Mi primer encuentro con el cine de Paul Verhoeven fue a los 11 años: "Robocop" (1987) se había estrenado meses atrás, pero recién pude verla cuando llegó al videoclub del barrio; fue allí que comprendí por qué la película que todos los chicos de mi edad querían ver estaba prohibida para menores. Era sin lugar a dudas la cosa más cruda e intensa que había visto en una pantalla. Por supuesto amé cada segundo de "Robocop", pero también quedé impresionado. Aquella cinta de acción futurista me hizo crecer en un par de horas, me mostró la crueldad de la que eran capaces los hombres ricos y los hombres pobres; fue la primera obra que abrió mis ojos a la lógica insana que gobierna la vida en las grandes ciudades. Esto era mucho más que un entretenimiento: era cine de shock, dramático y brutal. La escena de la ejecución del oficial Murphy (Peter Weller) era casi intolerable, y sin embargo no podías quitarle los ojos de encima. Muchos años después leí que para Verhoeven,
"Robocop" había sido su propia versión de la vida y pasión de Jesucristo. Supe a qué se refería. Para mí, había oficiado la mejor misa.
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Lo primero que debemos conocer de Verhoeven (Ámsterdam, 1938) es que la gran constante en su vida y su obra es la facultad de crear malentendidos y suposiciones falsas. Descrito como un hombre salvaje, Verhoeven debe ser el único en su profesión que cuenta con un doctorado en Matemáticas y Física. Su nombre es sinónimo de violencia y sexo morboso, pero su proyecto más acariciado es una biografía de Jesús, personaje al que dedicó un libro de investigación que fue celebrado en el ámbito académico. Otra lección básica de Verhoeven es su talento para desafiar expectativas y clasificaciones; acostumbra servirse de géneros tradicionales y clichés relamidos para enviarnos al desvío ideológico, travesura que le permite ser subversivo sin dejar de tener al público comiendo de su mano. Acusado de fascista y misógino, es el más inesperado de los cineastas inclusivos, un humanista que se rebela contra lo políticamente correcto. Es curioso que los progresistas neerlandeses hayan desdeñado su cine por su supuesta falta de compromiso político, por su individualismo y decadencia moral. Quizá se incomodaron al reconocer en esas películas una visión crítica de sus valores, por retratar con tanta franqueza sus prejuicios y aspiraciones totalitarias. “Cuanto antes admitamos nuestra capacidad para hacer el mal, menos capaces seremos de destruirnos entre nosotros”. Esta frase de Verhoeven puede leerse como su declaración de principios.
Aún hay quienes lo consideran como la quintaesencia del director comercial, un pionero de los blockbusters; que Verhoeven haya firmado títulos taquilleros como "El vengador del futuro" (1990) y "Bajos instintos" (1992) hace que algunos lo miren con desconfianza. Si a ello sumamos "Showgirls" (1995) —monumento a la “vulgaridad” que tuvo entre sus defensores a Jacques Rivette y Jim Jarmusch—, habrá quienes no puedan tomarlo en serio como artista. Para más bien que mal, Verhoeven hizo las películas que quiso. Él mismo ha contado cómo Hollywood intentó enrolarlo varias veces por los éxitos de "Delicias turcas" (1973, nominada al Óscar como mejor película extranjera), "El soldado naranja" (1977) y "El cuarto hombre" (1983), hasta que el “fascismo de izquierda” le arrebató el placer de hacer cine en su país; recién entonces emprendió el sueño americano. De sus 45 años de carrera, apenas 15 tuvieron lugar en Estados Unidos. Ahí tuvo que lidiar con otro tipo de fascismo. “Los políticos atacan Hollywood —comentó— porque no quieren ver los problemas reales, aquellos que están en la estructura social del sistema: crimen, drogas, pobreza, falta de educación, acceso a las armas de fuego”. Su réplica a tanta hipocresía fue "Invasión" (1997), fantasía militarista que caricaturiza el mito consumista y su propaganda alienante.
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Verhoeven confiesa haberse deprimido luego del estreno de "El hombre sin sombra" (2000), la única de sus películas que él mismo afirma podría haber sido dirigida por un cualquiera. En ese momento decidió retornar a su patria. Fue recibido como hijo pródigo. De allí surgió "La lista negra" (2006), una de las mejores películas sobre la Segunda Guerra Mundial, la producción más costosa jamás realizada en Holanda y también la más vista. Lo que no imaginábamos es que tendríamos que esperar toda una década para que Verhoeven ofreciera un nuevo largo. ¿Qué más le faltaba hacer a los 78 años? Tal vez una jugada tan inesperada como reinventarse en autor de cine-arte, siendo adoptado por la industria fílmica francesa, como ocurrió con Buñuel y Kieslowski en el ocaso de sus carreras. Desde antes de empezar su rodaje, "Elle" se convirtió en el proyecto más intrigante del 2016; por supuesto se trataba de Verhoeven pero también había que sumarle a la formidable Isabelle Huppert en el rol principal y la novela de Philippe Djian como fuente literaria. Los ingredientes hacían prever algo grande y, a juzgar por las reacciones en el Festival de Cannes, el resultado no pudo ser más convincente: Elle ha sido anunciada como la historia de venganza de una víctima de violación, pero quienes ya la vieron la describen como otra genial obra de contrabando, una maravillosa caja de sorpresas. Sea en Holanda, EE.UU. o Francia, el cine de Verhoeven siempre es vitalista e inquietante, un desafío permanente a los convencionalismos.