Ian Vásquez

Si uno se guía por los titulares, pensaría que estamos destruyendo nuestro planeta, que cada día estamos peor y que, si no tomamos medidas drásticas pronto para revertir las tendencias, llegaremos a un punto sin retorno.

Da la impresión de que los huracanes, las inundaciones y otros desastres naturales están causando mayores daños a la humanidad. El apocalipsis es el tema de un sinnúmero de películas populares y cada vez más hay quienes proponen el decrecimiento económico y no tener hijos. Con razón, va en aumento la ansiedad, sobre todo entre la gente joven.

En su nuevo libro, “No es el fin del mundo” (“Not the End of the World”), Hannah Ritchie de la Universidad de Oxford nos advierte contra tal pesimismo. Hay grandes problemas ecológicos, pero ella argumenta que el catastrofismo no está basado en la evidencia. En su lugar, hay razones para ser optimistas, de manera racional, acerca del futuro del planeta. No hay por qué pensar que el crecimiento económico o el de la población deben de estar en conflicto con el medio ambiente.

Ritchie es una ecologista que antes compartió la visión pesimista hasta que empezó a examinar la data. Su libro trata una serie de problemas –como la deforestación, la contaminación o el despojo de plástico en el mar, entre otros temas– y muestra el progreso importante que se ha logrado para enfrentarlos.

La investigadora dice que un problema con los escenarios catastrofistas no solo es que distan mucho de la realidad, sino que también fallan en sus predicciones y crean así desconfianza en los científicos. Esto y la visión fatalista desalientan la búsqueda de soluciones prácticas para problemas reales.

Tomemos el como ejemplo. Los titulares nos pueden dar otra impresión, pero el riesgo de morir a causa de catástrofes relacionadas al clima ha caído en más del 99% desde 1920. La resiliencia de la humanidad ha aumentado y eso se debe en gran parte a que somos mucho más ricos.

Hace diez años, el mundo llegó al pico de emisiones de dióxido de carbono por persona y esa cifra ha estado en declive desde entonces. Quiere decir que nos estamos acercando al pico de emisiones totales, según Ritchie. De hecho, el crecimiento económico se ha desacoplado de las emisiones en muchos países avanzados. Por ejemplo, el ingreso por persona en el Reino Unido ha aumentado un 50% desde 1990, pero sus emisiones por persona han caído en 50%.

Tal avance también se debe a que somos más ricos y a que ha habido mucha innovación. El progreso tecnológico ha sido impresionante y ha reducido costos enormemente, haciendo posible alternativas de energía con bajas emisiones de carbono. Por ejemplo, el precio de pilas de ion-litio, según Ritchie, ha caído en 98% durante las últimas tres décadas. El costo de esa pila en un carro Tesla hoy es de US$12.000. En los años 90, estas pilas costaban entre US$500.000 y un millón de dólares.

Claro que ese progreso ha posibilitado el uso de carros eléctricos. Ritchie documenta que la venta de carros que usan petróleo llegó a su pico mundial en el 2017. Esto quiere decir que nos estamos acercando al pico de uso de carros que dependen del petróleo.

Para combatir el problema del cambio climático, Ritchie recomienda seguir reduciendo la pobreza y depender más del mejoramiento genético de los cultivos, entre otras cosas. También recomienda leyes que alienten a la gente a usar carros eléctricos en vez de los tradicionales.

Pero queda claro que la impredecible innovación y el mercado son los factores que han sido mayormente responsables del progreso ecológico que documenta Ritchie y que son clave para resolver problemas de medio ambiente. Es alentador mantener eso en mente en un mundo que para finales de siglo tendrá un ingreso promedio más de tres veces mayor que el de ahora.

Ian Vásquez Instituto Cato

Contenido Sugerido

Contenido GEC