Cecilia Blume
Cecilia Blume
Redacción EC

Los problemas económicos del país no son pocos, pero aun mayores son nuestros problemas morales. Hemos perdido la capacidad de decir la verdad, porque mentir no tiene consecuencias ni castigo; la privacidad ha sido sustituida por las grabaciones; la discreción se ha convertido en escándalo y la confianza entre peruanos se ha vuelto desconfianza, rencor y deseos de venganza.

Cuando el primer ministro explica que un contralor chantajista ha grabado una conversación de trabajo y la ha filtrado a la prensa, tergiversándola para hacerle daño, en lugar de indignarse con el contralor algunos cuestionan que haya reuniones entre ministros y contraloría, porque la función de esta es de fiscalización.

Totalmente equivocado: es justamente en los temas difíciles en que las autoridades deben conversar, sin amenazas ni chantajes para nutrirse del análisis y la opinión de la otra parte. Hoy existe una sensación de corrupción de la que no se salva ni la Iglesia. Las empresas que requieren presentar sus problemas al gobierno no son recibidas; los gremios tienen problemas para hacer escuchar sus posiciones; los sindicatos tampoco son oídos, pues falta contraparte. El Ejecutivo es calificado como lobbista, y no ha sido capaz de explicar que los proyectos que impulsa son para bienestar del país y que una empresa concesionaria es, simplemente, su brazo ejecutor. Hemos creado y venimos alimentando la cultura de la sospecha que es lo peor que hay, pues, si no se confía, es imposible una relación saludable entre personas e instituciones.

En mi experiencia pública se escuchaba y recibía a todos por igual. Las grandes empresas y los empresarios individuales; los gremios y las asociaciones de vecinos; los representante de los bancos, empresas de seguros, y también las cajas rurales; los jubilados, los transportistas, los alcaldes de grandes ciudades y de poblados; y los arroceros. Todos eran escuchados con el mismo respeto y atención. A todos se le buscaba dar una solución dentro de la ley. Los funcionarios públicos teníamos claro que ganábamos nuestro sueldo por hacerle la vida más fácil al ciudadano. No por poner trabas y dejar irresueltos temas por años, solo por miedo.

Ahora los funcionarios públicos no hablan por teléfono; no reciben pedidos de gremios; a las empresas solo las escuchan si amenazan con juicios; no se escriben correos porque tienen vida propia y nadie tiene la valentía de decir: “Ya basta”.

Y en el mundo de la mentira, la sospecha y el odio, solo triunfan los malos y hoy ellos están ganando por goleada apoyados por alguna mala prensa. La confianza, base de la sociedad y las relaciones humanas, se está perdiendo.

Hace dos semanas, harta de sus mentiras y sin importarme las represalias, les pedí a los congresistas Yonhy Lescano y Víctor Andrés García Belaunde, quienes descaradamente me atribuyen ilícitos, que me denunciaran con pruebas ante el Poder Judicial. No lo han hecho.

Y ninguno se ha rectificado. Me atreví. Les dije: “Ya basta”.

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