(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

La obra de Aníbal Quijano representa un nuevo y fecundo punto de partida para comprender la sociedad peruana y, más en general, el llamado Tercer Mundo. Será necesario mucho tiempo y esfuerzo para desentrañar todas las consecuencias sobre la visión de la historia y del presente que esta obra conlleva.

Lo importante es que esa labor ya ha empezado a dar frutos y, aunque quede la mayor parte por hacer, su capacidad de sugerir asegura que su influencia será duradera y contundente. No en vano Quijano es el científico social más conocido de América Latina. Uno de sus artículos clásicos (“Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”) aparece citado 3.765 veces en publicaciones que son hasta ahora básicamente académicas pero cuyas ideas se comienzan a infiltrar en el sentido común y en el lenguaje cotidiano.

El concepto más novedoso y potente de los elaborados por Quijano es “colonialidad del poder”. Un término que puede sonar como extraño y forzado pero que se va abriendo paso en el lenguaje de las ciencias sociales de la misma manera que sucedió con “género” y “empoderar”, que suenan ahora familiares pese a que cuando aparecieron fueron resistidos como innecesarios, exóticos y desagradables al oído.

La colonialidad del poder es el fundamento oculto de la organización social moderna. Entonces lo que aparece como concepción nueva y emancipatoria tiene una raíz antigua y opresiva que ni siquiera alcanzamos a ver, menos aún definir. Lo moderno se define a partir de la invisibilización de lo tradicional.

En verdad, nos dice Quijano, la organización social moderna está basada en la idea de raza que surge de la fusión entre el horizonte moderno de celebración del futuro y la pervivencia subterránea de las creencias más retrógradas. En el siglo XVI se conforma este ensamblaje de ideas y sentimientos que hasta ahora nos acompaña, pues sigue siendo la base de nuestra manera de entender el mundo.

En términos históricos se trata del acoplamiento de dos maneras excluyentes de percibir lo indígena. En la primera, lo indígena es visto a través del prisma de la diferencia, como perteneciendo al reino de lo animal. En la segunda, se le define como criatura de Dios y, por tanto, igual en derechos que todos los demás seres humanos.

Ese es el célebre debate entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Para el primero, la dominación española sobre los indígenas era un hecho natural. Así escribe: “Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones, o los negros a los blancos, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas”.

Para el segundo, los indígenas tenían el mismo estatus de hijos de Dios que los españoles, por lo que no se podría justificar la dominación sobre ellos. La polémica terminó en una suerte de empate, pues si bien en el terreno de la ley y la ideología quien ganó fue Bartolomé de las Casas, en el campo de la vida cotidiana quien triunfó fue Sepúlveda.

En todo caso, el resultado fue que se instaló una ambigüedad tan profunda que hasta ahora subsiste en la forma de racismo y desprecio hacia lo indígena en las sociedades latinoamericanas. Se justificó la dominación sobre los indígenas, al mismo tiempo que en el mundo de los españoles se fue sedimentando un sentimiento de culpa, pues era obvio, para quien quisiera ver, que la servidumbre indígena no tenía fundamento en el mensaje de Jesús.

De allí que siguiendo la propuesta de Aníbal Quijano tengamos que decir que si bien la independencia llevó a la autonomía de los nuevos estados, desde la perspectiva del trasfondo social permaneció el colonialismo como el hecho fundante de las sociedades latinoamericanas. Todo esto ya había sido notado y dicho por José Carlos Mariátegui. Pero mientras Quijano enfatiza la continuidad colonial, Mariátegui subraya la ruptura republicana.

La importancia de la contribución de Quijano al autoconocimiento de la sociedad peruana irá adquiriendo mayor visibilidad cuanto más tomemos conciencia del trasfondo colonial de nuestro mortificado país.