgencia de salvar un monumento histórico del Perú
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En la Plaza de Armas de Ayacucho, una hermosa casona resiste el paso del tiempo como símbolo de otras épocas. Es elegante, sólida, acogedora, aunque sus muros y techos que hace mucho fueron emblemas de poder y elegancia hoy muestran ya las grietas del abandono. La Casona Boza y Solís, actual sede de la Prefectura, es uno de los monumentos más valiosos del Centro Histórico de Huamanga. Y puede que también sea uno de los más frágiles.
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Levantada hacia 1740 por orden del rey Felipe V, la propiedad fue construida por el corregidor y alcalde Nicolás Boza y Solís, un ciudadano español originario de las Islas Canarias. La obra se prolongó quince años y concluyó en 1755, convirtiéndose en residencia familiar y emblema de su autoridad en la ciudad. Como se recuerda, durante el Virreinato del Perú, Huamanga fue un importante núcleo administrativo y militar, y en esos años la casona se consolidó como símbolo del poder colonial.
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Más de un siglo después, en 1822, el inmueble fue escenario de un episodio histórico y dramático: María Parado de Bellido, heroína de la independencia, fue encarcelada y torturada en sus celdas antes de ser fusilada por las fuerzas realistas. Décadas más tarde, según las escrituras de la época, la casona fue vendida al Estado en 1937, con fines políticos y de museo. Desde entonces, el inmueble quedó bajo propiedad del Ministerio del Interior.


Hoy, recorrer sus ambientes es asomarse a un tiempo suspendido. Una puerta de madera claveteada con botones y llamadores de bronce abre paso al zaguán que conduce al primer patio, donde una pileta de piedra sobrevive al polvo. Lo rodean 21 columnas de piedra y 18 arcos de cal y canto que sostienen el segundo nivel. En su época de esplendor, la escalinata lateral que conectaba ambos pisos estaba cubierta de mosaicos sevillanos y protegida por un balaustre de madera: testimonio del refinamiento que alguna vez tuvo la casa señorial.
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Pero ese esplendor se está apagando con el paso del tiempo, que ha empezado a hacer estragos en la estructura. “Es una de las casas más bonitas que hay en Ayacucho, pero tiene problemas que son visibles. Urge una restauración; de lo contrario, la casa se puede caer”, advierte el historiador ayacuchano Juan Perlacios, quien ha seguido la historia del inmueble durante décadas. Las lluvias torrenciales que azotan la ciudad entre diciembre y marzo causan desastres en el techo y dejan al descubierto el entramado de cañas y carrizos que lo sostienen. “Si no se interviene, un riesgo de colapso es real”, insiste.

La advertencia no es una exageración. A fines de octubre, el desprendimiento de parte de la estructura de una casona en el Centro Histórico de Huamanga, junto a la Iglesia de la Compañía, provocó la muerte de una persona y dejó a otras tres heridas. Las primeras investigaciones señalaron que las lluvias habían debilitado los cimientos y que el uso de cemento en antiguas reparaciones contribuyó al daño. El accidente recordó, de forma trágica, que mantener las casonas históricas en abandono puede poner en riesgo tanto la memoria como la vida.
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A diferencia de otros inmuebles coloniales de la ciudad —como la Casona del Marqués de Mozobamba, hoy centro cultural de la Universidad de Huamanga, o la Vivanco, convertida en museo—, la Casona Boza carece de un plan de conservación sostenido, cuenta Perlacios. Desde hace cinco años, los descendientes de la familia Boza han asumido parte de los costos de mantenimiento de manera filantrópica, financiando reparaciones urgentes como el retejado de los techos o el arreglo de los pisos. “Ellos han permitido que la casona se conserve, pero no es suficiente”, reconoce Perlacios.

Sin embargo, los esfuerzos privados no alcanzan. Nicolás Boza, descendiente de los antiguos propietarios, cuenta que incluso financiaron un estudio técnico que arrojó un diagnóstico preocupante. “En los últimos 20 largos años, hemos ido parchando, parchando, parchando… No se trata de arreglar una parte: todo está mal”, admite. El informe, elaborado por especialistas, estimó que la restauración integral demandaría una inversión de alrededor de un millón y medio de soles.
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Alternativas para salvar el inmueble sobran. Hay quienes en Ayacucho plantean que la casona podría ponerse en valor mediante el mecanismo de obras por impuestos, que permitiría a empresas privadas financiar la restauración a cambio de deducir el gasto de sus tributos. El problema no sería técnico, en ese escenario, sino burocrático. Durante años, la familia solicitó información y reuniones con autoridades para explicar la urgencia de intervenir, pero no recibió respuesta.

En las últimas semanas, algo parece haber empezado a cambiar para bien. Después de muchos meses sin respuesta, personal del Ministerio del Interior ha pedido ya la información completa sobre la casona: oficios, cartas, estudios y fotografías. Es un gesto inicial y suficiente para imaginar que su restauración podría comenzar a discutirse.
Mientras tanto, la Casona Boza sigue en pie, aunque cada temporada de lluvias amenaza con convertirla en ruina. Su deterioro pone en riesgo a quienes trabajan dentro y expone la fragilidad del patrimonio en una ciudad que vive sobre su historia. //
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