Los bosques organizan la vida de las comunidades de la Cordillera de Vilcanota, el dédalo de montañas que se levanta a un lado del río Urubamba, en el Valle Sagrado de los Incas, una región al sureste de Perú de belleza inaudita y campos de cultivos de todos los tonos y variedades vegetales.
Los pastores de Huilloc, comunidad enclavada en la cuenca alta del distrito de Ollantaytambo, en el Cusco, lo saben muy bien. Sus antepasados, mucho antes de la conquista española, cuidaron con esmero las queuñas (Polylepis spp.), qolles (Buddleja spp.), chachacomos (Escallonia resinosa), alisos (Alnus acuminata), huaranhuayes (Tecoma sambucifolia) y otras especies arbóreas, todas nativas de nuestro continente, que crecían en las quebradas y terrazas que se elevan hasta casi tocar las nieves perpetuas de sus montañas sagradas o apus.
Cada mes de diciembre en la comunidad campesina de Huilloc, a 3650 metros sobre el nivel del mar (msnm), hombres y mujeres de todas las edades, vestidos de riguroso rojo, se aprestan a iniciar una actividad esperada durante todo el año: la siembra de los plantones de queuña que colocarán en las tierras que la comunidad ha dispuesto para fines forestales.
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Refugios de vida
Los bosques andinos se extienden a lo largo de una amplia diversidad de ecosistemas montanos entre los 1000 y los 5300 msnm. Se trata, por su ubicación, de paisajes frágiles y muy vulnerables a los efectos combinados de los cambios climáticos que sacuden al planeta, la deforestación y la degradación de sus entornos por eventos previsibles, y extendidos, como los llamados incendios de temporada, un flagelo que se propaga por todos los continentes que, en el caso de los Andes —el bioma donde se genera el 60 % del agua que llega a la cuenca amazónica—, resulta un verdadero despropósito.
Un documento técnico de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, organización dedicada a la promoción y defensa de estos ecosistemas, refiere que estos bosques atípicos y extremadamente bellos son claves en la provisión de bienes y servicios ecosistémicos, pues regulan el clima y el suministro de agua, atenúan las inundaciones y las sequías, mitigan las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y mantienen los hábitats que permiten la permanencia a largo plazo de la biodiversidad.
A pesar de que 40 millones de personas en siete países andinos dependen de manera directa de sus servicios forestales, sus coberturas originales disminuyen dramáticamente. Se estima que los bosques andinos llegan a cubrir en la actualidad entre 5 y 10 % de la superficie que tuvieron originalmente. Una verdadera calamidad si es que se advierte que estos bosques son también ambientes de alta energía y complejas redes hídricas que sirven para dar vida a las partes medias y bajas de las cuencas, donde se asienta gran parte de la población de los países andinos.
Constantino Aucca Chutas, biólogo cusqueño y estudioso de las aves que habitan los bosques de queuñas o Polylepis del sur-andino peruano, ha dedicado más de veinte años de su vida a la preservación de estos ecosistemas. En el año 2000, con un grupo de profesionales de su región, fundó la Asociación Ecosistemas Andinos-ECOAN, organización de la sociedad civil que durante dos décadas ha logrado plantar tres millones de árboles nativos en los Andes peruanos: un millón seiscientos mil de ellos en las zonas altas de la Cordillera de Vilcanota, en el Cusco.
Mongabay Latam lo contactó telefónicamente para conversar sobre la situación actual de los bosques de su región y la singular campaña de reforestación que lidera desde su institución: “Cansados del poco impacto que tenían las acciones encaminadas a mitigar los efectos del cambio climático que se estaban tomando —explica—, nos atrevimos a lanzar una iniciativa innovadora basada en la experiencia que habíamos obtenido trabajando con las propias comunidades: sembrar con ellas la mayor cantidad de árboles de Polylepis, queuñas en el habla popular, y hacerlo como lo hacían nuestros antepasados, de manera colectiva, en aynis, festejando”.
El ayni, hay que mencionarlo, es una institución nacida en los Andes en el inicio de los tiempos que se sustenta en el apoyo mutuo y la reciprocidad. Gracias a su práctica las comunidades campesinas del Cusco y otros departamentos peruanos han podido organizar, desde tiempos inmemoriales, el ciclo agrario y la producción de bienes y servicios que sostienen la vida colectiva.
