El presidente Castillo miente. Ha dicho, en su mensaje a la Nación, que decidió recomponer el breve Gabinete presidido por Héctor Valer debido a la negativa del Congreso a recibir al aún primer ministro ayer sábado.
“El presidente del Consejo de Ministros solicitó hoy al Congreso exponer la política general del gobierno con la inmediatez que amerita; sin embargo, el Congreso ha expresado su negativa a este urgente pedido”, dijo.
La “inmediatez que amerita” presentar al Gabinete ante el Congreso no puede ser equivalente a la irresponsabilidad de presentar la política general del Gobierno de un día para otro. Lo que pretendió ser una jugada de ajedrez no fue sino una barbaridad.
¿Cómo podría coordinar con los ministros recién nombrados la política de Gobierno, de un día para otro? ¿Cómo podrían los titulares informar de lo que han encontrado y de lo que se proponen en 24 horas?
El “urgente pedido” de Valer fue un engaño y una irresponsabilidad. Era evidente que el Congreso se tomaría su tiempo para cumplir con sus procedimientos formales.
El Congreso no dijo que no recibiría nunca al nuevo Gabinete. Lo haría en los términos y fechas correspondientes a su deliberación y trámite.
El exministro Valer, al parecer, quiso provocar a la representación nacional. Buscó que el Congreso quedase como obstruccionista. Intentó crear un enfrentamiento. El Congreso tiene hasta treinta días naturales para recibir al Gabinete. Si bien estamos en una situación de urgencia, plantear una presentación de un día para otro es simplemente una burla.
Héctor Valer quiso burlarse del Congreso, pero, sobre todo, de la ciudadanía. Debió solicitar los días que requería el Congreso para recibirlo. Especialmente, debió tomarse varios días de coordinación con sus ministros para saber cuáles era las necesidades y medidas a debatir en el Congreso.
El presidente Castillo ha querido utilizar este ardid para alentar el enfrentamiento con el Congreso.
“Nuestros ciudadanos –dijo en su mensaje– no quieren ver más confrontaciones ni comportamientos obstruccionistas y antidemocráticos”.
Era su propio presidente del Consejo de Ministros, sin embargo, quien se había mostrado como la “bala de plata”. La idea era que posteriormente se use la “bala de oro”: el cierre del Congreso. Quien escogió a Héctor Valer para presidente del Consejo de Ministros fue Pedro Castillo. El obstruccionista, el que impide una gestión adecuada de Gobierno, es el mismo presidente Castillo.
Valer fue rechazado por la opinión pública, enterada de las denuncias en su contra por agresiones contra su esposa y su hija en el 2016. Varios de los ministros de Valer, incluso, pidieron que dé un paso al costado. César Landa (Cancillería), Roberto Sánchez (Comercio Exterior y Turismo) y Hernando Cevallos (Salud) se expresaron en ese sentido. Ninguno acompañó carta de renuncia, pero al menos hicieron un deslinde.
Pedro Castillo, finalmente, cedió a la presión de la opinión pública. Nunca dijo “le he pedido la renuncia al presidente del Consejo de Ministros”. Dijo: “he tomado la decisión de recomponer el gabinete ministerial”. Sus argumentos son iguales a los que usó Valer en su pretensión de enfrentamiento con el Congreso. Parecen coordinados.
Sin pronunciarse sobre las acusaciones de violencia familiar contra Valer, Pedro Castillo decide un nuevo cambio ministerial. Antes de hacerse responsable, prefiere mentirnos y enfrentar. Él es el verdadero obstruccionista de un Gobierno eficaz.
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