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La fiesta de las queuñas
En el 2014 ECOAN lanzó por primera vez el festival Queuña Raymi, “la fiesta de las queuñas” en quechua, una original campaña anual de producción y siembra de Polylepis en la que las comunidades altoandinas de la Cordillera de Vilcanota se unen para reforestar las cabeceras de sus cuencas hídricas. Y lo hacen, además, con música, danza, preparación de platos típicos, pagos a la tierra y otras ceremonias rituales que garantizan la continuidad del legado cultural heredado de sus antepasados.
Desde el inicio del festival, veintiún comunidades de las zonas más altas del llamado Valle Sagrado se han sumado a la iniciativa que al poco tiempo empezó a ser apoyada por el Ministerio del Ambiente de Perú, el Gobierno Regional del Cusco y los municipios locales. También por empresarios comprometidos con la conservación del paisaje donde se desenvuelven sus operaciones.
Tino, como lo conocen en las localidades con las que su institución trabaja desde su creación, es un convencido de la fortaleza que tiene el tejido social de las comunidades campesinas de las alturas del Cusco: “No teníamos que inventar la pólvora: lo que hacemos con los Queuña Raymi es repetir lo que hacían los Incas”.
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Las comunidades que participan en el festival —que empieza invariablemente en la primera semana de diciembre y se prolonga hasta marzo, la temporada más propicia para este tipo de actividad forestal—, se organizan para recoger las plántulas de los Polylepis que crecen en el campo de manera silvestre y hacerlas crecer en los viveros comunitarios que han instalado, algunos de los cuales llegan a producir hasta veinte mil plantones cada año.
Terminada la producción de plantones y gracias al apoyo de empresas e instituciones involucradas en el proyecto, ECOAN entrega a cada comunidad que participa en el Queuña Raymi la cantidad de Polylepis que necesitan. El ingreso que reciben las comunidades productoras por el trabajo realizado tonifica la economía de las familias involucradas e incentiva la siembra masiva de una especie arbórea ligada a su historia y al paisaje ancestral.
Las cinco variedades de queuña que ECOAN siembra en un arco geográfico que integra a los distritos de Ollantaytambo, Urubamba, Calca y Lares, en las provincias cusqueñas de Urubamba y Calca, están adaptadas perfectamente a las duras condiciones de las tierras sobre los 5000 msnm. Sus copas densas han desarrollado hojas cuyos pelos capturan la humedad del aire para llevarla hasta el suelo donde es absorbida por sus raíces superficiales. Adaptación singular que les permite soportar, con éxito, la violencia de los vientos que soplan en estas zonas de extremos.
Por si fuera poco, la corteza del tronco y las ramas principales de las queñuas, de intenso color cobrizo, se desprenden en delgadas láminas que retienen el aire con el propósito de amenguar la temperatura y mantener el calor que es aprovechado por comunidades de insectos que se atreven a vivir donde es casi imposible hacerlo.
Sobre su corteza, además, crecen musgos y líquenes formando microecosistemas de alta diversidad que alimentan a un sinnúmero de aves, muchas de ellas endémicas de estos bosques como el torito de vientre cenizo (Anairetes alpinus), el tijeral de ceja blanca (Leptasthenura xenothorax), el conirostro gigante (Conirostrum binghami) y el churrete real (Cinclodes aricomae).
El biólogo Gregorio Ferro Meza, responsable de las campañas de reforestación de ECOAN, es un convencido de la importancia que tiene el arbolito en la vida de las poblaciones locales y no solo por la diversidad biológica que se encuentra en sus bosques, sino también porque sus maderos siguen siendo un recurso muy valioso para la elaboración de herramientas y la construcción de viviendas. También, obviamente, para ser utilizados como combustible en una ecorregión del planeta donde ninguna otra especie arbórea logra sobrevivir.
Ferro es consciente que se debe actuar con celeridad, la sobreexplotación de los árboles de queuña ha desaparecido la especie de algunas zonas otrora ricas en Polylepis. Por eso es que su institución, a pesar de su conocida oposición a la introducción de especies forestales exógenas, ajenas a los ecosistemas andinos, ha apoyado en algún momento la siembra de eucaliptos y pinos. “En un momento nos vimos precisados a sembrar estos árboles para garantizar la provisión de leña para las comunidades”, acota.
Para el biólogo se trata de armonizar criterios y trabajar con las propias comunidades y los organismos públicos para salvar los bosques andinos y asegurar la herencia cultural.
Por eso es que en estos primeros veinte años de trabajo, ECOAN ha capacitado a las comunidades con las que trabaja en manejo de cocinas mejoradas, paneles solares y uso sostenible de pastos, bosques y bofedales (en quechua, oconales, de ocko, húmedo); también en buenas prácticas de turismo vivencial y de naturaleza y en la construcción de infraestructura adecuada, entre otras actividades. Con nueve comunidades de altura, además, ECOAN ha logrado tejer en la Cordillera de Vilcanota una singular red de Áreas de Conservación Privadas que ha servido para poner a buen recaudo más de ocho mil hectáreas de tierras comunales y espejos de agua de importancia estratégica.
Para Gregorio Ferro, otro amante de las aves de los queñuales altoandinos, el hecho de que las comunidades que intervienen en los exitosos Queuña Raymi sean vecinas y se sientan parte de un cambio que las beneficia garantiza la continuidad de la propuesta. Desde que empezaron a trabajar con ellas hasta la fecha se han logrado reforestar más de 680 hectáreas de tierras comunales, beneficiando con ello a casi 2500 familias campesinas. Solo en el Queuña Raymi de este año, que se inició en diciembre de 2019 y tuvo que interrumpirse debido a la pandemia del COVID-19, se lograron sembrar 231 000 plantones de queuña para sumar al cuadro general 92.4 hectáreas reforestadas más.
“No se trata de sembrar por sembrar”, acota Ferro, “los árboles nativos, si no son debidamente colocados y protegidos por las poblaciones locales no prosperan. Los arbolitos que hemos sembrado con las comunidades en los Queuña Raymi que organizamos tienen un rango de sobrevivencia de 85–90 %. Ninguna otra institución tiene esos registros”.
Desde el Cusco explica que algunas de las comunidades campesinas con las que trabajan, al reunirse para intercambiar información y saberes, han logrado solucionar antiguos controversias de linderos. “Cuando se trabaja para proteger un bien común —agrega— se rompen las fronteras, los directivos dialogan y las comunidades se unen para fines mayores”.
Ferro no oculta su satisfacción al destacar que la iniciativa de la siembra colectiva empieza a ganar adeptos entre las comunidades del extenso sur-andino del Perú: “han venido a conocer la experiencia, para replicarla en sus lugares de origen, comuneros de Huancayo, Ayacucho y Abancay”.
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Cusco verde
Huilloc es una comunidad del distrito de Ollantaytambo cuyos pobladores se han vinculado al Cusco más moderno a través del turismo. Conocidos como huayruros, por el rojo intenso de sus vestimentas tradicionales, los habitantes varones de Huilloc y las demás comunidades del valle de Patacancha suelen laborar como porteadores (cargadores de equipos de camping y otros pertrechos) en el famoso Inka Trail o Camino Inca a Machu Picchu.
Recios y hábiles caminantes, en diciembre pasado más de mil huayruros, hombres, mujeres y niños, recorrieron las laderas comunales para iniciar la fiesta anual del Queuña Raymi de la temporada 2019-2020. Treinta y dos mil arbolitos de queuña fueron sembrados por la vigorosa formación campesina que se movió a su antojo durante toda la mañana y parte de la tarde por el filo de la montaña: 12.8 hectáreas de la comunidad fueron cubiertas por un bosquecillo que tendrán que cuidar de los animales domésticos y de los estropicios que suele generar el mal tiempo. O el tiempo propio de estas alturas siderales.
Como en Pallata y Patacancha, como en el resto del territorio Queuña Raymi, los varones son quienes toman delantera para abrir los orificios donde las mujeres y los niños distribuyen los plantones de Polylepis. La fiesta, la algarabía popular, transforma la dureza propia de estas montañas en un carnaval de colores. La música golpea en el alma.
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Joaquín Randall, empresario turístico en el distrito de Ollantaytambo y entusiasta de la conservación del paisaje del Valle Sagrado de los Incas, es otro de los creyentes en el Queuña Raymi cusqueño. Desde hace cuatro años, en el contexto del festival, Randall y los trabajadores de su empresa se han involucrado en las labores de reforestación en los sectores distritales de Huqui y Pampamarca. “Soy consciente de la gravedad del problema que nuestra especie ha creado en estos últimos siete mil años: no hay un solo espacio en estas laderas que no haya sido perturbado por el hombre. Lo que nos toca hacer ahora es simple: restaurar lo que destruimos”, dice Randall.
Siguiendo el ejemplo del Queuña Raymi, Randall se aventuró este año a sembrar 1500 árboles de queuñas, qolles, molles y taras en un área cercana al alojamiento que gestiona. Y lo hizo también en ayni, festejando con los danzantes del Qhapaq Negro ollantino, una de las comparsas más conocidas de su jurisdicción. Su empeño tuvo el efecto de ganar adhesiones de inmediato: a las pocas semanas otro grupo de celebrantes se animó a hacer lo mismo y en un solo día 320 bailarines ataviados con sus vestimentas típicas llenaron de arbolitos una zona cercana a donde se celebra cada año la tradicional fiesta del Señor de Choquekillka.
Randall, convencido del efecto multiplicador de estas campañas colectivas, ha lanzado la iniciativa Valle Sagrado Verde, proyecto de reforestación a gran escala que busca llenar de árboles nativos las laderas del río Urubamba. “Nos hemos inspirado, lógicamente, en la labor de Tino Aucca y ECOAN: donde ellos trabajan, lo hemos visto, no hay incendios y la restauración ecológica deja de ser un sueño. Hay que ampliar ese mensaje, todo suma”.
Lo mismo piensa Ernesto Ráez Luna, ecologista y estudioso de los bosques nativos de nuestro país. Ráez, profesor de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya de Lima, no se cansa de repetir que las diferencias entre reforestar con la intención de crear bosques nativos y sembrar pinos o eucaliptos en grandes plantaciones son notables: los bosques ofrecen muchísimos más servicios ecosistémicos y contienen abundante biodiversidad, pues son el resultado de miles de años de interacción, evolución y adaptación entre las especies y sus entornos físicos.
“En el Perú, lamentablemente, hay muy poco conocimiento sobre la ecología de las plantas y árboles nativos, las escuelas formativas y universidades no se han preocupado en estudiar con seriedad los bosques andinos, se han conformado con repetir fórmulas que llegaron de afuera; de allí la importancia de estos Queuña Raymi y del trabajo de ECOAN: tenemos la obligación de restaurar los bosques que se perdieron en los Andes peruanos, en esa región la presión antrópica sobre las coberturas boscosas ha sido constante desde tiempo precolombinos y no nos queda mucho tiempo para revertir el panorama”, agrega Ráez.
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Acción andina por los bosques nativos
“Si partimos de la premisa —dice Constantino Aucca, el líder de ECOAN— que restaurar es poner en su lugar lo que se destruyó, ¿por qué nos seguimos afanando en sembrar pinos y eucaliptos en las montañas andinas?”. Para el biólogo cusqueño se trata de volver al principio y convencer a las comunidades de las bondades que tienen los bosques nativos para su supervivencia. “Fíjate —confiesa— un campesino viejo, un abuelo, me lo dijo con claridad: compañero, algo hemos hecho mal, hemos destruido lo que nuestros padres nos dejaron, por eso nos toca ahora trabajar por el agua”. Para un poblador andino el agua es su chacra, sus animalitos, su familia, su futuro, todo.
“No me voy a quedar con los brazos cruzados, termina de decirnos el biólogo cusqueño, la meta este año es sembrar 385 mil nuevas queuñas y en un futuro próximo llegar a plantar 650 mil arbolitos en cada versión anual de los Queuña Raymi. Nos estamos preparando para esa tarea”.
El uso intensivo de las queuñas andinas, una especie arbórea cuyas poblaciones se extienden desde Venezuela —donde el árbol es conocido como coloradito— hasta Chile y Argentina, ha puesto en severo riesgo al recurso. Se calcula que solo quedan 500 mil hectáreas de Polylepis en los Andes, posiblemente el 3 % de su cobertura original. De allí que Global Forest Generation, una coalición de líderes y organizaciones conservacionistas, haya decidido ampliar el exitoso modelo de reforestación comunitaria ejecutado por ECOAN y sus Queuña Raymi a otros países del área a través de Acción Andina, iniciativa transfronteriza que trata de subsanar la pérdida de estos ecosistemas restaurando, en los próximos 25 años, un millón de hectáreas de queñuales en Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina.
Y haciéndolo festejando, en ayni, en intensas faenas colectivas y con los propios actores del drama de la deforestación en los Andes.
“En eso andamos ahora que cumplimos veinte años de vida institucional, cierra el círculo Tino, juntando a los líderes comunitarios de los países andinos para hacer bien la tarea. Y para hacerla como lo hicieron nuestros ancestros, comunitariamente”. Tres millones de árboles plantados en los Andes peruanos, 1 600 000 de ellos de Polylepis, y un ejército de “sembradores” campesinos le dan la razón.
El artículo original fue publicado por Guillermo Reaño en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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